Monday, February 28, 2011

El discurso del Rey


El símbolo de un imperio

Ricardo Martínez García

El director británico Tom Hooper narra en El discurso del Rey (11) la historia del rey George VI de Inglaterra, de cómo llega al trono luego de que su hermano mayor se ve presionado para abdicar, pero sobre todo de cómo lucha contra su tartamudez.

Bertie (Colin Firth, como siempre en plan grande) es un hombre inseguro que no soporta hablar en público, a tal grado que su esposa, la princesa Elizabeth y madre de la actual reina, (Helena Bonham Carter) busca con insistencia un remedio a su problema de lenguaje, y peregrina entre doctores hasta que da con el desconchado consultorio del terapista Lionel Logue (un estupendo Geoffrey Rush) y comienza el arduo trabajo por hacer su discurso medianamente fluido.

Es la interesante historia de una inesperada amistad, de un periodo histórico de la Inglaterra de la primera mitad del siglo XX, de grandes y terribles retos, de una nación y su representante, el rey, quien ha de dar la cara aunque no sea él precisamente quien tome las grandes decisiones, quien es cabeza de una monarquía pero cuyo papel es más modestamente representativo.

La lucha que realmente lleva a cabo Bertie es contra sí mismo, contra sus traumas y frustraciones alimentados desde la infancia, contra su inseguridad acrecentada por su propia familia. La ayuda que Lionel le ofrece es la de mostrarle cómo ser espontáneo, de soltarse un poco de esa rigidez que no lo deja ser él mismo. Lionel es un personaje aparte: es un amante de Shakespeare, medio psicólogo y terapeuta a la vez, cuyos métodos heterodoxos causan escozor en algunos personajes cercanos al entonces príncipe e inminente rey.

Se trata de una cinta de época bellamente realizada, divertida, con escenarios fastuosos (que contrastan con el consultorio de Lionel), excelentes actuaciones, buen ritmo y que enfatiza dos cosas: el valor extraordinario de la imagen del rey inglés y el valor más palpable de una gran amistad.

Saturday, February 26, 2011

El Rito

El Rito
La adulteración del exorcismo

Ricardo Martínez García

Si el rito es un acto -a veces de carácter simbólico- que repite incesantemente su forma y en ello radica su efectividad, el sacerdote Lucas Trevant (un declinante Anthony Hopkins) es el menos apto para enseñar el del exorcismo a un neófito (a manera de un mistagogo) y escéptico seminarista a punto de ordenarse. El padre Lucas hace de tal rito una especie de terapia en la que la madre de una víctima del maligno la lleva ante el sacerdote como si fuera una consulta más, mientras que éste durante la ceremonia se da el lujo de interrumpirlo para contestar su celular.

Con una línea argumentativa que la emparenta más con El Exorcista 2, El Hereje, (Boorman, 77), cinta mucho más inquietante por sus propuestas teológico-morales que por sus efectos especiales (y protagonizada por el gran actor Richard Burton), El Rito (11) del director Mikael Håfström, presenta un trabajo basado en “hechos reales” -sin especificar si se refieren por hechos reales a una poseída que arroja por la boca clavos de metal o si trata del modo en que un seminarista es coaccionado a tomar un curso para exorcistas con la amenaza de que si abandona el camino del sacerdocio de cobrarle su instrucción- y que en cierto nivel desmitifica o ironiza la realización y efectividad del susodicho rito.

Sin escenas de terror o de suspenso que verdaderamente impacten al espectador (quien vaya a verla pensando que es una clásica película de terror se desencantará de ella), hay una especie de ambiente cínico a lo largo de la cinta, de una especie de hastío que expresa muy bien el personaje de Hopkins, que pasa por ser el más experimentado de los exorcistas, pero que queda muy lejos de la majestuosa simpleza del padre Lankester Merrin, maravillosamente interpretado por Max Von Sidow en aquella clásica de William Friedkin de 1973.

Wednesday, February 16, 2011

El Cisne Negro


El otro yo

Arte y Pasión

Ricardo Martínez García

La nueva cinta de Darren Aronofsky es una historia que encierra muchas otras. Es la historia del desarrollo de los preparativos que realiza una compañía de ballet, para una nueva temporada con El lago de los cisnes, y de las relaciones entre las ballerinas y su director. También es la historia de la relación de la bailarina principal y de su controladora y sobreprotectora madre, que ve en ella lo que ella no pudo ser. Igualmente es la historia de cómo una artista en la plena extensión de la palabra lleva su performance a extremos de realismo totalmente radicales aún a costa de su vida. Del mismo modo, es la trágica historia de las pasiones humanas que juegan un papel predominante en los personajes de El lago de los cisnes de Chaikovski.

El afán por sentir al personaje dual del cisne blanco y el negro, que tan intensa y eficazmente le exige el director de la compañía Thomas (un excelente Vincent Cassel) llevan a Nina (Natalie Portman en plan excelso), su prima ballerina, a experimentar un cambio radical de forma de ser, como si fuera el surgimiento de una especie de mitad siniestra (al estilo de Stephen King), con sus desdobles en espejos y dualidad de ser. Hay una Nina contenida, frígida y controlada por su madre, y hay otra que se apodera de su ser completamente pero solo a ratos, que es toda sensibilidad y lujuria. En Nina confluyen demasiado cercanas las pulsiones del eros y del tánathos, conducidas por las exigencias de su doble interpretación, pero la segunda pulsión –avivada por el instinto sexual- pugna por salir completamente (dejándose llevar), justo en el momento del clímax de la danza del tercer acto, pero mostrando su poder solo en la conclusión del cuarto acto.

Con una cámara que a ratos va al hombro y que sigue a la protagonista por las calles, o va delante de ella a través de los camerinos, la técnica fílmica no da tregua al espectador, marcando un ritmo acompasado con los crescendos de esa hermosa música compuesta por el genial ruso. Música, danza y actuación se entremezclan bella y constantemente, dando como resultado una extraordinaria y exquisita cinta que cuenta historias más allá de la propia historia cinematográfica, trascendiendo la de la reina cisne –el cisne blanco y el cisne negro-, la de Rothbart y la del príncipe.

El Turista


¿Se enamora siempre del hombre correcto?
El refinamiento absoluto: hacer lo que quieran

Ricardo Martínez García

En clave de comedia romántica y de espías, la cinta El turista (10), de Florian Henckel von Donnersmark, oscila entre el homenaje a las viejas películas europeas de espías al estilo de las novelas de Agatha Christie, el guiño al llamado cine de arte, con escenarios fastuosos y actrices bellísimas, y cintas con tramas más cercanas a la serie de Bourne, o a las del Agente 007 –en una versión femenina protagonizada por esa femme fatale que es Angelina Jolie-, pero con un final que recuerda a El Talentoso Mr. Ripley, solo que en este caso se trata de un talentoso banquero y sus habilidades para hacer cambiar de manos a enormes sumas de dinero.

Frank (Johnny Depp) es un relajado turista norteamericano en Europa que se encuentra de pronto con una mujer despampanante y muy segura de sí misma llamada Elise (mismos adjetivos para Angelina Jolie) que lo seduce y conduce a una aventura con persecuciones y confusiones de personalidad, de la que saldrá bien librado por su insospechada capacidad de previsión.

Divertida y amena si no se es demasiado exigente, con agradables actuaciones de estas dos súper estrellas que están a un nivel personal y profesional en el que realmente hacen lo que quieren y que se encuentran en una situación fílmica parecida a la que tuvo Jolie con Brad Pitt en Sr. y Sra. Smith, otra comedia no tan refinada como ésta cinta de Donnersmark (aunque Depp se encuentra lejos de una situación personal como la de Pitt), la cinta es bastante disfrutable, con muy buen ritmo, aunque sea ligeramente predecible.

Temporada de Brujas


Algunas almas ni son humanas
Ridiculous versus diabolus

Ricardo Martínez García

Hay una canción de Donovan llamada Season of the Witch, tal como se llama esta cinta de Dominic Sena, muy bien utilizada para rematar la cinta To die for de Gus Van Sant (y en la que Nicole Kidman ofrece su mejor trabajo). Dominic Sena va por otro lado y se inclina más bien por la ficción medieval, que intenta mezclar elementos históricos y religiosos pero el resultado es un híbrido de terror serie b demasiado poco creíble.

Luego de matar enormes cantidades de personas “en nombre de la Iglesia” en diferentes campañas en medio oriente, mejor conocidas como Las Cruzadas, de pronto al caballero francés Behmen (Nicolas Cage) y a su compañero Felson (Ron Perlman, lo mejor de la película), aparentemente les cae el veinte y deciden retirarse –a pesar de su juramento- de estos combates contra los infieles, que incluían a mujeres y niños indefensos. De inmediato son considerados como desertores, son atrapados y para no ser prisioneros o muertos, aceptan la misión de trasladar a una mujer acusada de brujería a un monasterio, donde sería juzgada por los frailes de manera “justa”.

Hasta ahí todo parece históricamente correcto, y la cinta resulta interesante, pero es en la narración del traslado de la acusada donde ésta pierde la brújula y se convierte en algo que mezcla elementos de cintas como Van Helsing, Legión, El exorcista, y otras por el estilo, pero de manera tal que no se puede más que sonreír con cierto sarcasmo.

¿Cómo no hacerlo al ver a Behmen luchar cuerpo a cuerpo con el mismísimo señor de la oscuridad, de tú a tú? Eso es conceder demasiado a la idea de un diablo tan poco poderoso, que solo se arredra ante un libro casi mágico y cuyos rezos aparentemente tienen el poder de regresarlo al infierno, de donde no debió salir. Tal vez lo que no debió salir es un argumento tan pobre como el de esta cinta.

Monday, February 07, 2011

Déjame entrar


El dulce sabor de la sangre fresca

Ricardo Martínez García

Hay dos escenas claves en la clásica obra del vampirismo, el Drácula de Bram Stocker: la primera cuando Jonathan Harker llega al castillo del Conde en medio de la lúgubre noche, éste le abre la pesada puerta y le dice que entre por su propia voluntad; la segunda es cuando la dulce y bella Lucy Westenra le abre la ventana semiinconsciente pero voluntariamente al Conde para que entre a su habitación. Con estas dos escenas parece establecerse que los vampiros no pueden obligar o forzar a nadie a entrar o a dejarlos pasar a los aposentos de los humanos.

El director Matt Reeves coescribe el guión de Déjame Entrar (10) junto con el autor del libro del mismo título, el sueco John Ajvide Lindqvist, con la premisa del permiso que necesita un vampiro para entrar, pero hasta ahí la referencia al clásico. La historia gira en torno de Owen, un niño flacucho, blanco predilecto de otros niños que abusan de él; su madre está en proceso de divorcio y casi no lo puede atender. Owen (Kodi Smit-McPhee) entonces se hace amigo de una niña llamada Abby (Chlöe Grace Moretz) que se muda a su mismo edificio. La amistad se hace algo más ante la soledad mutua de los niños, además de que comparten secretos que explicarían varios crímenes cometidos justo a partir de la llegada de Abby al vecindario.

Sin el glamour de otras cintas de grandes presupuestos y bellos protagonistas que explotan su sex appeal de modo más que evidente, pero sí con una historia sencilla y bien contada, pocos efectos especiales pero buenas dosis de dramatismo, Reeves logra una cinta redonda y entretenida. Tal vez no sea la película americana de terror más grande desde hace 20 años pero sí es una película bastante recomendable. Ya hubo una primera versión, filmada hace dos años por el sueco Tomas Alfredson y titulada Let the right one in, la cual fue aclamada por la crítica, pero no se vio en México.

El amor de mi vida


Poesía pura

Ricardo Martínez García

La cineasta neozelandesa ganadora del Oscar por mejor guión en 1993 por El Piano, Jane Campion, entrega una conmovedora cinta de época, bellamente lograda, que narra la historia de amor entre el poeta John Keats y la señorita Fanny Brawne y que lleva el nombre de uno de sus poemas: Bright Star (08), subtitulada atinadamente como El Amor de mi Vida.

La historia introduce al espectador poco a poco en los sentimientos de la señorita Fanny (Abbie Cornish) y el joven poeta John Keats (Ben Wishaw), en la manera en que se van enamorando y la dulce y enorme pasión, y de cómo la familia de ella ve la transición de este amor.

John Keats es considerado uno de los poetas ingleses más representativos e importantes de principios del siglo XIX y del movimiento del romanticismo en la Gran Bretaña. Poeta que no vio en vida el reconocimiento a su obra, vivió en gran medida a expensas de su amigo y mecenas Charles Armitage Brown, relación que en la cinta de Campion se presenta como contrastante con la de la señorita Brawn.

El manejo del ritmo narrativo, de la escenografía y de los actores es una obra de arte in crescendo, que llega al clímax con la muerte del poeta. Sin falsos sentimentalismos, la cinta conmueve al espectador lo suficientemente sensible como para captar en esta sencilla historia de una relación casi platónica –y que escandalizó a la sociedad victoriana de su tiempo, al publicarse la correspondencia que mantuvo la pareja-, la grandeza y la tragedia amorosa que se dio entre este poeta extraordinario y la no menos extraordinaria Fanny Brawn. No deje de verla.