Friday, December 12, 2008

Revolver




El Dr. Jeckill and Mr. Ritchie


Ricardo Martínez García


Revolver es probablemente la cinta más sofisticada pero a la vez la más introspectiva y lenta que ha hecho hasta ahora Guy Ritchie, el famoso cineasta británico nacido en Hertfordshire hace cuarenta años y ahora ex esposo de Madonna.


Sin dejar de lado su temática favorita, el bajo mundo de la delincuencia británica (organizada y a veces desorganizada, como en las divertidas Snatch y Lock, Stock and Two Smoking Barrels)) ahora a Ritchie le entra la vena de la exploración del subconsciente, del estudio del ego como elemento enajenante del ser humano o como aquello que impide el natural desarrollo del yo, ocasionando que éste caiga en terribles excesos.


El nuevo enfoque de los personajes que propone Ritchie hace de Jake Green (un sobredirigido Jason Statham en el rol de un jugador experto en fraudes y ex prisionero) una nueva versión, bastante ligera por cierto, del clásico personaje creado por Robert Louis Stevenson, el Dr. Jeckill y Mister Hide: un atormentado individuo que lucha constantemente consigo mismo o con su ego a través de una especie de diálogo interno ezquizoide, lucha que si no fuera porque Ritchie la plantea con cierta fastidiosa seriedad y pesadez, sería más que risible.


El mismo problema de ego, pero desbocado totalmente, lo tiene el mafioso Dorothy Macha (un estupendo Ray Liotta) quien actúa como si fuera el amo y señor del universo, sólo por debajo de un tal señor Gold, mítico representante del intocable nivel superior en la escala delictiva. La simbología es patente, una vez entrados en cuestiones de análisis sicológico.


Macha es un individuo que atiende sus “negocios” en bata y calzoncillos, cuando no está totalmente desnudo. Es todo un personaje, el cual le da cierta tierna frescura a la cinta de Ritchie, la que por cierto llega a México (por muy poco tiempo en cartelera) con algo de retraso: su fecha de producción es del 2005.


El mundo de los personajes de Ritchie es un combo que tiene cabida para todos los clichés del género: además de Macha, está el italiano Zach (Vincent Pastore, el de Los Soprano) y su socio afroamericano Avi (el músico miembro de Outkast y actor Andre Benjamin), ambos mentores de Jake en la prisión sin que éste los viera nunca, así como unos mafiosos con pinta de rusos y de chinos.

Ritchie lo tiene claro: el ego, alimentado por los halagos excesivos y el afán de reconocimiento, daña seriamente la salud del simple yo, el cual se ve abrumado por esa “instalación foránea” (como probablemente lo llamaría Carlos Castaneda) que se hace pasar por nuestro verdadero yo.

La temática de la película nos permite especular sobre el origen inspirador de la cinta. Tal vez para cuando comenzó a escribir el guión, la presión de estar casado con la ahora cincuentona Madonna, diez años mayor que él y poseedora de una arrolladora personalidad, lo hizo concebir la historia de Revolver. Ahora que se han divorciado, nos hemos enterado de que la reina del pop ha afirmado que hay gente a su alrededor que está “discapacitada emocionalmente”, probablemente refiriéndose a su ex esposo. El cuadro entonces estaría completo: uno es incapaz de amar a la otra del ego superdesarrollado.

Fuera de toda especulación, la cinta deja mucho que desear. Si usted cree que Revolver es otra cinta más de culto a la Ritchie, no encontrará el ritmo vertiginoso, ni los diálogos pintorescos ácidos y vulgares, emitidos en un casi incomprensible slang propio del bajo mundo y tan comunes en sus trabajos iniciales, encontrará más bien el intento fallido de una cinta pretenciosa y densa cuya clave de interpretación se ofrece al final con los testimonios de especialistas sicólogos o siquiatras que dan su calificada definición de qué es el ego y qué nos hace a los seres humanos.

Uno de esos especialistas afirma que el mejor truco del ego es hacernos creer que el demonio sí existe, cuando dicha figura del mal en realidad solo es un disfraz del propio ego. Así, lo mejor de la cinta es que provoca ciertas reflexiones, pero no a través de ella sino de lo que dicen los citados especialistas.

Visto así, no es de extrañar que Revolver no dure más de dos o tres semanas en cartelera: un golpe leve al ego del propio Ritchie, si su intención era generar elogios, lo cual dudo. Se trata más bien de su forma de darle cauce a sus sentimientos más íntimos, referidos a él o a las personas que viven o vivían en su círculo personal.

Saturday, December 06, 2008

Centinelas

El fracaso de la justicia

Ricardo Martínez García

En la vida uno puede encontrarse en cualquier lugar a personas abusadoras, violentas, gandallas, que van coleccionando víctimas hasta que alguien les pone el alto. Puede tratarse desde simples broncudos racistas de taberna, oportunistas que se apropian del trabajo de los otros, hasta mafiosos narcotraficantes que amenazan y asesinan sin ningún remordimiento.
La cinta Centinelas (Outlaw, 08) del británico Nick Love, muestra a un grupo de personas que de una u otra manera han sido víctimas de abusos y violencia, formando una banda de vengadores para tratar de hacer algo en contra de abusadores, pedófilos y mafiosos.

Sean Bean, actor nacido en Sheffield conocido por su trabajo en El Señor de los Anillos (en donde da vida a Boromir) y en Ronin (como un supuesto soldado de élite) entre otras, tiene el protagónico en esta cinta como el sargento Danny Bryant, quien acaba de regresar de algún cuerpo de paracaidistas asignado en Irak o Afganistán, asqueado y cansado de lo que ha visto en el frente, por lo que decide dadas las circunstancias –su esposa lo ha dejado para estar con otro- formar un pequeño grupo de reacción ante las agresiones de que han sido objeto.

Bryant es el encargado de “entrenar” a los miembros de la banda cuyo objetivo es “hacer algo” en contra de los malos. Tal intención no se realiza inmediatamente: sufren una tunda al enfrentarse a unos buscones en un bar; luego dejan caer dinero robado a unos mafiosos, hasta que en un tercer intento comienzan a levantar gente (muy al estilo del narco en México) seleccionada por sus antecedentes delictivos para torturarla y asesinarla.

Los miembros de la banda –en la cual hay un abogado al que le asesinan a su esposa embarazada por no retirarse de un caso, un joven con feas cicatrices en la cara hechas con algún arma filosa y un jefe de seguridad de un hotel que gusta de fisgonear a los huéspedes- comienzan a ser conocidos como unos modernos Robin Hoods pues el público que los ve en televisión huyendo luego de un asalto, no sabe que dejan caer el dinero por mera incompetencia, y comienzan a idealizarlos.

Las absurdas pero tétricas situaciones en las que se involucran, como golpear a unas personas atadas y encapuchadas genera dudas en algunos ellos, pues son en el fondo personas decentes, y tienen sus resquemores para aplicar la justicia por propia mano.

La cinta así planteada parece ser un conducto para canalizar y reflejar el sentimiento social generalizado de que la justicia en la Gran Bretaña ha alcanzado niveles insostenibles de corrupción (pues no solo en México se padece del mismo mal), y de que en los más sensibles e indefensos de la población campea la paranoia o el miedo a la violencia, al grado de provocarle pesadillas a un ejecutivo de ventas que es el primero en unirse a la banda de “centinelas” y a la postre el único sobreviviente.

La banda de vigilantes vengadores llega a su fin cuando los verdaderos mafiosos se las arreglan para tenderles una trampa, enviándolos a una emboscada con policías que los quieren ver eliminados, policías que presumiblemente colaboran con el jefe mafioso.

El mensaje de la cinta, filmada con un estilo de cámara nerviosa, con mucho movimiento y cambios bruscos de planos, los cuales pueden llegar a exasperar, parece ser que los ciudadanos o se resignan a vivir con la corrupción y a ser víctimas impotentes, o toman la justicia por su cuenta pero arriesgándose a echarse encima tanto a policías como a delincuentes. Es naturalmente una película pesimista, de tintes fascistoides, con un tipo de violencia muy realista (con escenas de salvajes golpizas, asesinatos y huesos fracturados a palos) y con un final triste y previsible.

A ratos la cinta parece una extraña mezcla entre Tarde de Perros, de Sydney Lumet y protagonizada por Al Pacino (por la cómica ineptitud de los miembros de la banda) y Taxi Driver de Martin Scorsese, con gran actuación de Robert de Niro (porque el líder de la banda es un ex soldado de regreso a la patria, asqueado, confundido y paranoico con ganas de hacer algo “trascendente”), y con algunos significativos detalles en la trama que recuerdan aquella famosa cinta de Charles Bronson El Vengador Anónimo (Death Wish, Michael Winner, 74), en la que el protagonista tomaba la justicia en sus propias manos luego del asesinato y violación de su esposa e hija.

¿A eso nos estaremos encaminando en los lugares en donde la corrupción y la violencia, los asaltos, secuestros y levantones, y su consiguiente impunidad hacen patente el fracaso de la justicia, a convertirnos en vengadores anónimos o centinelas? Tal vez ya haya algunos así, pero la policía no los dará a conocer.

Red de Mentiras



El amor por encima del deber


Ricardo Martínez García


La insatisfacción civil hacia las acciones bélicas que ha desarrollado el gobierno de los Estados Unidos de América tiene a veces un cauce de expresión mediatizada en la cinematografía actual. Tal es el caso de cintas como Traidor (Nachmanoff, 08), Leones por Corderos (Redford, 07), En el Valle de Elah (Haggis, 07) y algunas otras por el estilo, donde se muestra el juego político-burocrático-militar que está detrás de las acciones emprendidas en países como Afganistán e Irak, luego del 11 de septiembre del 2001.


Red de Mentiras (Ridley Scott, 2008) es una cinta en la que se sigue manifestando el sinsentido de una cruenta y lenta guerra en la que se vale realmente todo, con tal de hacer que aquel que ha sido catalogado como el enemigo asome la cabeza y pueda ser atrapado, en aras de la lucha contra el terrorismo.


La película comienza con una frase en la que queda claro que las acciones que se realizan en contra de alguien –casi siempre violentamente- tienen repercusiones, algo así como la ley del talión pero a nivel global: las masacres a las que han sido sometidos durante tantos y tantos años los pueblos “enemigos de la libertad” tal como la entienden los funcionarios del gobierno norteamericano, han comenzado a pasarle la factura a los mismos agresores en forma de explosiones y atentados terroristas. La cinta parece querer decir: “si siguen así, no se extrañen de que en el futuro se repitan más 11 de septiembres”.


Luchar genuinamente contra el terrorismo no es lo mismo que provocar terrorismo para combatir el terrorismo, y en eso es en lo que está involucrado el agente encubierto de la CIA Roger Ferris (el cada vez mejor actor Leonardo Di Caprio) y su poco fiable jefe Edward Hoffman (un Russell Crowe bastante contenido y discreto), todo en aras de conseguir la victoria sobre la amenaza real del terrorismo que amenaza a los buenos ciudadanos norteamericanos, aunque extrañamente los ataques casi siempre se producen en territorios extranjeros, salvo naturalmente aquellos del 11 de septiembre.


En la lucha mefistofélica y con sofisticaciones altamente tecnificadas caen, como siempre, víctimas “colaterales”, como el arquitecto árabe al que el buen agente Ferris, con la mano en la cintura y sin medir consecuencias, le construye una vida paralela desde la virtualidad de la red internet pero ya no como el honrado arquitecto que es, sino como un supuesto líder terrorista, todo con el sagaz objetivo de provocar la egolatría del verdadero jefe para que dé signos de vida y atraparlo.


Ferris se encuentra de pronto entre el cinismo de su jefe y la superior astucia del jefe de inteligencia jordano, el tan elegante como siniestro Hani (el inglés Mark Strong) y su despiste amoroso, elemento más que improbable en una trama de espías profesionales pero que tiene como objetivo darle cierto romanticismo a la cinta, sobre todo porque presupone que Ferris antepondrá sus sentimientos por la hermosa Aisha (la actriz iraní y ex estudiante de piano en el Conservatorio de Viena Golshifteh Farahani) por encima de su deber de patriota: tal es la red de situaciones inciertas que dan título a este entretenido filme del célebre director Ridley Scott.


Hay ciertas cosas en la trama de la cinta que difícilmente pueden ser creíbles, como el trabajo secreto de un agente de la CIA evidentemente caucásico operando casi sin problemas en peligrosos lugares de Oriente Medio, auxiliado tan solo por un teléfono satelital que lo mantiene en permanente contacto con su jefe, quien opera cómodamente desde su casa mientras atiende a sus hijos. Es más creíble en ese sentido el personaje de Don Cheadle en Traidor: un norteamericano musulmán negro estudioso del Corán, quien se encuentra en la disyuntiva de serle fiel a su país y/o a su religión. Ferris se da cuenta de sus errores operativos pero para entonces es demasiado tarde para el arquitecto-señuelo que “fabricó” y casi también para él mismo, a su vez convertido en señuelo por el jefe de la inteligencia jordano Hani, que busca en apariencia lo mismo que él: atrapar al jefe terrorista.


La cinta representa un intento más de crítica a las acciones bélicas del gobierno de Bush en Afganistán e Irak, si se le desea interpretar así, pero se distrae un poco con el planteamiento personal del modo en que resuelve Ferris su trabajo como espía y la emergencia de un nuevo amor. De otro modo, es una excelente opción o alternativa de cinta de acción con temas sobre política internacional y terrorismo.

Wednesday, December 03, 2008

La Duquesa

Las bajas pasiones de la alta sociedad

Ricardo Martínez García

La máscara de la más alta nobleza de la sociedad inglesa del siglo XVIII, levantada por gracia y obra de la literatura histórica, deja ver a los verdaderos seres humanos debajo de ella. Así lo hicieron algunos autores universales desde Shakespeare hasta Virginia Woolfe y en Francia Alejandro Dumas en su clásica trilogía Los Tres Mosqueteros, Veinte Años Después y El Vizconde de Bragelonne 1 y 2, entre otros.

La casi veneración divina que el pueblo británico le prodiga a sus nobles –actitud que se encuentra también en otras monarquías del mundo- resulta grotesca luego de observar la vida íntima, aceptada y asumida por sus propios miembros, y los pequeños detalles con los que se las gastan y gastaban los nobles señores, amos poderosos dueños de la vida y la muerte de sus súbditos, en gran contraste con los limitados actos permitidos a sus esposas o amantes.

La Duquesa es una cinta de época ambientada en la campiña británica a fines del siglo XVIII, fastuosa y minuciosa en su estética visual pero humana, demasiado humana en el aspecto moral y costumbrista propio de los aristócratas, caso específico del Duque de Devonshire, al que se consideraba el más poderoso de la Inglaterra de su tiempo y uno de los más claros ejemplares de hombre cuasi omnipotente producto del llamado absolutismo monárquico.

Basada en la novela histórica de Amanda Foreman Georgiana Duquesa de Devonshire, la cinta narra la vida matrimonial de Georgiana Spencer (una sorprendente Keira Knightley, ya lejos de su papel de pirata), mujer afamada por su belleza quien a instancias de su madre logra un matrimonio “ventajoso” con el frío e indiferente William Cavendish, quinto duque de Devonshire (un rígido y casi inexpresivo Ralph Fiennes), hombre inmensamente rico y poderoso.

La cinta apenas si trata de pasadita el hecho de que la duquesa tuvo cierta importante participación en algunos eventos políticos (como la formación del Partido Liberal), una destacada actividad como creadora y diseñadora de lo que llamaríamos ahora «imagen personal» y de relaciones públicas al servicio de algunos políticos, además de que era una auténtica socialité.

Dirigida por el cineasta británico Saul Dibb, La Duquesa se centra en el sufrimiento y el trato desigual e injusto que le prodiga su acaudalado esposo, a quien lo único que le interesa de ella es que le dé un heredero varón. Pero no le interesa compartir, ni conversar ni nada con su “esposa”. Y menos aún que ésta emita juicios sobre sus acciones.

En un acto de rebeldía, G, como le llaman sus amigos a la duquesa, decide aplicarle un poco de la misma sopa a su esposo al intentar conseguirse su propio amante, pero el duque le hace ver la fragilidad de su posición a pesar de ser su esposa. Ella apechuga amargamente ante la presión del duque y de su propia madre ante la perspectiva de perder de golpe los objetos de su amor maternal.

La película es muy buena en su efectismo, al grado de que nos hace sentir verdadera pena por la pobre niña rica, casi recluida en su gigantesco palacio pero mimada hasta el hartazgo y casi obligada a vivir con un marido muy paleto, pero además nos recuerda que aún las más ricas lloran y mucho por lo que más quieren, que son sus hijos, al grado de renunciar a su corazón de mujer en aras de su natural y casi divino amor de madre.

Los problemas que plantea la cinta son de carácter moral y doméstico pero con la salvedad de que son problemas aristocráticos. Nada fuera de lo común para la manera de pensar de la época, tan permisiva con los amoríos de los caballeros, a quienes les aterra ser el hazmerreír de la población o aparecer como los cornudos.

La película no alcanza a producir esa sensación de perversión que se hace patente en una película como La Educación Prohibida, o el desborde criminal de las pasiones como en Los Motivos de Luz, pues su efecto es más bien despertar indignación ante la inequitativa situación matrimonial avalada por los retorcidos valores morales socializados e hipócritas.

La trama parece un alegato contra el machismo, por muy noble y aristocrático que éste sea. Pero así se concebían y aceptaban esas situaciones entonces; ocurre que Georgiana era una mujer adelantada para su tiempo y sus hijos fueron el instrumento que se utilizó para regresarla a su época real. En realidad hay cosas que no cambian nunca: las bajas pasiones humanas aún en las altas esferas sociales.