Wednesday, May 27, 2009

Reencuentro

Reencuentro

Ricardo Martínez García


La ya veterana actriz Helen Hunt debuta como directora con la cinta Reencuentro (Then she found me, 07), un trabajo personal con un guión escrito por ella misma, a partir de una novela, del mismo título en inglés, de Elinor Lipman, que ofrece una visión de la  confrontación entre el deseo de una maestra de kínder de tener hijos, con las situaciones amorosas que vive, aunado al hecho de conocer a su madre biológica en plena madurez.

Hunt es una actriz prolífica con una carrera que comienza en su infancia y que ha trabajado tanto en cine como en televisión. Su trabajo, que en cantidad y calidad tal vez solo podría ser comparado con el de Jodie Foster pues ambas comenzaron siendo niñas, incluye un Oscar como mejor actriz en 1996 por Mejor Imposible, así como un Emy y un Globo de Oro por la serie Mad About You.

April Epner es una casi cuarentona (aunque la Hunt cumplirá 46 el próximo 15 de junio) que desea un bebé luego de casarse con Benjamin Green (Matthew Broderick, al que no se le quita el aspecto de adolescente a pesar de los años, aunque ahora está algo más llenito).  Luego de intentarlo durante casi un año, sin conseguirlo, Ben decide abandonarla, dejándola luego de tener sexo con ella.

En su desconsuelo, April comienza a relacionarse con Frank (Colin Firth), un divorciado que tiene a sus hijos en el kínder donde trabaja ella. El amor que sienten mutuamente se mezcla a los sentimientos encontrados que ella experimenta a partir del reencuentro con su madre biológica, Bernice Graves (Bette Midler, que con su sola presencia es el antídoto para la parquedad y seriedad de la Hunt), una conductora de televisión al estilo de Ophra Winfrey.

Al dejar abierta la relación con su esposo Ben, y luego de ese último encuentro sexual, April queda embarazada, con lo que su relación amorosa con Frank se complica más de lo debido. Entendiblemente éste se enoja al darse cuenta de que ella se ha visto con su esposo, del que se suponía estaba separada. Hunt ofrece aquí su mirada más fría y escrutadora sobre los motivos que llevan a alguien a buscar a la otra persona. April busca ser madre pero se resiste a aceptar a la madre que no buscaba, echándole en cara su decisión de darla en adopción. Busca también el amor, pero se resiste a dejar ir al que ya no es, aunque le ofrece el beneficio de participar en el proceso del embarazo, pero a su vez lastimando sin querer al nuevo prospecto, con quien en un momento dado se sintió hasta en familia.

La trama, que está de alguna manera inmersa en contextos religiosos judíos, llega a un anticlímax cuando ella pierde al feto a las diez semanas de gestación. La tristeza que esto genera en April es de los mejores momentos interpretativos de Hunt.

Siguiendo los consejos de su madre, April al final se decide por la adopción, con lo que reinicia el ciclo que ella misma vivió al ser adoptada y criada por una familia judía.

Un dato curioso es el cameo que realiza el escritor británico hindú Salman Rushdie, a petición seguramente de Hunt, como el tranquilo ginecólogo que le hace los ultrasonidos a April, y que pregunta si falta alguien cuando ella se hace acompañar por Ben y Frank en una revisión, o el que respetuosamente escucha las plegarias en hebreo que April recita en su segunda revisión, acompañada solo de su madre.

La cinta tiene sus momentos conmovedores, alegres (debido a la gracia natural de Midler), y románticos. La directora logra darle un ritmo tal que resulta atractiva para casi cualquier espectador sensible. Más de uno se verá reflejado en las situaciones planteadas de manera realista en las escenas.

Wednesday, May 20, 2009

Las Cenizas de la Luz


La luz que quema
Ricardo Martínez García
Yusef no necesitó ser el objeto de una apuesta entre Dios y su Adversario para, a la manera de un Job moderno, perderlo todo a instancias de algún maligno. Solo necesitó una complicada operación y trasplante de córneas para perder todo lo que tenía.
Majad Majidi, experimentado cineasta iraní, entrega en Las Cenizas de la Luz (The Willow Tree) un drama conmovedor y lleno de matices simbólicos.

Yusef (Parvis Parastui) es un maestro universitario de literatura que quedó ciego desde los ocho años. Al ir a una revisión a París le practican un trasplante de córneas que le posibilita volver a ver. Su vida hasta entonces había sido apacible, tranquila y llena de felicidad al lado de su familia. Su esposa y su hija, junto con el ambiente doméstico y el trabajo universitario lo hacían sentir pleno.

Después de la operación, Yusef experimenta un cambio radical en su noción del mundo. No es tan drástico y terrorífico dicho cambio, como en El Ojo, ni la intensión del director. Para Yusef el avance de la ciencia moderna le significa la posibilidad de volver a ver, pero también la posibilidad de percibir cosas completamente humanas que no habría podido percibir de seguir ciego.

Al volver a Irán, Yusev se siente un nuevo hombre, y eso no tendría nada de malo si no fuera porque comienza a renegar de su propia vida, la cual no reconoce ya por hacérsele poca cosa. Dicen que de la vista nace el amor y en él el refrán se cumple. Queda prendado de una joven y linda alumna suya, lo cual hace sufrir a su esposa y a su madre. Además es testigo de cómo un carterista trabaja en el metro, sin decir nada y solo mirando.

El matiz religioso de la vida de Yusef se manifiesta en sus oraciones, las cuales se dirigen a Dios pidiendo que le devuelva la vista y luego que le dé una nueva oportunidad de vida.

El director Majidi, quien tiene en su haber casi diez películas ya, es un reconocido cineasta que ha contribuido a ofrecer al mundo una nueva visión de su país. No es como Marjane Satrapi pero en sus cintas es posible encontrar el retrato de situaciones sociales actuales de su nación.

Es posible una interpretación metafórica de esta cinta en la que pudiéramos pensar en Yusef como si representara a su nación o cultura (no por nada él es un maestro de literatura que en un arranque de desesperación quema libros y papeles de su biblioteca, cuyas cenizas son lo que queda de esa sabiduría despreciada, como la luz de la que hablaban los ilustrados franceses).
El estado de ceguera no le impedía percibir el mundo ni entenderlo; incluso él consideraba que su estado era paradisíaco, con sus libros y su literatura. Pero una vez que recobra la vista, gracias a la ciencia (que podría ser considerada el instrumento del maligno en cierta visión religiosa de su nación), su conciencia se trastoca y comienza a experimentar deseo por las cosas que ahora sabe son bellas y que no le pertenecen (como a su joven alumna), sin darse cuenta de que ese deseo lo aleja de su esposa e hija, quienes representan a lo verdaderamente propio. Es como si al ver, realmente no viera.

El rompimiento con su viejo y confortable mundo no es, como en Job, algo fuera de su voluntad, sino que él se somete a los cambios de manera voluntaria. Dichos cambios lo llevan a renegar de sí mismo, no de Dios, pues él cree que al tener nuevamente su visión tiene derecho a una nueva vida, lo cual no es posible, pues él ya tiene una vida. A menos claro que rompa con todo lo anterior. Con quien no quiere romper es con Dios, como lo muestra su necesidad de recobrar una oración que había escrito en Braille y que había ido a parar al fondo de la fuente de su patio.

Es como su país, en el cual no se puede borrar la historia solo porque hay un nuevo gobierno o una nueva doctrina política. Hay que adaptarse pero sin romper con lo antiguo, con su cultura y religión, parecería ser finalmente la moraleja de la metáfora.

Tuesday, May 19, 2009

I Love You Man


Te amo, Brother

Ricardo Martínez García

Peter Klaven (Paul Rudd) es un insulso agente de bienes raíces que contraerá matrimonio con su bella novia Zooey (Rashida Jones), quien le sugiere que sería deseable que uno de sus amigos fuera su padrino de bodas. Lo que ella no sabe es que su novio carece de amigos. A partir de esa premisa se desarrolla una tragicomedia con situaciones realmente absurdas, sobre todo para la novia.
John Hamburg, director de esta cinta, es también el responsable del guión, rubro en el que participó en películas como Conoce a los Fockers (04) y Zoolander (01). La idea es resaltar la importancia no de encontrar un padrino de boda, sino en encontrar y valorar una verdadera amistad.
Peter no tenía necesidad de un amigo varón, pues los compañeros de trabajo que tiene no lo pelan, no así las mujeres, quienes se llevan de maravilla con él. Así, parecería que no había por qué buscar un amigo. Lo absurdo es que en el afán de complacer a su novia, Peter cae en situaciones verdaderamente extravagantes, como cuando concierta citas con hombres de diferente índole y con diferentes resultados (uno termina besándolo).
En una exposición de venta de una casa, propiedad de Lou Ferrigno (el popular e Increíble Hulk de la serie de televisión en los ochenta) y que organiza Peter, éste conoce a Sydney (Jason Segel), un gorrón que se dedica a ir a comer los bocadillos que se ofrecen en tales eventos, y comienza una amistad que crecerá cada vez más hasta que la propia Zooey se siente alarmada de la empatía de su novio y su nuevo amigo.
Sydney es el típico desocupado del que no se sabe cómo se gana la vida pero es un tipo con sentido del humor y con sentido común, además de una forma estrambótica y espontánea de ser, por lo que aparentemente choca con Peter, quien es rígido hasta decir basta.
Ese conflicto aparente distancia a Peter de Sydney justo cuando éste hace algo que revive la carrera en bienes raíces de su amigo. La única que se da cuenta del valor (de manera exagerada en la cinta) de la amistad entre ellos es precisamente Zooey, quien invita al incómodo amigo para que sea finalmente el padrino de boda de su novio.
Se trata de una comedia ligera, con un mensaje bastante humano pero manejado de manera un tanto exagerado y pretensioso, aunque no carece de momentos jocosos.

Monday, May 18, 2009

Las Flores del Cerezo


La Fugacidad de la Vida

Ricardo Martínez García

¿Qué hacer cuando aquel ser querido, amado, que ha sido parte casi inadvertida de nosotros mismos durante tantos años, finalmente muere y nos deja con nuestra soledad? Esa parece ser la cuestión que plantea la cineasta alemana Doris Dörrie en su cinta Las Flores del Cerezo, su más reciente trabajo, el cual la muestra como una directora consumada que maneja a la perfección los diferentes estilos dramáticos en una misma cinta.

La crítica social y los estereotipos de género que caracterizan a algunos de sus trabajos, como Hombres (Men, 85), Nadie me ama (Keiner Liebt Mich, 95) y ¿Soy Hermosa? (Bin Ich Schön, 98) dejan lugar ahora en Las Flores del Cerezo (Hanami Kirschblüten, 08) a un trabajo introspectivo, familiar, en el que la directora explora las relaciones ordinarias y habituales de una pareja, más que madura, de Rudi (Elmar Wepper) y su esposa Trudi (Hannelore Elsner).

El parecido entre los nombres de esta pareja, unida durante muchos años en matrimonio, da una idea de la compenetración tan grande que se tienen, que aunque grande no es absoluta. Trudi siempre ha tenido la intención de aprender un estilo de baile típico de Japón, conocida como Butoh, a la cual es muy aficionada, afición que en nada es compartida por su esposo.

La pareja tiene tres hijos, los cuales son mayores, independientes y poco apegados a sus padres. Incluso no saben qué hacer con ellos cuando los visitan. La disciplina del trabajo de Rudi y la sobreprotección hacia sus hijos de Trudi parecen ir en contra de lo que podría considerarse un amor filial normal y natural.

El desapego de sus hijos en realidad no es nada para Rudi, no así la muerte de Trudi, el cual es un golpe severo del que difícilmente se recuperará, y para lo cual prepara un viaje al Japón, tan solo para ver el Monte Fuji, como era el deseo de su esposa.

La cinta se convierte en una road movie que recuerda a la aclamada Perdidos en Tokio (Coppola, 03), pero más humana y cálida, sobre todo por la intervención de Yu, (Aya Irizuki), joven simpática y desinteresada que enseña a Rudi a “bailar con su sombra”. La empatía que logran Yu y Rudi recuerda a la de los personajes de Bill Murray y Scarlett Johansson en la cinta de la hija de Francis Ford Coppola, pero la trasciende y la rebasa con mucho.

El trabajo de Dörrie es redondo en cuanto a la gama de sentimientos que despierta en el espectador. El desapego de los hijos que raya en la grosería, la ironía de ciertos actos de la vida y hasta algunos momentos absurdos, como cuando Rudi se pasea por Tokio con la ropa de su mujer bajo el abrigo, le permiten a la directora plantear algunos importantes temas de reflexión sobre las relaciones humanas. El amor de pareja, el conocimiento personal asumido que en realidad no lo es, los verdaderos intereses no compartidos, la búsqueda del sentido de la vida cuando se pierde la confortable seguridad que se deposita en el otro, son algunos tópicos de esta conmovedora cinta.

El trabajo fotográfico de Hanno Lentz es digno de destacarse, ya mostrando el caos vehicular de Tokio, o su vida nocturna, (de la que Rudi se da una probadita, tan solo para darse cuenta de su soledad insoportable) y el contraste con plácidas escenas como la del Monte Fuji, o la tranquila y vetusta provincia que habitan Rudi y Trudi. El título de la cinta hace alusión a una noción filosófica de la vida: las flores del cerezo representan la fugacidad de la vida: en unos cuantos días las flores se abren, desprenden su polen y finalmente mueren. Así es también la vida humana.

Thursday, May 07, 2009

Duplicidad


Desgana al doble

Ricardo Martínez García

Tras cierto tiempo de inactividad por maternidad o por lo que fuera, Julia Roberts regresa a la pantalla grande con la insípida cinta Duplicidad, del director Tony Gilroy, alguna vez candidato al Oscar y guionista de las tres cintas de la serie Bourne, de Michael Clayton y El Abogado del Diablo, por mencionar algunas.

La Roberts, ganadora del Oscar por su trabajo en Erin Brockovich (00) se ve desencanchada, a pesar de estar bien apoyada por Clive Owen, y tal vez eso se deba más al argumento, escrito por el propio Gilroy, que a la probada capacidad actoral de estas dos estrellas. Extraña que el argumento quede a deber, considerando el trabajo que ha realizado Gilroy en ese terreno.

Dos altos ejecutivos de empresas productoras de cosméticos planean el robo de la fórmula de un producto que “cambiará el rumbo del mercado”, y para ello se entremezclan en un confuso trabajo de espionaje que más que tener atento al espectador lo sumen en profundos momentos de sopor.

La película muestra lo que no es ningún misterio: el trabajo honrado de las personas verdaderamente inventivas puede caer en manos de empresarios vivales que de pronto se adjudican el mérito y los beneficios de un descubrimiento.

En la necesidad de ser ingeniosa, meta de la que queda lejos debido a una excesiva pretensión de sofisticación, la cinta muestra también cómo al mejor cazador se le va la liebre (a menos que pensemos que habrá una segunda parte –poco probable- en la que se verá que Claire Stenwick (Roberts) y Ray Koval (Owen) finalmente se salieron con la suya).

Ni el romance ni el trabajo de intriga realizado por los dos espías contienen momentos que se pudieran destacar. Un juego de aparentes traiciones entre estos dos ex de la CIA y M16 da como resultado que ninguno puede confiar demasiado en el otro, en lo que tal vez representa el mejor momento de la cinta, por lo cómicamente absurdo de las situaciones planteadas. Pero como el juego psicológico es excesivo, el espectador de pronto tampoco sabe qué pensar sobre los resultados obtenidos. Lo que sí parece claro es que una relación que experimenta tantos giros no tiene buen augurio de llegar lejos, a menos que se asuman y compartan los fracasos.

Anticipándose a toda maniobra de espionaje por parte de sus empleados, el empresario Howerd Tully (Tom Wilkinson) se adelanta no solo a dichos saboteadores, sino a su principal enemigo, el soberbio Dick Garsil (Paul Giamatti), para revelarse como el verdadero cerebro detrás de las operaciones subversivo-comerciales en esos grandes conglomerados de cosméticos.

Tully y Garsil abren la cinta en una escena que los muestra en un aeropuerto, junto a su equipo de colaboradores, a un lado de sus respectivos aviones, enzarzándose en una absurda pelea como si fueran niños. Tal escena no se comprende si suponemos que Tully es el que se sale con la suya, o a menos que se conjeture que se pelean porque ambos fueron burlados por la pareja Stenwick-Koval, lo que la cinta al finalizar no muestra.

El resultado final de la película es muy poca acción, casi no hay generación de expectativas sobre lo que ocurrirá, el ritmo es semilento. Es un trhiller fallido. Ni la aparición de esas dos estrellas del cine hollywoodense logra levantar el carácter de esta cinta que es sólo apta para aquellos que realmente sean fans de la Roberts o para aquellas que gustan de ver atractivos galanes como Owen.

Saturday, May 02, 2009

The Haunting in Connecticut


Extrañas apariciones

Ricardo Martínez García

Se dice que uno de los aspectos más tétricos y terroríficos dentro de la magia negra es esa parte llamada nigromancia, la cual consiste en la consulta y uso de personas muertas o de sus espíritus (si tal cosa es posible) con fines de adivinación o de ejercer una voluntad sobre algo o alguien, generalmente de manera perversa.

La cinta del director debutante Peter Cornwell cuenta con las actuaciones de Virginia Madsen, famosa por la serie de televisión Monk, y Elias Koteas, quien participara en la cinta bélica La Delgada Línea Roja, de Terrence Mallick.

Madsen juega el rol de Sara Campbell, una madre atribulada por la enfermedad de uno de sus hijos, Matt (Kyle Gallner), quien en busca de su comodidad alquila una casa que pronto se convierte en su peor pesadilla.

Con varios elementos clásicos en cintas de este género, como la atracción incomprensible del joven enfermo hacia la parte más siniestra de la casa, o sus constantes visiones que pudieran ser producto del tratamiento de su cáncer, la película resulta entretenida e intrigante a ratos.

A pesar de ser previsible en ciertos aspectos, hay momentos en que el ambiente de terror es bastante efectivo y puede arrancar uno que otro verdadero sobresalto al espectador sensible (como pude ver en algunas pocas personas en la sala), sobre todo porque no recurre a efectos excesivos y por la aceptable recreación de la actividad a principios del siglo pasado del joven vidente Jonah (Erik Berg), quien era el maleable instrumento de un poderoso brujo, al cual se le salen las cosas de control.

El sacerdote Popescu (Koteas), al igual que Matt, está cerca de la muerte, por lo que decide aplicarse en el auxilio de la familia Campbell en su encuentro con esa casa que más que embrujada es un acumulador de lo peor del espíritu humano: había visto mucha mala onda, con funerales y cuerpos robados del cementerio, horriblemente mutilados, y algo o mucho de esa mala vibra la guarda entre sus paredes, literalmente. En este sentido hay ciertos elementos semejantes en The Grudge (04) del japonés Takashi Shimizu

De acuerdo con la publicidad, esta cinta está basada en un caso verdadero, lo cual resulta inquietante, aunque hay que pensar que algunos hechos horribles se convierten en tema de  productos de la industria del cine. Además está como antecedente el documental realizado por Discovery Channel titulado A Haunting in Connecticut (02) y dirigido por John Kavanaugh. Hay que destacar que la palabra Haunting se refiere en general a un lugar en donde se supone que se aparecen los muertos o donde los muertos espantan.

Otras cintas con temática parecida son A Haunting in Georgia (Jeffrey Fine, 02), la serie de Amityville (8 cintas) y hasta la mexicana Cañitas (07), de Julio César Estrada. Claro que la calidad de estas películas varía, así como varían los gustos de los espectadores. Véala si gusta usted del género y si no tiene pesadillas por la noche luego de ver cintas de espantos.

De la Serie Puros Cuentos

Miedo
Ricardo Martínez García

Habían pasado doce días desde que se decretara la contingencia sanitaria en nuestra ciudad. La sensación inseguridad que me invadía cada vez que salía de casa, a pesar de que despreciaba la medida del tapabocas y el saludo de mano, se acrecentó a niveles insospechados, convirtiéndome en un verdadero ermitaño, amargado y temeroso de cualquier contacto humano o animal.

La intolerancia hacia los demás y la repugnancia a tocar a alguien me condujeron rápidamente a extremos de paranoia, desconocidos hasta entonces para mí (o eso creo), tales que me hacían concebir extrañas ideas que involucraban el uso de la gasolina y el fuego, ideas que tomaban en mi imaginación el carácter purificador que tuvieron antes la hoguera y la tortura en ciertas épocas y lugares históricos durante la Edad Media.

A pesar de lo anterior, deseaba verla. Solo a ella y a su mundo personal. Irónica y tristemente, ella era la única de entre toda la gente que conocía que no consentía en verme, a pesar de mis ruegos, de mis mal encubiertos chantajes e incluso de mis odiosos silencios.

El argumento que esgrimía para mantenerme alejado era una mezcla extraña de sentido común, temor real a un contagio y su extrema necesidad de aislarse del mundo y de sí misma. Pero lo real o lo que ahora veo con claridad: se trataba de una paranoia aún más fuerte que la mía. Todo un caso para el psicoanálisis.

Una tarde calurosa como pocas, finalmente decidí verla, al costo que fuera. Me trasladé al edificio en el que habitaba con la esperanza de atrapar una oportunidad de verla, aunque fuera de lejos, y mirarla aunque ella no me mirara, a amarla de manera incógnita, a saber que ella estaba ahí aunque ella no supiera de mí.

Un vecino salió de su edificio. Al verme, simplemente se alejó a toda velocidad, dejando la puerta abierta, lista para mi ingreso y no lo pensé más. Subí las escaleras. Todo era silencio. Un ambiente lúgubre y de tristeza acompañó mi ascenso.

Acostumbraba a verme en el espejo de la puerta contigua al de ella con el fin de arreglar mis cabellos o limpiar mi nariz, más moquienta de lo normal, pero esa ocasión no pude. Dicha puerta estaba abierta y una linda niña se asomaba. Me miró y lanzó un pequeño grito de sorpresa, corriendo de inmediato al interior. Mis manos tiemblan al escribir esto. Cuando se cerró la puerta, por efecto de alguna corriente de aire, pude ver. Vi el reflejo de lo que había sido mi rostro, el cual me aparecía como el de alguien completamente ajeno a mí.


¡Mis ojos destellaban con una expresión inconfundible de locura, mi piel mostraba una pálida consistencia cerosa y mi pelo ralo e hirsuto me daban el aspecto de una cómica imitación del Nosferatu de  Herzog!

Si no hubiera sabido de la contingencia sanitaria habría estado tentado a explicarme a mí mismo que esa imagen bien podría deberse a un concurso en el que hubiera participado con un excelente disfraz y luego de tremenda borrachera, pero no, yo sabía muy bien sobre la epidemia y sus efectos perniciosos.

Mi miedo ahora no es el de un misántropo enemigo de la humanidad que evita a toda costa ser contagiado. ¡El miedo que siento es ahora a que ese horrible rostro sea real y no producto de mi paranoia o de mi loca imaginación! Es algo que no puedo soportar.