Thursday, July 31, 2008

Andanzas Veraniegas de un Cinéfilo Irredento

Ricardo Martínez García

Es plena temporada de cine de verano y ya deseo que termine. No es que no me gusten los estrenos propios de esta parte del año, pero a veces ir a las salas de cine se vuelve una especie de viaje al inframundo tipo La Divina Comedia, o un ilustrativo recorrido por uno de los más asiduos parques del animal humano -las salas cinematográficas- que es como un catálogo de sus peores costumbres.

Al ir a ver El caballero de la noche en Cinemex Aragón nos piden participar a mis hermanos y sobrinos en una encuesta para calificar tal película. La sala, abarrotada de niños y los respectivos adultos, queda convertida al final de la función en un verdadero muladar, con pisos pegajosos, asientos manchados y restos de palomitas en los lugares más recónditos de las butacas.
No es difícil imaginar el modo en que convertimos la sala en chiquero, cuando yo mismo me vi envuelto en una inconsciente y salvaje competencia con mi sobrino Rodrigo por ver quién comía más palomitas y bebía más refresco en el menor tiempo posible. “Está muy larga, no le entendí y me aburrí”, comentó mi vencedor palomero al final de la función. Hubiera querido decirle que a mí sí me gustó, sobre todo por las implicaciones morales de las propuestas guasonas que recuerdan muy de cerca al caso del bíblico Job y las terribles pruebas a las que es sometido a instancias del “adversario” de Dios. Pero la edad de mi sobrino, su aburrimiento y la susodicha encuesta llevaron mis reflexiones por otros derroteros.

Presencio Hellboy 2 con mi amiga Laura en Cinépolis Plaza Satélite. Como ella no vio la primera cinta, me mira con azoro cada vez que yo suelto grandes carcajadas. Del Toro es un genio al nivel de George Lucas o Steven Spielberg. Prueba de ello es la inmensa creación de un mundo de fantásticas criaturas a partir de su fecunda imaginación y que plasma en su famoso Cuaderno de Notas.
No es casual que Del Toro continúe con el trabajo que inició Peter Jackson a partir de las novelas de J. R. R. Tolkien, ahora con El Hobbit.
Pienso en todo lo anterior mientras alguien patea el respaldo de mi asiento. ¡Dios! ¿Cuál ha sido mi pecado que me exige esta penitencia? ¡Rara vez nadie patea mi asiento en cualquier sala de cine de la ciudad! Recuerdo una ocasión en que fui a ver una peli con un compañero cecehachero y un six de cervezas. Al abrir la primera lata salió un chorro de espuma a manera de spray, mojando el largo cabello de una mujer sentada frente a nosotros. El olor a cerveza y la verguenza, además de una incontenible risa, no nos permitieron permanecer un minuto más en la sala de cine. ¿Habrá sido eso?

Al ver Kung Fu Panda, en Cinemex Palacio Chino, me doy cuenta de que el que ríe más que cualquier niño de los que me rodean, soy yo, y eso que el jolgorio que se cargan estos infantes molestaría a cualquiera, lo mismo que la insistencia de sus madres en hacer llamadas celulares a mitad de película, con esas luces azulonas que tanto molestan a los de las filas de atrás.

Pero para risa, la que se traía un trío de maduras pero cotorrísimas y distinguidas señoras en Cinemex Casa de Arte, a las que no les dura la paciencia para echarse de una sentada las casi tres horas que dura En el Gran Silencio. Acudo a tal sitio esperando escapar de las multitudes que abarrotan las salas más comerciales y esperando ver una buena cinta en compañía de espectadores “conocedores” del arte cinematográfico, o por lo menos que guarden más silencio del que es posible esperar de infantes que ven Wall-e o Viaje al Centro de la Tierra, que como entretenimiento son muy buenas pero como ciencia ficción son un verdadero fiasco. Son ejemplos perfectos de cómo no funcionan las leyes de la naturaleza.

Pero volviendo a mi visita a Polanco: gracias a la “silenciosa” cháchara de las señoras, que me recuerda al instante una conversación tipo Ratatouille -ya que estaban cuchicheando sentadas exactamente detrás de mí- me entero de que una de ellas irá a un congreso de instituciones tipo Teletón, de que esa semana ya vieron Batman y el Super Agente 86 y de que a esta película sobre unos monjes le faltó bastante edición.

La impaciencia o el despiste afloran entre los espectadores de esta larga cinta dirigida por Phillip Gröening: una pareja de ancianos, él con su gorrito llamado kipá y ella la viva imagen de la típica madre y abuela judía, abandona la sala poco después de comenzar; otros siguen su ejemplo luego de casi dos horas de proyección.
La cinta es un documental sobre la vida monástica y contemplativa de una comunidad de religiosos de la Orden de los Cartujos, donde los monjes -que profesan votos de pobreza, obediencia y castidad- buscan a Dios en la soledad de sus oraciones, sin salir casi de sus celdas. Es una vida muy diferente a la mundana en donde prevalece la competencia, el consumismo, el afán de riquezas y el cultivo de las pasiones, todo en medio de las prisas y las impaciencias, tal como muestran algunos espectadores. Casi al final de la cinta uno de los monjes señala: “Es una lástima que el mundo haya perdido el signficado de Dios”. En ese momento se oye el suave ronquido de un señor.
En la búsqueda de una sala con gente tranquila, acudo al Lumiére Reforma a ver El Asesinato de un Presidente. Llego tarde, lo cual odio porque esas salas son pequeñas e incómodas. Son pocos los asistentes pero están perfectamente distribuidos, de tal manera que me tengo que sentar en una butaca frente a un señor con aspecto de intelectual.
Al poco rato me doy cuenta de que el “intelectual” no cabe en su asiento y cada vez que se acomoda, con irritante frecuencia, patea mi respaldo. Me levanto y busco el asiento más alejado del patilargo. El tema de la cinta me hace pensar en una analogía: para mí ir al cine es como vivir en un constante complot por parte de los asistentes en contra mía. Se trata de que realmente -a diferencia de Bush y las protestas en su contra- no vea con tranquilidad y sin novedad ninguna película.
La temporada veraniega concluirá en un par de semanas más, los estudiantes de primarias, secundarias y bachilleratos regresarán a la escuela, sus padres volverán al trabajo normal y yo estaré feliz nuevamente al ser uno de los pocos asistentes a las funciones matinales -si no es que el único, como a veces me ha tocado- en alguna sala del Cinemex San Mateo, o del Cinemark Reforma 222, por ejemplo, que darán próximamente los Expedientes Secretos X 3 y La Momia 3. Enhorabuena.

Monday, July 28, 2008

La Muerte de un Presidente

Variedades de una teoría conspiratoria
Ricardo Martínez García

La película El Asesinato del Presidente, del cineasta británico Gabriel Range (Death of a President, 06) es un ejercicio de política ficción -a manera de documental- en el que se plantea el asesinato del presidente George W. Bush y la manera en que las instancias judiciales, como el FBI, reaccionan ante el hecho.

La cinta deja en claro que hay ciertos sectores de la población norteamericana -a los que nadie pela, salvo el equivalente gringo policiaco de los granalocos de por acá, pero sólo para golpearlos- que sí muestran conciencia política y se manifiestan cada vez con mayor virulencia, con consignas como “yo odio a Bush” o “¿a cuántos niños mataste hoy, George?”, contra la política exterior de Bush (la invasión a Irak y los constantes bombardeos a Afganistán) y contra el tremendo acotamiento de los derechos civiles que representan las llamadas “actas patrióticas” expedidas a iniciativa de Bush.

Esas manifestaciones naturalmente no tienen ninguna trascendencia mediática ni política y menos socialmente. Una funcionaria cercana a Bush explica el sentir del presidente ante las protestas, contando lo que Bush le dijo de la manera más tranquila: “Respeto que manifiesten sus opiniones, sólo pediría que lo hicieran de manera pacífica”. Pero dichas manifestaciones, pacíficas casi todas, hasta ahora no han logrado cambiar el rumbo de las decisiones presidenciales.

En la película George W. Bush -a quien extrañamente algunos de sus funcionarios admiran y elogian por su “fe” y su “sentido del humor”- es víctima de un atentado que lo priva de la vida en Chicago a donde va el presidente presuntamente en octubre del 2007 (y en circunstancias muy parecidas a las del atentado que quitó la vida a Robert F. Kennedy en Los Angeles, luego de ganar las elecciones primarias del partido demócrata para ser candidato a la presidencia en 1968), donde se enfrenta a una enorme manifestación más en su contra.

La estructura de la cinta al principio resulta interesante, pero luego de los testimonios por parte del jefe de seguridad del presidente, de los agentes designados a la investigación y de algunos periodistas de la fuente presidencial y que dan como resultado la descripción de la muerte del presidente, el ritmo de la cinta decae profundamente, al punto de arrancar bostezos en algunos concurrentes.

La película se centra entonces en el trabajo de investigación y búsqueda de los responsables del asesinato, el cual es mostrado como tendencioso y realizado para justificar una hipótesis preconcebida, llena de prejuicios, con el manejo de las evidencias y no al revés: a partir de las evidencias formular la hipótesis.

El resultado de la “investigación” es la captura inmediata, juicio y condena a muerte de un ciudadano norteamericano de origen sirio -y musulmán para acabarla de amolar- llamado Jamal Abu Zikri. La pregunta es ¿así habrá sido como dieron con el palestino Sirhan Sirhan, encontrado culpable de asesinar a Robert F. Kennedy, o con Mario Aburto, el supuesto asesino de Colosio?

Las evidencias encontradas son datos para alimentar cualquier cantidad de teorías conspiratorias, sobre todo porque los de Kennedy (y ni hablar de su hermano John) y Colosio son casos reales, no ejercicios hipotéticos.

En el terreno político, la cinta simplemente plantea el nombramiento como nuevo presidente del hasta entonces vicepresidente Dick Cheney, como manda y ordena la constitución gringa, manteniendo las cosas como antes, pero ahora con un nuevo “responsable”.

Con esa salida tan oficial, la cinta pierde la oportunidad de explorar otras consecuencias. ¿Qué pasaría si realmente el actual presidente de los Estados Unidos George W. Bush fuera reemplazado, en circunstancias excepcionales, por un doble un poco más estrábico y menos pesado, si fuera posible, que el original? Nada, no pasaría nada, no nos daríamos cuenta (o tal vez no nos hemos dado cuenta de tal reemplazo), pero al menos eso daría pie a algunas divertidas conjeturas.

Lo que sí es cierto es que la cinta ganó el Premio Internacional de la Crítica en el Festival de Cine de Toronto del 2006 y que fue criticada por algunos medios políticos por haber utilizado la imagen del aún presidente George W. Bush; también algunas cadenas se negaron a exhibir la cinta por considerarla “ofensiva”. Al parecer la productora Newmarket Films había anunciado que lanzaría la cinta el 20 de enero del 2009, fecha en que el presidente número 44 inicia su periodo (Obama o McCain), pero tal vez se lo pensó mejor y se estrenó mucho antes de esa fecha. ¿Habrá sido víctima de un complot?

Wednesday, July 09, 2008

La Escafandra y la Mariposa


El lenguaje y la conciencia

Ricardo Martínez García

¿Qué sería de nosotros si tuviéramos que prescindir, por accidente o enfermedad, de la movilidad corporal y de la habilidad de comunicación vocal y gesticular de manera total, o casi? Seguramente sería una situación desesperada darnos cuenta que estamos encerrados en nuestro cuerpo, conscientes pero sin poder comunicar de manera inmediata lo que se quiere decir.

Tal es la situación que plantea la cinta del cineasta norteamericano Julian Schnabel La Escafandra y la Mariposa (The diving bell and the butterfly, 07), basada en el libro autobiográfico de Jean-Dominique Bauby –interpretado magistralmente por Mathieu Amalric- el cual narra la vida del editor de la revista francesa Elle, quien mientras desarrolla una vida profesional exitosa, sufre de pronto de una parálisis casi total, en la que sólo su ojo izquierdo mantiene la movilidad.

La terapeuta especializada en comunicación a cargo de Bauby, que está al tanto de la normalidad de los procesos mentales de su paciente, decide emprender la ardua labor de comunicarse con él, proceso que consiste en que ella deletrea las letras más comunes en la lengua francesa y Bauby indica, mediante el parpadeo, qué letra seleccionó para construir las palabras que desea dar a conocer.
A veces el proceso es demasiado lento, o demasiado rápido según las circunstancias y necesidades, necesidades que ni siquiera se plantean en el lenguaje común y cotidiano.

El método comunicativo funciona porque Bauby, al no sufrir daño mental, maneja de manera normal los códigos lingüísticos y culturales, aunque su enorme –pero no insalvable problema- es la eficiente utilización de su único párpado móvil, el cual termina usando con pausas de tiempo parecidos al código morse o a un lenguaje binario. Para afirmar algo parpadea una vez y para negarlo dos.

Mediante este sencillo pero arduo sistema de comunicación, Bauby no solo logra comunicarse con su familia y doctores, sino que emprende la titánica labor de dictar un libro, el cual fue publicado en 1997, poco después de la muerte del editor, y del cual toma nombre la cinta de Schnabel.

La situación planteada en la película –producción franco americana- no es insólita: Bauby no es el primer paciente en el mundo que sufre de parálisis casi total, ni es el único enfermo consciente y de buena salud mental, lo que sí es insólito (al menos para los estándares mexicanos) es la atención médica que se le da en ese hospital francés de primer nivel.

Jean-Dominique a pesar de la parálisis, o a causa de ella, lleva a su imaginación a niveles que probablemente no hubiera alcanzado de gozar con el funcionamiento de su aparato motriz. Así, a pesar de la escafandra, modo en que él llama a su inmovilidad que lo tiene completamente atrapado y es como una pesada losa de la cual no se desprenderá más, Bauby logra crear y recrear el mundo de su imaginario personal, al cual metafóricamente se refiere como la mariposa. Y la vía de esa “mariposa” es el activo párpado izquierdo subiendo y bajando innumerables veces.

Por otro lado su conciencia, que se proyecta sobre sí misma, le permite revaluar su relación con su padre (Max Von Sidow, siempre excelente), con la madre de sus hijos, Celine (la siempre bella y gran actriz Emmanuelle Seigner, esposa de Roman Polansky) y en general con los diversos y ricos aspectos que conformaban su vida normal.

Julian Schnabel (51), también director de las celebradas cintas Basquiat (96) y Antes de que anochezca (Befote night fall, 00), aquella que catapultó al estrellato a Javier Bardem por su estupendo trabajo como el poeta cubano Reinaldo Arenas, logra una estupenda interiorización visual del mundo de Bauby, que produce simpatía y compasión hacia su persona, aunque sin caer en falsos sentimentalismos.

Lo que llama la atención es que, a pesar de que es Celine –la madre de sus hijos con la que Bauby no quiso casarse- la que está al tanto de él, Jean-Dominique anhela la visita de su amante, quien no lo ha visitado ni una vez. ¡Así somos algunos hombres, sinceros y honestos hasta el final!

A diferencia de las cintas Mi pie izquierdo (Jim Scheridan, 89) y de Despertares (Penny Marshal, 90), en donde el drama humano involucra diferentes tipos de incapacidades físicas y mentales, todo lo insólitas que se quieran como son los casos de los que se ocupa el famoso neurólogo Oliver Sacks, en La Escafandra encontramos un verdadero mundo interior expuesto a cuentagotas mediante un metalenguaje, a través del único canal del alma que le queda a Bauby: su ojo izquierdo.

Wednesday, July 02, 2008

Kung Fu Panda

El verdadero Kung fu: ser uno mismo

Ricardo Martínez García

La historia del surgimiento de un guerrero legendario e implacable pocas veces ha sido tan tierna y disfrutable como la historia del oso panda Po, quien es hijo (a todas luces adoptivo) de un honrado ganso fabricante de fideos, y de su sueño de convertirse en un formidable exponente del Kung Fu.

Producida por los estudios Dreamworks y dirigida por Mark Osborne y John Stevenson, Kung Fu Panda cuenta con un guión de Dan Harmon, Jonathan Aibel y Glenn Berger, el cual retoma algunos elementos míticos y de sabiduría ancestral china para mostrar que la mejor enseñanza que podemos recibir (y sin tantos rollos, literalmente) es aceptarnos a nosotros mismos y descubrir la riqueza que llevamos dentro. Ésa es la fuente de toda fortaleza y la única manera de sacar provecho de nuestras debilidades.

Aparentemente la maestría del kung fu sólo es alcanzada luego de duros y largos años de entrenamiento, cosa que creen totalmente los cinco discípulos del maestro Shifu –Tigresa, Mantís, Viper, Mono y Gruya- todos ellos tremendamente versados en las artes marciales y lideradas por Tigresa, quien no duda en mostrarle todo su desprecio a Po, quien es un gran concinero torpe y gordo pero es quien, casi sin entrenamiento, al final salva a la ciudad del temible leopardo Tai Lung, ex favorito del maestro Shifu.

Oogway, Maestro a su vez de Shifu, es la sabia tortuga que se encarga de designar al llamado guerrero Dragón, único capaz de detener a Tai Lung, pero todos creen que ha errado con la designación de Po, lo cual está por verse. Oogway se cansa de afirmar que no hay accidentes ni error en su elección.

Las referencias a la sabiduría china, que también puede ser la griega (como la de Sócrates y el “conócete a ti mismo”) y el proceso de sucesión y elección de maestros, que recuerda a las ordenes de iniciados u organizaciones secretas y esotéricas, hacen de esta película un festín de la imaginación que a los infantes seguro les gustará mucho, y a los grandes nos harán pasar un rato divertido y probablemente hasta de reflexión.

La cinta cuenta con las voces en inglés de Jack Black, Dustin Hoffman, y Angelina Jolie (Po, Shifu y Tigresa) y en español con la voz de Omar Chaparro y Pedro Armendáriz Jr. para Po y Shifu.

21 Blackjack

La inteligencia al servicio de las pasiones

Ricardo Martínez García

En pocas ocasiones, como en la película 21 Blackjack, se ve un ejemplo tan claro de lo que el filósofo de la modernidad Thomas Hobbes decía acerca de que la razón, o la inteligencia humana, se convierte en un mero instrumento de las pasiones y deseos humanos para obtener los objetos que apetecen. Y de que el hombre es el lobo del propio hombre.

La inteligencia de algunos universitarios norteamericanos famosos como Bill Gates, Larry Page y Sergei Brin, ha producido artículos e inventos asombrosos, como los programas operativos para computadoras, juegos, accesorios, portales de internet, pero no es el caso del talentoso Ben Campbell (Jim Sturgess), quien aspira a una beca para la prestigiosa escuela de medicina del Massachussets Institute of Technology (MIT).

A partir de la entrevista para obtener la beca, nos enteramos de que Ben, aprovechando su talento intelectual, fue reclutado por el profesor de matemáticas Micky Rosa (Kevin Spacey) para formar un equipo de jóvenes genios que al contar cartas en los casinos de Las Vegas -cosa prohibidísima en ese lugar- llegaran a volverse muy ricos.

La intención primaria de Ben al aceptar entrar al equipo era conseguir lo justo para pagar sus estudios médicos (400 mil dólares) pero ante el éxito de las fraudulentas operaciones, despiertan en él otro tipo de caros intereses y gustos, por lo que poco a poco le gana la avaricia y la soberbia, pasiones antes desconocidas para el ingenuo estudiante.

El conflicto comienza cuando Ben se distrae gracias a su disipada y gozosa nueva vida y pierde el control, malgastando grandes cantidades de dinero en algún casino, lo cual es inaceptable para Micky, quien lo saca del equipo y lo despoja de todas sus ganancias, cosa que inspira a Ben para elaborar un racional plan de recuperación de su dinero y además darle a Micky su merecido.

Se trata de una historia presuntamente verídica, basada en el libro de Ben Mezrich titulado Bringing Down the House: The Inside Story of Six M.I.T. Students Who Took Vegas for Millions, que pasa a través de las “dramáticas” conversiones de Ben de un inocente y modesto estudiante a un ambicioso y glamouroso gambler, su caída y redención, aún a costa de la traición a sí mismo, a sus amigos y a su protector.

Tal historia es la que esgrime Ben para “asombrar” al examinador y entrevistador al inicio de la cinta, que determinará si le dan la beca o no. Con esos peculiares antecedentes, apenas con ciertos ecos a los de otros verdaderos y exitosos defraudadores o ladrones de altísimo nivel (como los llamados “barones del robo”), seguro se la dieron.