Wednesday, October 31, 2007

1408


Sin Resplandor pero con Maldad
Ricardo Martínez García

Stephen King es uno de los más prolíficos autores que existen en el género de terror y de ficción, cuyas novelas han sido fundamento de películas como El resplandor (Stanley Kubrick, 80), Cemeterio de Mascotas (Mary Lambert, 89), Los Tommyknockers (John Power, 93), La mitad siniestra (George A. Romero, 91), y muchas otras, además de series de televisión.

1408 es una película, dirigida por el sueco Mikael Håfström, que saca la cara por el género de terror a la americana, ante la oleada de cintas asiáticas –algunas muy buenas- que han surgido, y ofrece un argumento retorcido e imprevisible, tal como le gustan a King, en el que se reivindica el derecho a la creencia en el más allá, ante el estéril escepticismo de la vida moderna.

Mike Enslin (un solvente John Cusack) es un impopular escritor especializado en cazar eventos supuestamente paranormales (una especie de alter ego del propio King), cuyo último libro parece más una guía de hoteles encantados a los cuales se puede visitar como si fueran atracciones turísticas. El título de su libro es Diez noches en cuartos de hotel embrujados.

Escéptico y a veces cínico ante la mayor parte de los pretendidos casos de muertos y aparecidos en los cuartos de hoteles (temática que ya había sido explorada en El Resplandor, donde el guardián-escritor Jack Torrance –el más memorable Jack Nicholson- enloquece en el vasto y solitario Overlook Hotel), Enslin toma su trabajo literario como un ejercicio reporteril cuyo objeto de investigación es corroborar, más que la autenticidad de los fantasmas, su carácter fraudulento.

Un día, luego de visitar algunos de esos decepcionantes hoteles en los que no ocurre nada, Mike va a la playa a practicar su mal surfing, y mientras trata de leer algo en una manta que es arrastrada por una avioneta, una ola por poco lo ahoga.

Luego, a salvo en la playa, Enslin se repone y acude a la oficina de correos a recoger su correspondencia. Ahí ve una postal del Dolphin Hotel, ubicado en pleno corazón de Nueva York (a diferencia del Overlook, enclavado en una aislada zona montañosa), cuyo reverso dice algo como “no te quedes en el 1408”, que funciona como el anzuelo perfecto para el iconoclasta del terror que es Enslin.

Ni tardo ni perezoso Mike solicita por teléfono reservación para esa habitación en el Dolphin, pero le dicen una y otra vez que no está disponible. Su editor, con la ayuda de un abogado, le dice que constitucionalmente le tienen que dar el cuarto, si no está ocupado.

El escritor finalmente llega al hotel, pide su habitación y aparece entonces el gerente (el siempre correcto Samuel L. Jackson), el cual lo trata de convencer de que no se quede, revelando datos que no habían sido dados a conocer por la prensa.

Más de cincuenta muertes –naturales o no- han sucedido en la habitación 1408 desde su puesta en servicio, habitación en la que nadie ha durado más de una hora y cuya apariencia no denota nada malo, a pesar de la afirmación del gerente de que se trata de “la habitación del diablo” (cosa que también podría decirse de la habitación 237 del Overlook, en El Resplandor).

Una vez dentro del cuarto, Mike no encuentra nada extraño, recostado en la cama comienza a grabar una descripción de la decoración y el mobiliario, se asoma a la ventana y cuando voltea hacia la cama, la encuentra nuevamente arreglada y con un par de chocolates encima. Su escepticismo lo lleva a sospechar que alguien está dentro de la habitación; entonces comienzan algunos sucesos que lo harán perder la cabeza.

Incapaz de discernir entre la realidad y las “alucinaciones” o lo que sea que experimenta, lo único que desea es salir, pero como si se tratara de una ratonera, ¡el cuarto no lo deja ir!

La incredulidad que había sido su punta de lanza se le resquebraja cuando aparecen ante él escenas familiares en las que juega con su hija, antes de que ésta falleciera de cáncer. La aparición de la pequeña marca el momento más intenso en sus alucinaciones e implora por salir de la habitación.

El cuarto se destroza, se sacude y se cae a pedazos, para finalmente inundarse con la fuerza de las olas de mar. Entonces Mike cree ahogarse y de pronto, como si saliera de un sueño, despierta en la playa donde había surfeado, la escena se repite y pareciera que todo había sido un mal sueño, pero luego, al ir a la oficina de correos, se da cuenta con desconsuelo de que aún sigue adentro de la nefasta habitación. No hay otra opción que prenderle fuego al cuarto.

Las vueltas de tuerca aún no terminan ahí. Håfström utiliza los recursos a su alcance, tanto técnicos como sicológicos, para crear suspenso, escalofríos y uno que otro auténtico susto en esta recomendable cinta.

El estudioso de la comunicación Ignacio Ramonet ha señalado en su libro La Golosina Visual que cuando una sociedad tiene que canalizar la desesperanza y la angustia que generan diversos aspectos de la vida moderna expuestos a una crisis (no tanto económica, sino existencial, como la que pueden llegar a sentir algunos neoyorquinos luego del ataque a las Torres Gemelas, o como la que seguro sienten millones de personas en Hiroshima, Vietnam, Afganistán, Irak, Líbano, etcétera) surgen cintas que hacen precisamente eso: canalizar la angustia y el extravío, ofrecer, más que entretenimiento, esperanza en el más allá, algo en qué creer y no el mero vacío después de la muerte, algo que los haga sentir cierto optimismo.

El mensaje de la cinta, ciertamente ambiguo, parece inclinarse más por resaltar las cosas que valen la pena de la propia vida, como el amor a la familia (como verdadero resplandor), pero dejando una ligera sugerencia de que el horror aún no termina. ¿Se preparará una segunda parte?

Friday, October 26, 2007

Morirse está en Hebreo

Mariachi y klezmer funerario
Ricardo Martínez García


La muerte es pareja con todos los seres humanos, del mismo modo que todos estamos expuestos a las pasiones propias de nuestra especie, como la infidelidad, la hipocresía, la falta de fe, la conveniencia, el interés, y finalmente el amor, pasiones que afloran en el seno de una familia judía en el transcurso de siete días de duelo.

Dos realizadores mexicanos han estrenado cintas, en menos de un mes, en las que abordan situaciones humanas enmarcadas dentro de grupos religiosos bien definidos, con resultados satisfactorios en ambos casos justamente porque no se necesita ser menonita o judío para comprender sus temáticas. Lo hizo Carlos Reygadas con Luz Silenciosa (06), y ahora Alejandro Springall presenta la comedia Morirse está en hebreo (06) situada en la capital del país.

La película, del también director de Santitos (99), nos muestra de una manera ligera y divertida cómo en un grupo judío mexicano la muerte es un acontecimiento que se toma de manera muy semejante respecto a cualquier otro grupo social o religioso. Incluso el título recuerda a películas como “Casarse está en griego” “Mi boda judía” y otras, y sí, hay cierta semejanza.

Un día, Moishe (Sergio Klainer) se encuentra rodeado de amigos en gran comilona, divirtiéndose, bailando al ritmo de una mezcla de mariachi con klezmer, cuando de pronto sufre un paro cardiaco. Su muerte fulminante toma por sorpresa –naturalmente- a sus familiares, quienes en esas horas tristes se tienen que reunir a regañadientes y organizar la shiváh o celebración fúnebre de una semana de duración.

La celebración inicia en medio de jocosos comentarios e indiscreciones de las “dolientes”. Llega por ejemplo una señora presentando a su marido, un judío alemán altísimo, (a quien se le van los ojos detrás de las caderas de la sirvienta), y otra señora, que recuerda a la abuelita de la Niñera –la de Fran Drescher-, lo mira fijamente y con mucha gracia le pregunta “¿De dónde lo sacaste?”.

El muerto no era afecto a su religión, aparte de haber vivido una vida irregular, como se irá develando. Los judíos que acostumbran rezar utilizan una prenda especial llamada Talit, pero como Moishe no lo hacía, no tenía esa prenda.

La familia contrata a un director de ceremonias fúnebres y es alguien que está muy interesado en seguir al pie de la letra la ley en esa materia, pero lo está más en convencer a los hijos del fallecido que ordenen alimentos kosher que él mismo promueve. Al querer envolver el cuerpo de Moishe se da cuenta de que no tenía su Talit e irónico pregunta “¿Con qué rezaba, con un rebozo?”, mientras reparte los pequeños gorritos llamados kipá a quienes no lo tienen.

Moishe tenía muchos amigos gentiles y algunos judíos comunistas, todos mal vistos, había engañado a su esposa con una mujer cristiana llamada Julia Palafox (la siempre bella Blanca Guerra), antes de abandonarla al saber de sus males cardiacos. Además era amigo del líder de un grupo de mariachis, cómplices de parrandas, que llegan pidiendo les dejen cumplir la promesa de tocar en su casa ahora que ha muerto. Es así como nos enteramos de que Moishe le llevaba serenatas de mariachi a Julia.

Los hijos de Moishe, Ricardo (David Ostrosky) y Esther (Raquel Pankowsky, alejada de su personaje de Martita, pero no de su ocasional seseo), al ser los parientes más próximos son los que tienen que someterse al ritual del rasgado de vestiduras y atender a los participantes de la shiváh.

Ricardo tiene que lidiar además con los reclamos de su novia, la cual le hace un pequeño escándalo callejero, y con el arresto –¡en plena shiváh!- de su recién repatriado hijo Nicolás, que había sido enviado a Israel por Moishe sin revelar la causa verdadera de ese autoexilio: Nicolás tenía orden de aprensión por algo relacionado con tráfico de narcóticos.

Esther, por su parte, culpa de la muerte de su padre a su amante Julia Palafox, y jura que cuando la vea le sacará los ojos. La Palafox se apersona en la celebración fúnebre y Esther, con lágrimas en los ojos, no tiene corazón para cumplir su promesa e incluso la invita a quedarse. Esther se conmueve al saber por Julia que su padre hablaba de ella y la quería mucho, y en esas están cuando su hijo ve a Julia y exige que se vaya.

Mientras tanto, Ricardo le había echado ya el ojo a Julia, comprensiblemente, (como del mismo modo se lo había echado Galia, la despampanante hija de Esther, a su ortodoxo primo Nicolás), y va a buscarla hasta el templo de San Agustín, tan sólo para darse cuenta de que sus tácticas de seducción ya habían sido utilizadas por su padre para conquistarla.

Un par de graciosos y viejos judíos ortodoxos, con sus sombreros negros y blancos caireles, irreales como ángeles, son los cronistas de la ceremonia: se encargan de anotar sus observaciones sobre el desarrollo de la shiváh en un cuaderno, y comentan con sarcasmo las ambigüedades en la interpretación de la ley, así como qué tipo de ángeles acompañarán al difunto en su viaje al más allá: si serán ángeles luminosos o tenebrosos. Concluyen que dado el tipo de vida de Moishe, es difícil de saber.

Alejandro Springall, quien además de director es guionista y productor, logra una comedia divertida y de buen ritmo; además es de destacar que la música para la película es interpretada por The Klezmatics, probablemente el mejor grupo de klezmer del mundo, y es el complemento perfecto para enfatizar momentos dramáticos del argumento en el filme.

Wednesday, October 24, 2007

SiCKO

¡Documental Enfermizo!
Ricardo Martínez García


Michael Moore lo vuelve a hacer: pone el dedo en una de las llagas purulentas de la vida política y social de Estados Unidos, generando nuevamente polémica alrededor de su persona.

A pesar de que su modus operandi cinematográfico es bastante conocido, con documentales provocativos que van de ritmos irregulares y momentos aburridos, a otros muy dinámicos y divertidos, nos ofrece en Sicko (07) una sorprendente visión crítica del sistema de salud en su país, en manos de compañías de seguros médicos privados que son todas como hermanas… pero del tenebroso Conde Drácula.

Cada vez que las grandes desgracias nacionales de Estados Unidos son ejemplificadas con casos particulares, como cuando una persona no tiene seguro y tiene que pagar fortunas para atenderse (y que lo obligan a decidir cuál de los cercenados dedos que tiene deben reimplantar los doctores), o peor, cuando sí tiene seguro con cobertura total y no le autorizan los pagos, o se lo autorizan pero luego se lo quieren cobrar (como una señora que tenía un tipo de cáncer), la fuerza de la denuncia pareciera caer más en el sentimentalismo o en la lástima que en la propia fuerza de los hechos.

Michael Moore es un investigador serio y riguroso –como puede verse en sus libros, en los que muestra puntualmente sus fuentes, o en sus filmes, donde con documentos y grabaciones demuestra la veracidad de lo que dice- pero que ofrece los resultados de su labor con tonos irónicos y humorísticos. Hay personas que seguramente no sabrán distinguir si está de guasa o va en serio.


Tal vez esa es la razón por la que Moore sea a la vez odiado, vilipendiado, que querido y homenajeado. Y con esa ambigüedad es como el espectador ve sus documentales.

La intención de Moore en Sicko es, como en sus anteriores trabajos, traer a la conciencia del espectador medio –en primera instancia a sus propios paisanos, pero cada quien debe juzgar lo que observa de acuerdo a su nacionalidad- algunas graves situaciones que ocurren en su entorno pero que se diluyen en la indiferencia social.

La estrategia de Moore puede ser chocante, pero no se puede dudar de que es efectiva. A nadie le agradan las comparaciones, sobre todo si son para mostrar defectos, y el regodeo que el documentalista utiliza al llevarnos en un paseo por los sistemas universales médicos de Canadá, Gran Bretaña, Francia y finalmente Cuba sólo pueden hacer sonrojar a los contribuyentes gringos (y hacer que deseáramos haber sido franceses).

“¿Quiénes somos?” se pregunta Moore, luego de ver las bondades de esos sistemas médicos eficientes y humanos. La respuesta no puede ser más ilustrativa: ellos son la nación más poderosa del mundo, pero también son los más egoístas y voraces capitalistas, preocupados enfermizamente por la pura y absoluta ganancia. Pero ¿cómo fue que las cosas son así y desde cuándo?, cuestiona nuevamente el realizador de Fahrenheit 911.

La grabación en donde un asesor ejecutivo le explica al presidente Richard Nixon cómo va a funcionar el nuevo sistema de seguros médicos privados que están a punto de autorizar no tiene desperdicio: el asesor le dice que con el nuevo sistema de lo que se trata es de captar más asegurados y ofrecer menos servicios, lo que se busca es reducir costos y aumentar ganancias, a lo que Nixon responde con un escueto “bien”, y luego lo vemos anunciando el nuevo sistema como la gran panacea, en una escena que muestra un cinismo del tamaño del mundo (y algo parecido ocurrirá con el propio Bush, naturalmente).

Hillary Rodham Clinton alguna vez propuso, siendo Primera Dama, la creación de un seguro médico universal y con ello se echó encima tanto a empresas farmaceúticas como a las compañías de seguros (Kaiser Permanente, Cigna, Aetna, Humana, entre las más fuertes) y tuvo que desistir. Tiempo después algunas de esas compañías son las que han aportado grandes donativos a sus campañas políticas. ¡Las vueltas que da la vida de una demócrata!

¿Cómo es posible que actos así ocurran en el país que ostenta el título de “primera y única potencia democrática”? La diferencia con otras democracias capitalistas como la francesa o la británica está en que la “democracia americana” no conoce –o aborrece- el significado de la palabra solidaridad, como bien se lo hace ver a Moore un ciudadano británico que le explica desde cuándo su país adoptó el Servicio de Salud Nacional, el NHS, fundado en 1948.

En Estados Unidos mucha gente no se siente satisfecha con lo que tiene, teoriza otro británico, joven médico que trabaja para la NHS y dueño de una bella casa y un Audi; “quieren más de una casa, más de un auto” y eso los obliga a sacar dinero de donde sea.

Rescatando a los rescatistas

El momento de mayor provocación llega con las insólitas escenas de unos rescatistas que participaron como voluntarios (no reconocidos oficialmente por las autoridades, pues no estaban “en nómina”) en el atentado del 11-S, abordando unas lanchas con dirección a la tierra de Castro.
Estos bomberos y rescatistas que quedaron mal a causa de su presencia en la zona cero no cuentan con seguros médicos; Moore los convence de ir a la base norteamericana de Guantánamo a exigir al menos la misma atención médica que dan a los detenidos de Al-Qaeda. No son recibidos por nadie.

Para no desaprovechar el viaje, se hacen atender en un hospital cubano, con grandes resultados en el plano médico y humano, además de recibir un homenaje por parte de un cuerpo de bomberos en la Habana, algo que podría hacer pasar vergüenza a más de uno en la alcaldía de Nueva York.

En su página web (www.michaelmoore.com) el realizador propone una receta para el cambio: 1. Cada residente de los Estados Unidos debe contar con un seguro médico universal, gratuito y de por vida. 2. Todas las compañías de seguros médicos deben ser abolidas, y 3. Las compañías farmacéuticas deben ser estrictamente reguladas por el interés público. ¡Se vale soñar, doctor Moore!

Monday, October 22, 2007

Adrenalina Total

Solución final = Eliminación indiscriminada
Ricardo Martínez García


Las grandes películas de acción francesas, como Los Ríos de Color Púrpura 1 y 2 (que exploran las posibilidades y consecuencias de usar ingeniería genética con fines oscuros), Nikita o Nido de Avispas (donde se muestra el poder de la delincuencia organizada y la vulnerabilidad de los cuerpos policiacos), pocas veces pueden llegar a ser el preludio de una sombría realidad que nos alcanza más rápido de lo que se pudiera pensar. No es el caso de Adrenalina Total.

A finales del 2005 se produjeron en París una serie de disturbios realizados por habitantes de los llamados “barrios calientes” o suburbios del norte de la ciudad que arrojaron como resultado gran cantidad de heridos y detenidos, cientos de autos incendiados, así como escuelas y centros sociales y deportivos dañados.

Aparentemente la causa original de los motines fue la muerte accidental de un par de adolescentes el 27 de octubre de ese año, aunque por supuesto se produjeron manifestaciones en contra de las llamadas “Leyes de excepción” y la discriminación hacia los suburbios y los franceses de origen extranjero que viven en ellos, acusados casi siempre de realizar actividades delictivas.

Hubo incluso interpretaciones de esos hechos que señalaban el origen de una probable “nueva revolución francesa”.

Un año antes de tales eventos se filmaba en París Banlieue 13 (Adrenalina Total, 04) filme del director Pierre Morel con guión y producción del famoso Luc Besson.

Ubicada en el año 2010, la película presenta una ficción –que muestra la buena lectura social del guionista- sobre el estado criminal de uno de esos distritos “calientes” donde las autoridades oficiales han claudicado completamente en su función de poner orden y ofrecer servicios a la comunidad.

Tal distrito o barrio, confinado dentro de unos muros (al estilo del nada ficticio muro del oprobio en la frontera México-Estados Unidos), cuenta con una población de unos dos millones de habitantes, divididos abstractamente con el viejo maniqueísmo de los poderosos, como si fueran dos bandos perfectamente definidos: los buenos y los malos (en nuestro caso los simpáticos gringos del norte y los detestables mexicanos del sur).

Leito es un habitante que conoce tan bien como su mano el territorio de su enclaustrado y nativo Distrito, al que quiere lo más limpio posible de narcóticos. Tal deseo lo lleva a tirar por el caño varios kilos de coca que aparentemente le llegan a su casa por azar, pertenecientes a uno de los traficantes del barrio, quien al darse cuenta de la pérdida, ordena su captura con el fin de que pague la droga perdida.

Experto en escaparse, Leito (David Belle) logra evadir a sus perseguidores e incluso, ayudado por su hermana, capturar a Kruger (François Chattot), jefe de los narcos, pero al entregarlo a la policía (que no sólo había capitulado ya en la “guerra contra el narcotráfico” sino que cooperaba con ellos) sufre una previsible traición y él es encarcelado quién sabe por qué cargos mientras que su hermana es reclamada por el jefe narco, a la que convierte en su siempre drogada mascota.

La gran solución total que se les ocurre a los altos mandos militares-policiacos, representados por un Coronel (Patrick Olivier), para meter en orden a ese revoltoso distrito es eliminarlo totalmente, simulando el robo de un misil nuclear de baja intensidad, que luego aparece en el corazón del barrio de Leito.

El coronel comisiona a Damien (Ciryl Rafaelli), un agente experto en artes marciales, para que “recupere” la bomba, y con el fin de facilitar la misión lo unen a Leito –una vez liberado- para que lo guíe dentro del Distrito 13.

La pareja de hombres de acción (con persecuciones y muchas peleas que recuerdan algunas escenas famosas de películas de Bruce Lee, Jackie Chan, o Jet Li) dan batalla a los hombres de Kruger y logran llegar a donde está la bomba, tan sólo para darse cuenta de que todo el tiempo los han querido manipular, de que han sido los instrumentos, sobre todo Damien, de los cuales se han valido las autoridades para operar su “solución total”.

El final de la película es optimista, pues supone que la mínima conciencia social (encarnada en Leito, quien desea seguir viviendo en el Distrito 13 a pesar de su ambiente delictivo) se sobrepone al deber policiaco (representada por Damien, que a toda costa desea cumplir su misión sin hacer caso de los razonamientos de Leito) con el que se ha querido eliminar al barrio.

Así, la exposición ante los medios de comunicación de las negras intenciones del Coronel es la vía para el restablecimiento de los servicios sociales en el Distrito 13, el cual tuvo que ver en peligro su propia existencia para reintegrarse a la sociedad.

Se trata de una entretenida película de acción con contenido social, mucho menos ficticia de lo que podría suponerse, como lo han mostrado en los hechos las revueltas parisinas del 2005 y en otros planos más graves los verdaderos intentos de “soluciones totales” a lo largo de la historia (limpiezas raciales y formación de ghettos, campos de concentración o reservaciones, invasiones a territorios extranjeros con el pretexto de llevar a cabo guerras contra el terrorismo o contra el narcotráfico, y demás lindezas), que una y otra vez muestran lo peor de los seres humanos, tanto de un bando como del otro, y sus consecuentes víctimas.

Friday, October 12, 2007

Luz Silenciosa

La paz es más fuerte
que el amor
Ricardo Martínez García

El director, productor y guionista mexicano Carlos Reygadas presenta en su tercer largometraje, Luz Silenciosa (Stellet Licht, 06), la historia de amor entre un granjero y una propietaria de restaurante pertenecientes a la comunidad menonita de Chihuahua.


La película ha sido ganadora del premio del Jurado en el Festival Cinematográfico de Cannes, del premio Fipresci (la Federación Internacional de Críticos Cinematográficos) en Rio de Janeiro, y del premio Tequila del Festival de Morelia, entre otros.

Seleccionada por la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas para representar al país en los premios Oscar, la cinta cuenta con un extraordinario trabajo fotográfico, de sonido y filmación, en el que se nota la conducción madura de Reygadas.

Johan (Cornelio Wall Fehr), campesino y padre de familia, y su esposa Esther (Miriam Toews), junto con sus seis hijos forman una familia menonita que respeta su riqueza tradicional pero viven de una manera “moderna”, usando autos y electricidad.

Los menonitas llegaron a México en 1922, cuyos antepasados eran holandeses que vivieron en Alemania, Rusia, Estados Unidos y Canadá. Son una rama de los protestantes anabaptistas y reciben su nombre de Menno Simons un sacerdote católico que rompió con la Iglesia y con el protestantismo.

Son pacifistas y creen en la vida del campo, pero las ramas más ortodoxas tienen prohibido el uso de vehículos, la radio y la televisión, así como el tabaco.
Asentados en Manitoba, Ciudad Cuauhtémoc y otras colonias en Chihuahua (aunque hay menonitas en Tamaulipas, Zacatecas, Durango y Campeche), es en este estado norteño donde Reygadas encontró las bellas locaciones naturales para su filme.

La película abre con una toma nocturna de las estrellas y un horizonte con el amanecer despuntando.

La vida del campo, ordinaria, disciplinada y rutinaria parece resquebrajarse por un hecho insólito para la vida de Johan: vive enamorado de otra mujer llamada Marianne (María Pankratz). Esther sufre en silencio la infidelidad de su esposo, tratando de vivir lo más normal posible ante estas circunstancias.

Un hecho interesante, resultado de la convicción o de la fe de los miembros de la comunidad acerca de que sólo pueden ser responsables de sus actos ante Dios y ante sí mismos, es que Johan le hizo saber a su mujer desde el principio que tenía una relación con Marianne.

Johan no se siente bien respecto a su doble vida, a pesar de su religiosidad y de su idea de que la situación que vive con Marianne no es cosa del maligno, sino de Dios; por ello busca consuelo con Zacarías, su confidente y mecánico. Zacarías le dice que es bueno que haya encontrado a su “mujer natural”. También busca la ayuda de su padre, quien ante la situación le dice que tiene que optar por alguna de las dos mujeres o perderá a ambas.

Los amantes buscan ocasiones para mostrarse su amor, pero luego de dos años de relación “secreta”, ambos se ven empujados a tomar decisiones importantes.

Con el pretexto de ir a entregar algún producto al restaurante de Marianne, acompañado de dos de sus hijos pequeños, a quienes debe llevar al dentista y luego abandona un rato, Johan tiene un encuentro amoroso en un motel con Marianne. Al final ésta le dice que ésa fue la última vez que estará con él, y añade que “la paz es más fuerte que el amor”.

La actitud ausente que adopta Johan en su casa mortifica más de lo debido a Esther. Entonces deciden hacer un viaje juntos, dejando a los niños a cargo de la hija mayor. Durante el trayecto, con una conversación carente casi por completo de inflexiones –así son los diálogos durante toda la película- ella primero llama “puta” a Marianne y luego la compadece, algo que también había hecho ésta a propósito de Esther. “Pobre Esther”, le dice a Johan cuando estaban en el motel.

Por su parte, Johan habla de sí mismo como si se tratara de alguien más. Esther empieza a sentirse mal, se queja de un dolor en el pecho y le pide a su esposo que pare el auto. Sin importarle el clima, baja y se deja dominar por el llanto, en medio del torrencial aguacero. El dolor en el pecho es un aviso de un ataque al corazón y Esther muere en el campo, al lado de unos árboles.

Con la muerte de su esposa, Johan llora sinceramente ante la pérdida de su compañera, a la que ciertamente amaba, pero es con su desaparición que toma conciencia de ello.

Luego de las oraciones y los rituales funerarios, y de la preparación del cuerpo llevado a cabo por las mujeres de la familia, Johan se sume en una especie de sopor, del cual sale cuando tiene que recibir la visita de Marianne, quien le pide conocer a Esther antes de que la entierren, después de escuchar a Johan decir que daría todo por que las cosas fueran como antes.

El cuerpo de Esther yace en un cuarto blanco lleno de luz, una luz silenciosa, blanquecina, lechosa y pacífica. Marianne se planta a un lado del cadáver, se inclina para darle un beso en la boca, como insuflándole un aliento de vida y se levanta dejando unas lágrimas en la mejilla de Esther. Y entonces se produce un milagro: Esther comienza a abrir los ojos, ve a su rival de amores al lado y le dice “gracias Marianne”.

Dos de las hijas de Esther entran para ver a su mamá, la ven despierta, la saludan y una de ellas va a decirle a Johan que su mamá está despierta. En eso aparece Marianne y sin despedirse de nadie se va de la casa. “La paz es más fuerte que el amor”, había dicho.

Los premios a la película hablan por sí mismos y son más que justificados.

Con el director
Carlos Reygadas comentó, durante una conferencia de prensa en un hotel de la Condesa, que para él la película trata de mostrar cómo actuar de la mejor manera cuando amas a alguien. Añadió que escogió como lugar de filmación esta comunidad menonita porque ofrecía un contexto muy bello y perfecto, donde sus habitantes viven prácticamente sin la división de las clases sociales, lo que permitió exponer una problemática casi universal.

Por su parte, el actor Cornelio Wall Fehr, quien interpreta a Johan y es menonita pero no ortodoxo, dijo que luego de la película aprendió a amar más al prójimo, “aprendí qué es el verdadero amor”. Señaló que es la primera película en la lengua que su comunidad habla, algo así como plot, que es una mezcla de alemán, inglés y un poquito de español.

Reygadas una vez más trabajó en esta película con actores no profesionales porque considera que son lo más cercano a la vida real. Los actores profesionales según su visión, “sobreactúan” cuando actúan, sobre todo en el teatro. “La cámara de cine es tan fidedigna que no necesita actuación, la actuación siempre es sobreactuación”.

Para Reygadas el trabajo de interpretar qué es lo que al final propone su película es tarea del espectador. “Mi trabajo es intuitivo, emocional, y muchas cosas que filmo tienen un significado que no está siendo pensado”. Por ejemplo, en la escena donde está el cuerpo de Esther en el cuarto blanco lleno de luz, es “como si la luz generara los milagros”.

Para finalizar, el realizador dijo a pregunta expresa que el arte en el cine consiste en “entrar en contacto con las cosas en sí mismas”, como en busca de lo verdadero de ellas.

Catacumbas

¡Broma de pesadilla!
Ricardo Martínez García


Victoria vive los momentos más espantosos de su vida al visitar a su hermana Carolyn, que estudia en París. En su primera noche en la capital francesa, Carolyn la lleva a una fiesta la cual, según ella, le cambiará la vida.

El reventón se realiza en algún lugar del subsuelo de la ciudad, la que se dice fue edificada sobre los restos de cientos de cementerios. Pero la fiesta no es, de ninguna manera, algo que pudiera divertir a Victoria.


David Elliot, conocido por su trabajo como guionista en The Watchers (00) y Four Brothers (05), entrega en Catacumbas (06), su segundo trabajo (el primero fue Nothing Sacred, hace ya una década) como director, una cinta que oscila entre el thriller sicológico y la clásica cinta de terror.


A pesar de que el guión es un trabajo conjunto con Tomm Coker, la trama no logra cuajar ni del lado sicológico ni del terrorífico, y tiene el defecto de explotar al máximo las situaciones absurdas en las que incurre la protagonista.


Víctima de una fuerte farmacodependencia, Victoria (Shannyn Sossamon) tiene una tendencia a la tranquilidad y la pasividad. Si de ella dependiera, se quedaría a dormir en lugar de irse al antro. A pesar de eso, Carolyn (Alecia Moore) insiste y la arrastra con ella hasta un lugar bajo las calles, oscuro, lleno de pequeños y laberínticos túneles, cuyas paredes están atiborradas de cráneos y huesos humanos.


Los organizadores de esos eventos son dos amigos de su hermana, Jean Michel (Mihai Stanescu) y Hugo (Cabral). Jean Michel señala, como anfitrión de la fiesta, que lo especial de ésta consiste en hacer sentir a cada uno la inminencia de su muerte, lo que, en el mejor de los casos, podría hacer que vivan mejor sus vidas.


A todas luces ella está en la fiesta como pez fuera del agua, soportando primero un ambiente típico de música bailable a gran volumen, y después escuchando historias macabras de Jean Michel, sobre cómo se habrían formado algunas sectas satánicas y la artificial producción de un anticristo.


Es entonces cuando comienza la pesadilla para Victoria: se asusta con las historias de Jean Michel y sale corriendo hacia ninguna parte; su hermana la persigue tan solo para caer fulminada de un aparente hachazo en el cuello; Victoria naturalmente termina por extraviarse en los oscuros túneles.


La protagonista de esta cinta (que difícilmente ganará algún premio a la mejor actuación, gracias en parte al trabajo de dirección) demuestra lo inútil –y desesperante para el espectador- de los gritos y peticiones de que la dejen en paz en un lugar así.


Victoria muestra también que el brutal instinto de supervivencia está presente aún en una frágil y delicada mujer como ella, pues en su extravío se encuentra con otro perdido, abandonado también en los túneles, al que también ella abandona, herido, arrebatándole un mapa que no sabe usar, en su afán por salir de tan lúgubre lugar.


Algunos detalles de la película de tan absurdos resultan exasperantes. Por ejemplo, rogarle e implorarle a una lámpara que no se apague cuando se ha quedado sin batería, o gritar interminablemente –como si estuviera en la montaña rusa- cuando el hombre cabeza de chivo la persigue y pedirle que “la deje en paz”, son cosas que resultan tan estériles como patéticas y enojosas.


Otro detalle lo ofrece la protagonista, que no aprovecha la incursión de unos policías para salir y ponerse a salvo. Incomprensiblemente se desmaya o algo le ocurre y cuando despierta se da cuenta de que está sola y abandonada.

Luego de mil peripecias, Victoria es hallada por su propia hermana, que no estaba muerta, y por los amigos de ésta. Le explican que todo lo ocurrido era una broma y que luego de que ella saliera corriendo y se perdiera en la oscuridad, ellos habían intentado encontrarla, pero que la llegada de la policía lo había impedido.


La reacción de Victoria es –ésta sí- comprensible ante la magnitud del “chascarrillo”.


A la luz de la revelación de que las experiencias terroríficas de Victoria fueron producto de una broma, el espectador puede pensar con toda naturalidad que la película es también una tomada de pelo por parte de los realizadores. Broma pesada y de mal gusto.


Catacumbas es una película sólo para los amantes del género, que están dispuestos a realizar las mil y una concesiones que hay que hacer ante la falta de sentido común que Victoria exhibe.

Tuesday, October 02, 2007

Supercool

¡La divertida alcoholescencia!
Ricardo Martínez García

Tres adolescentes preparatorianos pasan los momentos más excitantes de sus vidas al tratar de conseguir bebidas alcohólicas para una fiesta y quedar bien con la anfitriona y sus amigas.

Seth es el típico adolescente neurótico, rechoncho y malhablado, obsesionado con el sexo y frustrado por su escaso éxito con las mujeres y convertido en centro de humillaciones que sólo cuenta con la amistad de Evan, más centrado pero igual de tímido con las chicas, y de Fogell, el más ñoño de los tres.

A pocos días de graduarse de la High School, los muchachos viven vertiginosa y angustiosamente los últimos días escolares, conscientes de que sus sueños sexuales de prepa están por irse. Pero su gran oportunidad llega cuando Fogell consigue una tarjeta de identificación falsa de Hawai, en la que se hace llamar McLovin.

Lo mejor de Superbad, filme titulado en “español” con el anglicismo Supercool, del director Greg Mottola –conocido por su trabajo en las series de televisión Undeclared y Arrested Development (donde debutó Michael Cera)- comienza cuando el trío intenta comprar las bebidas para la fiesta.

Fogell-McLovin (Christopher Mintz-Plasse) es comisionado para la tarea; se presenta en una tienda, y todo parece ir bien hasta que comienza a alardear de que bebe un tipo de cerveza desde hace mucho. La cajera sospecha y le pide su identificación, justo cuando un ratero le pega sorpresivamente un golpe y roba el dinero.

Al reporte de asalto llegan un par de policías a quienes sólo les falta como compañero el Jefe Górgory, el de Los Simpson, pues son tan parecidos a ellos: beben en servicio, tergiversan una y otra vez los hechos, usan la sirena sólo para jugar, le prestan a McLovin una pistola, luego de ofrecer llevarlo a su casa, etcétera.

Los gags que sostienen estos polis de pacotilla son en verdad hilarantes. Uno de ellos comenta riendo inocentemente que antes de entrar a la corporación creía que en las investigaciones de escenas del crimen (alusión contundente a las series CSI) siempre era posible encontrar semen “con el cual identificar a los delincuentes”. Así, si hubiera un archivo de semen, sería fácil localizar a cualquier malhechor.

Evan (Michael Cera) y Seth (Jonah Hill), al ver a su amigo interrogado por los policías creen que ya fue arrestado, por lo que buscan desesperadamente otro plan de acción. En esas están cuando Seth es atropellado por un auto en reversa, cuyo conductor los convence de pagar el daño consiguiendo alcohol para ellos, entonces los lleva a una fiesta en la que no sólo hay alcohol sino drogas duras a granel.

En la fiesta Evan y Seth vivirán cada uno su After Hours particular, en una especie de homenaje a Scorsese, que a momentos parece demasiado amenazador para los muchachos.

La película cuenta con un aire bastante ligero, pero puede ofrecer material para la reflexión, si puede uno hacer tal cosa mientras se carcajea.

Desde siempre el alcohol ha sido una vía de acceso a comportamientos desinhibidos, un punto de comunión (los aplausos y hurras que Seth recibe cuando finalmente llega con las bebidas a la fiesta, o los policías que narran partes tormentosas de sus vidas en la barra de un bar son una pequeña muestra), una manera de iniciar –y continuar, diría Rafael Tonatiuh- la vida social.

Parece que la iniciación a la vida sexual está conectada casi siempre con las primeras borracheras, como lo muestran estos adolescentes y podrían constatar los estudiantes de bachillerato en general.

En México es muy fácil para los menores de edad comprar y consumir alcohol, por más redadas que se hagan en antros, y en los Estados Unidos no es más difícil, como sugiere Seth cuando le dice a Fogell que “cientos de chicos están comprando ahora mismo bebidas con identificaciones falsas”.

El final de la película, no obstante lo anterior, propone que entre los adolescentes siempre va a haber algunos más prudentes que otros. Seth se quiere dar de topes en la cabeza cuando la bella Jules, objeto de su deseo y anfitriona de la fiesta, le dice que no quiere besarlo porque está borracho.

En cambio Evan, en plena cama, le pide a una ebria Becca (de quien ha estado enamorado largo tiempo) que se lo piense mejor, y ésta le vomita encima.

McLovin por su parte termina también en la cama con una linda chica, pero sufre un coitus interruptus gracias a los policías que lo andan buscando, pero que luego le confiesan haber simpatizado con él (“nosotros también fuimos adolescentes; sí nos sabemos divertir”) y lo toman bajo su protección.

También, aunque de manera velada, la cinta parece querer mostrar el valor de la amistad, o de su pérdida. Al día siguiente de la fiesta, Seth y Evan se encuentran casualmente con Jules y Becca en un centro comercial y los amigos se separan para irse cada uno con su pareja. La mirada que ambos se dirigen mientras se separan es una mirada que presagia grandes cambios en sus vidas, justo cuando habían aceptado mutua y completamente su amistad.

Se trata de una película que seguro arrancará carcajadas sobre todo de la audiencia a la que está dirigida y a varios que ya dejaron de ser adolescentes desde hace mucho. A otros les recordará sus divertidas andanzas de iniciación, que terminaban en los lugares más extraños y con gente a la que nunca vuelves a ver, en situaciones que iban de lo ridículo a lo vergonzoso; a otros tal vez les recordará el origen de sus excesos. Ni modo, también fuimos adolescentes.