Saturday, June 28, 2008

El Fin de los Tiempos


Una metáfora ecologista
Ricardo Martínez García
M. Night Shiamalan escribe, produce y dirige El Fin De Los Tiempos (The Happening, 08) cinta apocalíptica-ecológica cuyo contexto post 11-S le da un aire inquietante, de histeria colectiva que se dispara a la menor provocación, pero cuyos alcances, más allá de Norteamérica, blanco súper natural de actos del terrorismo yihadista, ahora abarca todo el planeta.

En un día cualquiera, las personas que pasean en Central Park en Nueva York (como frecuente escenario de los peores desastres) comienzan a paralizarse, algunos a matarse o suicidarse, aparentemente sin causa alguna.

Las hipótesis que se manejan para explicar tan extraño fenómeno van desde el natural atentado terrorista y hasta la invención de nuevas y tremendas armas químicas elaboradas por el propio Pentágono.

Elliot (Mark Whalberg) es un profesor de métodos científicos en una preparatoria que tiene que lidiar con su esposa Alma (Zooey Deschanel, hermana menor de la famosa Emily, protagonista de la teleserie Bones), cuidar de Jess, hija de su amigo Julian (John Leguizamo), y con la histeria colectiva y el desconocimiento ante los hechos que, poco a poco, se revelarán como algo de mayor magnitud que un atentado terrorista.

Ante las muertes que se multiplican y confirman en varias ciudades del extremo norte de la costa Este norteamericana, la histeria colectiva induce a la población a buscar refugio en zonas rurales. Para entonces se maneja la hipótesis de que son las plantas las que sueltan sustancias tóxicas para protegerse, sustancia que resulta fatal para los seres humanos.

La parte espeluznante de la cinta comienza con la llegada de Elliot, Alma y Jess a una casa en lo profundo de la campiña, donde una anciana señora, acostumbrada al aislamiento y a suponer todo tipo de fechorías por parte de los extraños, les da alojamiento, pero sus costumbres son bastante inquietantes.

En tal aislamiento la pareja replantea su amor, mientras son víctimas del azote de un viento asesino, invisible enemigo mortal de los seres humanos.

El mensaje de la cinta no puede ser más claro: hemos atentado tanto y desde hace mucho contra los organismos vegetales que éstos han comenzado a defenderse. Ojalá fuera así, pues al menos en la ficción el planeta verde tendría una oportunidad, cosa que el afán destructor que tenemos los seres humanos no da pie ni siquiera a su defensa. Y si no, hay que ver los índices de deforestación en el Amazonas, o en cualquier otro lugar que tiene verdor vital.

El Super Agente 86

Maxwell Smart regresa por sus (escasos) fueros

Ricardo Martínez García

Al principio de la cinta dirigida por Peter Segal El Super Agente 86 (Get Smart, 08), el famoso personaje creado para la televisión por Mel Brooks, aparece un tanto desdibujado: es una mezcla de un afeminado y meticuloso aspirante a espía que gusta de escuchar la música de Abba y de un obsesivo-compulsivo que necesita apuntar todo en pequeños papelitos para no olvidar nada, manía que recuerda al personaje de Monk.

Conforme avanza la película, el agente 86 va definiendo su personalidad, y cada vez el espectador se familiariza más con este aparentemente inepto agente de Control, aquella vieja (y ficticia) organización de contraespionaje que junto con la CIA y otras agencias gubernamentales son las encargadas de velar por la seguridad nacional de los Estados Unidos, en contra de la otra mítica organización del mal llamada Caos.

El personaje que ahora interpreta en la pantalla grande el actor y comediante Steve Carrel puede ser del todo desconocido y poco atractivo para los adolescentes actuales, pero para aquellos que llegaron a ver la serie de televisión de los sesenta –protagonizada por Don Adams y Barbara Feldon- y que se transmitió en México, con un excelente trabajo de doblaje encabezado por Jorge Arvizu “El Tata”, seguramente les traerá gratos recuerdos.

Maxwell Smart es un recopilador y analista de información confidencial cuyo meticuloso trabajo a pocos de sus compañeros realmente interesa, pero tiene la aspiración de convertirse en agente a cargo de peligrosas misiones.

Luego de aprobar su examen de espía, Smart es comisionado para trabajar con la agente 99 (Anne Hathaway, sin duda de lo mejor de la cinta, así como la Feldon lo era de la serie televisiva) en un peligroso trabajo en Rusia para desmantelar una operación que involucra armas nucleares.

Luego de las infaltables torpezas de rigor, de una sesión de gimnasia que es un guiño a la cinta La Trampa (Jon Amiel, 99), por la escena donde Catherine Zeta Jones le muestra a Sean Connery cómo evade los rayos láser cruzados de una alarma, y de una graciosa competencia de baile, los agentes de Control aparentemente logran desarticular los planes de Caos para desestabilizar el mundo.

Luego de traiciones de agentes dobles infiltrados en Control, del descrédito del agente 86, de su encarcelamiento y escape, éste logra llegar a tiempo a Los Angeles para salvar a un presidente dormilón e inculto (James Caan, excelente personificando a Bush) y conquistar a la reticente agente 99.

A pesar de sus buenos momentos, la cinta adolece del mal de aquellas que están basadas en exitosas series de televisión: no logran convencer del todo a aquellos que vimos las series originales (como en el caso de Los Angeles de Charly, Misión Imposible, Los Locos Adams, ecétera). Es complicado hacer parodia de la parodia original, pero aún -y a pesar de un guión del que se mofa el propio Maxwell- así la cinta se salva por las interpretaciones de Hathaway, de Carrel, de Alan Arkin y hasta de Dwayne Johnson, como el agente doble y traidor.

La adaptación y el doblaje al español “mexicano” –tan de moda y relativamente aceptable en Shrek, Los Increíbles y otras por el estilo- tiene como resultado una comicidad forzada, poco natural y descontextualizadora, por lo que a pesar de contar nuevamente con la voz inconfundible de El Tata, recomendamos la versión en su idioma original.

Thursday, June 19, 2008

Tomaso Landolfi

Las mujeres de Tommaso Landolfi

Ricardo Martínez García

Tommaso Landolfi fue un ameno, inteligente e interesante narrador italiano, además de ensayista, dramaturgo y poeta que cultivó un estilo de vida parecido al de Byron o Baudelaire: de verdadero dandy.

De origen noble, Landolfi expresó en su tiempo su desacuerdo con el régimen fascista que se hizo del poder político y social en Italia, con Mussolini a la cabeza, hecho que lo llevó a pasar un breve periodo de tiempo en prisión. Licenciado en literatura rusa, tradujo al italiano a los escritores Alexander Pushkin y Nikolai V. Gógol, y a los poetas alemanes Novalis y Hugo Von Hofmannstahl.

Landolfi, quien nació el 9 de agosto de 1908 y murió el 8 de julio de 1979,es poco conocido en México (e incluso en su país), aun cuando se han publicado algunos libros en castellano de sus obras, como el volumen titulado Invenciones (Siruela, 1991) con textos seleccionados por Italo Calvino, La piedra Lunar (Seix Barral, 1956), Relato de Otoño (Siruela, 1992) y uno de relativamente reciente publicación editado por su hija Idolina, titulado Tres Relatos (Siruela, 2007).

Los temas en sus cuentos reflejan, como en todo escritor, un poco de sus ideas y convicciones, aun cuando cuidó de que su vida personal como tal no fuera demasiado conocida, al grado de prohibir a sus editores la publicación de cualquier dato biográfico.

La enorme atracción que sentía por el juego, una de las más fuertes aficiones en su vida, y/o las extrañas relaciones que ciertos hombres pueden llegar a entablar con algunas mujeres, son ejemplos de algunos temas que nos hablan de sus intereses.

En su relato Mano Robada, Landolfi escribe sobre los pasatiempos de un grupo de personas de sociedad, formada por intelectuales, escritores y nobles que se reúnen cotidianamente para compartir sus diversiones burguesas.

El narrador, quien ha observado en la concurrencia a una mujer sumamente hermosa y altiva, tanto que según él resultaba difícil sustraerse al deseo de sojuzgarla y hacerla recibir humillaciones, planea un juego de cartas -de ahí el título- en las que los perdedores (teniendo en mente especialmente a la mujer de aspecto soberbio) deberán desnudarse, como castigo, ante el único ganador. Como alternativa se propone una idea absurda: que quien no desee desnudarse, entonces tendrá que suicidarse (se propone tal cosa en la convicción de que nadie en su sano juicio optará por suicidarse si puede simplemente desnudarse).

El grado de introspección que alcanza el narrador es tan intenso que uno sabe qué está pensando y los cambios que le ocurren pero no en qué va a resultar todo, pues los resultados dependen de los otros, de sus decisiones inescrutables y misteriosas, en este caso de la hermosa y altiva mujer que ha inspirado tal descabellado juego, planeado con tal de verla al desnudo, despojada de toda su dignidad arropada por la vestimenta.

Esta misma introspección es llevada aún a límites verdaderamente inquietantes en el cuento La Muda, en la que asistimos a las confesiones de un individuo que hace reflexiones sobre la muerte, lo que ésta pueda significar para un condenado a ella y cómo puede o no ser un alivio para un delito tan sui generis como el que él ha cometido.

De tal modo, asistimos al proceso de atracción y seducción de una inocente jovencita que realiza este hombre, de la cual junto con él no sabemos nunca qué pudo llegar a pensar porque era muda y sólo sabemos de ella lo que nos cuenta su victimario, quien interpreta sus gestos y miradas, mientras que sí lo sabemos todo de los pensamientos del perpetrador del delito que, es necesario decirlo, bien podríamos ser nosotros mismos, de tan bien que conoce el alma humana y sus pasiones. Eso es lo inquietante del asunto, lo atrayente y lo perverso.

Como buen traductor y lector de Gógol, Landolfi se inspiró en el autor ruso y escribió otro relato titulado La Señora de Gógol que es como una síntesis sicológica del autor de Almas Muertas. Se sabe que la madre de Gógol profesaba una fuerte devoción por el cristianismo ortodoxo, y tal fe ejerció gran influencia en la personalidad de su hijo, reflejada en algunos aspectos morales de sus escritos.

Así como en algunos cuentos Gógol hace alarde de un ácido y refinado sentido del humor, Landolfi hace lo propio y en La Señora de Gógol (cuya trama condensa y sintetiza magistralmente uno de los mayores críticos literarios de la actualidad, Harold Bloom, en unas pocas pero sustanciales líneas en Como leer y por qué) el narrador, que se supone es amigo y biógrafo del escritor, nos cuenta que el genial ruso se llega a casar con una muñeca inflable, a la cual nombra Caracas y cambia de tamaño y forma según el gusto que se cargue. Hay una película con un tema parecido (Lars y una Chica de Verdad, Craig Gillespie, 2007) pero no se iguala con el nivel de mordacidad del relato de Landolfi.

Todo es felicidad sexual con Caracas por varios años hasta que Gógol se da cuenta de que tiene sífilis e incongruentemente culpa a su “esposa”. En un arranque de furia la infla hasta hacerla explotar, lanzando sus restos a la chimenea, lo mismo que a otro pequeño muñeco, “hijo” de Caracas, y también a sus obras no publicadas (¿Acaso la segunda parte de Almas Muertas?).

¿Qué tipo de mujer está describiendo Landolfi en los relatos mencionados, y a propósito de Gógol, con gracia y sutileza, y aún con bastante humor negro? Una a la que por su altivez no se puede resistir el deseo de humillar o sojuzgar; u otra a la que el deseo de poseerla absolutamente es incompatible con su naturaleza temporal, por lo que para poseerla de una vez y para siempre sólo se logrará a través de su sacrificio físico, de la negación de su ser temporal; o una más con la que no hay necesidad de comunicación ni de afecto recíproco, algo así como un amor profiláctico en el que no es posible reconocer una falla no de la otra (lo cual dadas las circunstancias plásticas sería imposible) sino de uno mismo -como propietario “esposo” de la muñeca-, evidenciando una falta total de autocrítica y por lo tanto de un egoísmo ilimitado.

El concepto de mujer que nos muestra Landolfi en estos relatos enseña más sobre lo que somos algunos como hombres, lo que sentimos y pensamos acerca de las mujeres, que lo que en realidad son las mujeres, porque a fin de cuentas su ser es un misterio aún para el escritor que escribe pretendidamente sobre ellas.

Sunday, June 15, 2008

Persépolis

Marjane Satrapi, una mujer de Persépolis

Ricardo Martínez García

A casi un año de su estreno en el Festival de Cannes del 2007, se exhibe en México Persépolis, cinta animada de la dibujante iraní Marjane Satrapi y del realizardor francés Vincent Peronnaud.

La cinta está basada en los cuatro volúmenes de la obra de Satrapi del mismo nombre, publicados en español por Norma Editorial entre 2002 y 2004. Dichos volúmenes son una colección de los dibujos de Satrapi que tienen como tema su vida, abarcando diferentes etapas: cuando era una niña de 10 años y veía el mundo con una curiosidad intelectual poco frecuente en pequeños de esa edad, luego como adolescente que vive la guerra de su país con Irak (80-84), su estadía en Austria (84-89), el regreso a Teherán –donde obtuvo una maestría en Bellas Artes- y su partida definitiva a París.

El trabajo de Satrapi está caracterizado gráficamente por dibujos de trazos limpios y bien definidos, en los que prevalece un fuerte contraste entre el blanco y el negro utilizado para delinear a los protagonistas, así como una gama de grises para los fondos.

En una entrevista para el diario El País, la dibujante señaló que algunas referencias artísticas utilizadas en su cinta provienen de “filmes expresionistas alemanes y los del neorrealismo italiano. Son dos referencias artísticas surgidas de países que acaban de sufrir una guerra”.

Del lado político Satrapi llama la atención por su postura crítica ante el gobierno de Irán, cosa que le ha granjeado algunos roces y conflictos con las autoridades de su país natal. Por ejemplo, la Fundación Cinematográfica Farabi, del Ministerio de Cultura y Guía Islámica iraní –una sección más de los Guardianes de la Revolución- señaló en un comunicado en mayo del 2007 que el Festival de Cannes había seleccionado una cinta sobre Irán que “presentaba un cuadro irreal de las consecuencias y resultados de la revolución islámica”.

Satrapi señala y acusa en su largometraje la terrible situación de las mujeres en un régimen dominado por inclinaciones religiosas muy fuertes de inspiración islámica, la masacre que representó la guerra con Irak, la cual produjo un millón de muertos, así como la manera en que tanto iraníes como iraquíes le siguieron “estúpidamente” el juego a lo que ella llama “occidente” (básicamente Estados Unidos y la Gran Bretaña pues el primero le vendía armas a ambos países y el segundo ha tenido viejos intereses petroleros en la zona).

También hay un trabajo de profunda introspección en la cinta: mientras narra cuáles fueron durante su infancia los hechos y las personas inspiradoras de sus ideas y convicciones –como su abuela y su tío, encarcelado por el gobierno del sha y luego ejecutado por el gobierno revolucionario-, se confiesa ante el espectador como una mujer que lucha por comprender el mundo, por vivirlo personalmente y enamorarse y recuperarse de las decepciones que una y otra vez se presentan.

Satrapi nos cuenta su vida sin ánimo de glorificarse ni de vender una imagen de heroína, más bien nos ofrece un aspecto humano, demasiado humano con el cual reconocernos en ella, porque ¿quién no ha caído en severas depresiones, se ha sentido defraudado por el sistema, por el amor, pero se ha recuperado para seguir viviendo?

Persépolis nos muestra que el concepto que tenemos de algunos extranjeros (en este caso de los habitantes del Medio Oriente como los iraníes, pero también de los palestinos, de los afganos, de los iraquíes, de los sirios, etcétera) son ideas moldeadas y manipuladas por la propaganda occidental –muy eficaz, ciertamente- para producir el efecto de percibirlos e imaginarlos como “terroristas” o como bárbaros que no tienen el menor aprecio por la vida humana. Pero hay que decir que a la inversa, del lado iraní también se maneja una propaganda que vende la idea de que la cultura occidental es “decadente” (en algunos escasos casos ambos bandos tienen razón).

Así, gracias a la propaganda, algunos pueden llegar a pensar que cualquiera con aspecto de árabe es un potencial suicida capaz de dirigir aviones en contra de edificios tan solo porque odia la “libertad y la democracia” norteamericana u occidental. Y ellos a su vez pueden llegar a pensar que somos decadentes porque escuchamos a Michael Jackson o nos gusta el punk.

Satrapi y Peronnaud contaron con la colaboración de Chiara Mastroiani y de su madre Catherine Deneuve, quienes hacen las voces de Marjane y de su madre respectivamente. El resultado es una cinta muy recomendable y disfrutable aunque no apta para quienes no sienten ningún interés histórico o cultural por este pueblo del Medio Oriente.

La cinta no cuenta con la tecnología animada de Shrek o Toy Story, por ejemplo, pero es un trabajo que atrapa y cautiva al espectador por su excelente realización y concepción visual y por su efectiva musicalización.

Cabe destacar que los libros de Satrapi han merecido algunos premios, pues ha ganado el Premio al Autor Revelación (Coup de Coer) en el 2001, premio perteneciente al Salón del Cómic de Angouleme, así como el norteamericano Premio Harvey a la Mejor Obra Extranjera en el 2004 y el español Premio de la Paz Fernando Buesa Blanco en el mismo 2004.

Saturday, June 14, 2008

No Te Metas con Zohan


La ridícula verdad de un conflicto armado

Ricardo Martínez García

Irreverente, de un humor difícil, provocadora, áspera y exagerada, a ratos repulsiva y hasta ofensiva, ahistórica pero finalmente hilarante, así es esta nueva cinta con Adam Sandler, No Te Metas Con Zohan.

Sandler, actor reconocido por su capacidad humorística, que coproduce y coescribe el guión de la cinta junto con Judd Apatow y Robert Smigel, hace de Zohan, su personaje, el estandarte erótico-heróico del filme, que normalmente le correspondería a una mujer: un ser tremendamente sexualizado y multiorgásmico, capaz de pasear en una playa con un short de mezclilla sin dar por completo la pinta de gay.

La palabra Zohan en eslavo significa “don de Dios”, pero en la cinta es el nombre de un súper soldado israelí increíblemente dotado virilmente, entrenado y especializado en la lucha “antiterrorista” y enamorado de la música disco, con el secreto sueño de emigrar a América.

Zohan aprovecha la misión de atrapar al terrorista palestino llamado El Fantasma (John Turturro) para fingir su muerte y marcharse a los Estados Unidos con el fin de realizar su más caro sueño, que es completamente opuesto a su profesión destructora: convertirse en un estilista, cosa que le permite a sus padres reírse de él y considerarlo un maricón o poco menos.

Zohan está harto, comprensiblemente, de la guerra infinita entre palestinos y judíos, la cual, de acuerdo con la descripción de la película, parece una fiesta de violencia y terror provocada y mantenida por ambos lados y en la que las partes lejos de olvidarse los mutuos agravios cada vez se provocan nuevas ofensas (o tal vez son las mismas pero que no dejan de decirse y hacerse).

Por tales motivos, Zohan –a quien no le interesa indagar por las causas históricas de un conflicto tan largo- decide huir a Nueva York donde pretende laborar para un prestigiado estilista, un tal Paul Mitchel, pero al no ser acogido como esperaba, termina trabajando desde el puesto más bajo en una pequeña estética propiedad de una bella palestina llamada Dalia (la bella Emmanuelle Chriqui). Zohan descubre que en esta cosmopolita ciudad palestinos e israelíes conviven pacíficamente y hasta bromean entre sí (la escena donde discuten qué primera dama está más buena es realmente hilarante).

Tan pronto como recibe la oportunidad de ser un verdadero hairdresser, Zohan se populariza entre la geriátrica clientela por su peculiar y exitoso estilo erótico (servicios sexuales incluidos) con el que las atiende.

Los problemas comienzan cuando un potentado local decide borrar del mapa a los feos barrios judíos y palestinos para construir una moderna plaza comercial y lanza una provocadora campaña incriminatoria para cada bando. Entonces Zohan y el Fantasma –convocado a Nueva York por un palestino taxista (Rob Schneider) que ha descubierto casualmente al Zohan- unen esfuerzos en contra del enemigo común.

El conflicto palestino-israelí es un tema delicado que sólo puede abordarse con seriedad o con la completa irreverencia con que lo hace la cinta, pues ésta plantea que se trata de un conflicto que ha alcanzado grados sublimes en las atrocidades y crueldad inflingida y que sólo continúa gracias a la ridícula existencia de posiciones extremistas en ambos lados.

La película –dirigida por el veterano actor y director Dennis Dugan- naturalmente no pretende hacer historia sino comedia a partir de hechos históricos: no ahonda en los orígenes o causas de la guerra (la formación de Israel como país en 1948 –con el irrestricto apoyo norteamericano- a costa de la ocupación del territorio de Palestina, pasando por encima de la población y del derecho internacional).

El aspecto humorístico de la cinta arma un buen mosaico de clichés culturales: judíos comerciantes a quienes nadie les gana en el regateo, palestinos taxistas que atienden llamadas de trabajo mientras manejan, hábitos alimenticios peculiares, etc.

Tal mosaico junto con la parte dramática son lo mejor de la película, la cual muestra al personaje de Sandler a fin de cuentas muy parecido al romántico aquel que se quedaba con la chica en The Wedding Singer (98), pues Zohan previsiblemente se enamora de la bella palestina Dalia, su patrona de la estética.

El mensaje al final no puede ser más políticamente correcto: que el amor, la paz y la comprensión deberían prevalecer por encima de cualquier conflicto en el que sólo ciertos personajes salen ganando, generalmente ricos norteamericanos comerciantes de petróleo y/o armas (y negocios anexos) a los que sólo les preocupa su propio interés y a los que judíos y palestinos siguen su juego.

El mundo real está repleto de sociedades internacionales que velan por sus intereses económicos, lleno de alianzas entre gobiernos, de intereses cruzados. Ojalá fuera tan sencillo obtener la paz como propone la cinta.

Sunday, June 01, 2008

Dr. House


Medicina más allá del bien y del mal

Ricardo Martínez García

La fascinación que ejerce el personaje del Dr. House en los televidentes (que interpreta magistralmente el actor Hugh Laurie) es producto de una mezcla de personalidades: es un Sherlock Holmes de la medicina que alardea de su capacidad de observación, es un aparente ogro al que le encanta hacer repelar y contradecir a todo mundo, un maestro tirano que se deleita en mostrar y exhibir las flaquezas de sus discípulos (trata a todos como tales) y un Don Juan latente a punto de conquistar a la bella y juvenil doctora Cameron y/o a la no menos hermosa doctora Cody.

Como personaje de ficción, Gregory House es bastante humano: adicto al vicodin, su amor por la ciencia lo lleva a trasgredir (aparentemente) cualquier regla ética o moral que impida la metodología más rápida y precisa para diagnosticar correctamente a sus pacientes, por los cuales siente la misma desapegada y amoral curiosidad científica -no indiferencia- que un entomólogo siente por sus insectos. La particularidad de su trabajo exige naturalmente el desapego de ciertos aspectos de la ética médica, sobre todo cuando se enfrenta a casos únicos e inesperados. Es un personaje que está más allá del bien y del mal de las conductas morales en condiciones normales.

House es en realidad un filósofo de la ciencia médica que en cada caso-episodio realiza una cuasi mini revolución científica: analiza, compara, niega, supera y a veces trasciende los diferentes paradigmas a disposición del diagnóstico médico conocido, hasta alcanzar la satisfacción máxima de la ciencia pura: el mero saber (de ahí su aparente obsesión por algunos casos).

Una ciencia así no conoce de limitaciones éticas, aún cuando su conocimiento sirva para explicar lo que le ocurre a un paciente y curarlo.

House, a pesar de ser un hombre de ciencia probado y comprobado, vive en la incomprensión y en la oposición de su pequeña comunidad científica formada por sus internos, su jefa Cody y su amigo Wilson.

La estructura del programa difícilmente le hace justicia a este doctor de bastón, pues en cada caso que se presenta él es el único que aporta soluciones creativas porque más que investigar, reflexiona, piensa, y en última instancia, se le ocurren cosas geniales a través de su pensamiento análogo, y que a veces son las explicaciones más sencillas, en las que nadie cree hasta que demuestra que tenía razón. Sus colegas nunca están convencidos de su capacidad y le escatiman continuamente su confianza. Es como un loco genial al que hay que andar cuidando de que su locura no dañe a alguien, cuando es al contrario: gracias a su locura es que algunos pacientes sobreviven.

El resultado del trabajo del doctor House siempre apunta en dos direcciones: por un lado en la búsqueda de la explicación objetiva y científica, como diagnóstico, de lo que le ocurre a los pacientes, y por otra parte a la curación o muerte del paciente.

Los métodos heterodoxos de House podrían colocarlo en una postura semejante a la de los científicos alemanes que aparecen en la cinta de Bergman El Huevo de la Serpiente (77), que hacían experimentos en seres humanos sin su consentimiento y menos aún sin su conocimiento, por el exclusivo fin de saber, de conocer “hasta dónde humanamente es posible aguantar ciertas situaciones”.

Como House, esos científicos se colocaban por encima de las limitaciones éticas y morales, pero la diferencia es que House lo hace para curar y para saber, mientras que los otros realizaban sus experimentos subrepticia y abusivamente, casi como métodos de tortura, bajo un plan que no contemplaba como fin último la salud del paciente.

Así, House es en realidad un verdadero paladín del juramento hipocrático… aunque aparentemente le falte a cada momento, como por ejemplo en la parte que tal juramento dice “no operaré a nadie por cálculos”, o sea por mera especulación, pero ¿qué hacer cuando no se sabe la causa de alguna enfermedad y sólo operando se puede tener algún indicio del mal? El trabajo de House es precisamente la razonada especulación -cuyos puntos le gusta escribir en su pizarrón-, pero cuando se necesitan las biopsias, no duda en obtenerlas del modo que sea. Siempre aboga por sus pacientes seriamente enfermos, de los demás se burla constantemente.

Un libro italiano (que no he leído) sobre House, titulado La filosofía del Dr. House. Ética, lógica y epistemología de un héroe televisivo, del que escribió el ensayista y filósofo Jesús Salazar Velasco en el suplemento El Angel del Reforma (25/05/08), explica que House posee una ética “más allá de la ética”, puesto que su campo de acción se encuentra dentro de situaciones verdaderamente extremas. No hay forma de no estar de acuerdo con eso, como ya hemos expresado.

Dichas situaciones extremas, de acuerdo con los autores del mencionado libro (que se hacen llamar Blitris), ameritan la creación de nuevas reglas, como “mentir, ocultar, lastimar y hasta matar al paciente” para posteriormente revivirlo, pero no se dan cuenta de que las reglas éticas con las que se rige House son siempre las mismas, es decir la de diagnosticar y conocer las causas de la enfermedad y, si es posible, la curación del paciente.

No es que haya necesidad de nuevas reglas. Lo que ocurre es que a House, que tiene claros sus objetivos regulares, los medios para alcanzarlos le tienen sin cuidado, de manera un tanto maquiavélica. Y en eso radica gran parte de su encanto.

Los autores del libro, de acuerdo con Salazar Velasco, explican que si la ética es una serie de normas universales que regulan las decisiones de los sujetos para garantizar el bien común, “entonces House no tiene ética”. Nada más falso: ninguna regla universal se aplica universalmente, ojalá fuera así, sino que sólo se aplican en casos particulares y de manera particular (yo soy el que actúo en cada caso) y no por ello negamos que haya ética.

House sí tiene una ética y es una ética que, al contrario de lo que piensa Salazar Velasco, puede calificarse como un imperativo categórico kantiano: no hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a tí. Y a él no le gustaría que nadie, por ignorancia o falta de espíritu científico, lo dejara morir, simplemente porque se dificulta su diagnóstico.