Wednesday, December 17, 2014

Anabelle

Expectativa de sobresaltos
Era solo una muñeca

Ricardo Martínez García

Beneficiaria de una expectativa interesante al ser anunciada como la precuela de El Conjuro (James Wan, 13), aquella exitosa cinta de terror presumiblemente basada en hechos reales consignados por el matrimonio Warren, la cinta Anabelle (John R. Leonti, 14) no alcanza a cubrir tales expectativas generadas.

A pesar de contar con una narración fílmica pulcra y sin excesos visuales en efectos especiales, la cinta no logra horrorizar de lleno a la audiencia, ávida de imágenes escalofriantes como las vistas en otras cintas del género, como La noche del demonio (10) y la propia El conjuro (13), ambas dirigidas por James Wan, quien también es productor ejecutivo de la serie televisiva American Horror Story, y de Anabelle.

La propia naturaleza de ser un caso examinado secundariamente en El conjuro, pero ahora como historia central de esta cinta parecería hacer de Anabelle una historia más apoteósica si cabe la palabra.

Mia y John (Anabelle Wallis y Ward Horton) son un joven matrimonio que sufren el allanamiento de su casa por parte de un par de fanáticos de una secta satánica. La policía da muerte a ambos, pero en ese acto al parecer hay una transferencia sobrenatural hacia una muñeca, Anabelle, parte de la colección de Mia.

A partir de ese momento comienzan a ocurrir extraños hechos relacionados con la muñeca, aunque Mia tarda en hilar tal relación. Cuando lo hace, recurre a la ayuda de una nueva amiga, propietaria de una librería esotérica, Evelyn (Alfre Woodard), y de un sacerdote católico, el padre Pérez (Tony Amendola), quienes intentarán ayudarla.

En El Exorcista (Friedkin, 73) el padre Merrin (Max Von Sidow) termina por sacrificarse por la víctima poseída; en El Conjuro son los Warren (Vera Farmiga y Patrick Wilson) quienes ponen a salvo a la familia en problemas; en Anabelle también se sacrifica alguien por el bienestar de la familia, siguiendo un modelo de personajes buenos y malos, manifestación de la vieja dualidad bueno y malo. Esperemos que el bien siempre triunfe, y si lo hace espectacularmente, qué mejor.


La Dictadura Perfecta

Al mejor postor
Presidencia a la venta

Ricardo Martínez García

En otras circunstancias, la cinta de Luis Estrada, La Dictadura Perfecta, sería hilarante en cierto modo y en ciertas escenas, pero en el contexto actual, en el que se está viviendo una crisis más, política y de credibilidad en las instituciones, exacerbada por los actuales acontecimientos en Ayotzinapa y la corrupción en los más altos círculos políticos y empresariales, con pequeños botones de muestra como la llamada “casa blanca” de Peña Nieto, o las trapacerías de diputados panistas, perredistas y priístas, hacen de esta cinta un motivo más bien para la vergüenza ajena y propia, poco motivadora de carcajadas y más apta para el pesimismo y la desesperanza.

La clave argumentativa de la cinta está en el manejo de imagen que puede hacerse desde la televisión mexicana y (desde su amplia red de asociados), verdadera detentadora del poder económico y político. Los ejecutivos de producción, sabedores del poder que genera el uso eficiente de una “agenda setting” en los noticieros de alcance nacional, adecuada a las necesidades del cliente político en turno, diseñan los temas del debate político que pueden encumbrar o aplastar cualquier prestigio personal o institucional.

En un vaivén entre la carcajada y la indignación, vemos referencias al caso del señor de las ligas, René Bejarano, en plena avidez de dinero, o la manera en la que se han gestado campañas electorales que encumbran a políticos deshonestos, que se creen dueños de sus estados, que hacen y deshacen a su antojo (como lo muestra el reciente caso de Ángel Aguirre y José Luis Abarca). También vemos a un presidente copetudo afirmar en inglés chistoso que los mexicanos hacen en Estados Unidos trabajos que ni los negros quieren hacer, matando dos pájaros en una sola escena al hacer referencia a Peña Nieto y a Vicente Fox.

Carmelo Vargas (Damián Alcázar), gobernador de algún estado norteño, es sorprendido en el momento de recibir un maletín de dinero. El video es filtrado a la televisión por el líder de la oposición en ese estado, Agustín Morales, (Joaquín Cosío). Al intentar detener la bola de nieve mediática que se le viene encima, Vargas hace un oneroso contrato con la Televisión Mexicana, en primera instancia para lavar su imagen, y en segunda, buscando, desde la televisora, una postulación para “la grande”, en lo que representa un chiste sin chiste, dadas las semejanzas con la realidad.


Con una excelente dirección y producción, esta cinta de Luis Estrada, que también ha dirigido La Ley de Herodes (99) y El Infierno (10), ha sido elegida para representar a México en los Premios Goya 2015.