Saturday, August 20, 2016

Escuadrón Suicida

Ni tan malos
En busca del guión perdido

Ricardo Martínez García

Aunque el título de la nueva cinta de David Ayer, Escuadrón Suicida (Suicide Squad, 16) alude a un grupo de personas, son los personajes de Deadshot y Harley Quinn quienes protagonizan en realidad esta cinta de antihéroes que, por ser tan malvados, son usados para combatir a una entidad, supuestamente terrorista, pero más bien una poco creíble criatura sobrenatural aún más malvada que ellos.

El enemigo ya no es el terrorismo, ahora es una bruja de estilo náhuatl liberada por accidente, como si fuera el genio de la lámpara, pero sin conceder ningún deseo, y que desea destruir a todo el mundo.

Si bien el disfrute de una cinta de ficción y de acción estriba en jugar el juego de la imaginación, haciendo algunas pequeñas concesiones a la coherencia, en esta película solo se halla el disfrute en la corroboración de que son los clichés y el uso de ciertas probadas fórmulas (como el del grupo que se forma para derrotar al enemigo, las peculiaridades de los integrantes del grupo, el sacrificio individual en aras del amor, etc.) los que guían a una historia disparatada, que explota y apuesta, en lo que le toca, por el atractivo visual perverso del personaje interpretado por Margot Robbie.

Will Smith cumple como héroe de acción, pero al actuar como el inescrupuloso asesino a sueldo Deadshot, que quiere ser también un buen padre de familia preocupado, cae en un aparentemente irresoluble dilema moral (y que es el dilema de toda la cinta: ser buenos siendo muy malos), pero que además de ello es aceptado por su hija tal como es de malvado (“papi, sé que haces cosas malas, pero aún así te amo”).

En medio de una excelente banda sonora con algunos de los mejores clásicos de grupos roqueros como los Rolling Stones, Black Sabbath, AC/DC, Credence Clearwater Revival, Eminem y The White Sripes, entre otros, se presentan a los integrantes del escuadrón suicida que la todo poderosa Amanda Waller (Viola Davis) conforma, con autorización del presidente, para combatir a los malos de Ciudad Gótica y otros enemigos de la Gran Nación, una vez que Supermán ha dejado de volar, para dar seguimiento a la película Batman contra Supermán, El Origen de la Justicia.

En el universo de personajes creados por DC Comics, seguramente hay algunos que son novedad para la mayoría de los espectadores, y la cinta los presenta tan rápidamente que resultan confusos y desdibujados. El antihéroe más detestable es el inspirado en un pandillero latino, que en su furia desata los poderes que posee. El Guasón, personaje que interpreta Jared Leto queda algo lejos de la tenebrosidad que en su momento le puso el desaparecido Heater Ledger, y por su parte Harley Quinn, que se supone está loca, su mayor chifladura es enamorarse del Guasón y fantasear con tener una vida normal con él.


La cinta resulta divertida solo en escasos momentos, y es predecible en su mayor parte. Lo mejor es la banda sonora sin duda, además de la escenografía, pero la historia, el guión, falla al reunir a estos malosos para combatir a entes sobrenaturales, a los cuales pretenden destruir con métodos convencionales de una guerra de guerrillas. El entretenimiento por el puro entretenimiento no es divertido.

Nunca apagues la luz

Vida en las tinieblas
Miedo a lo oscurito

Ricardo Martínez García

Hay entidades que aparecen cuando las luces se apagan, pero desaparecen al encenderse la luz, o al menos esa es la premisa de la cinta del director sueco David F. Sandberg, y que está basada en el corto del mismo nombre que el realizador filmó en 2013.

Rebecca (Teresa Palmer) es una joven que trata de vivir su vida de modo independiente, luego de salirse de su casa, pero cuando Martin (Gabriel Bateman) su hermano menor, comienza a mostrar signos de gran cansancio, durmiendo en sus clases, ella es llamada, ante la ausencia de su madre Sophie (Maria Bello).

Sin grandes efectos especiales, pero con un manejo acertado de la escenografía, la fotografía y la interpretación actoral (algo que comparte con las cintas de James Wan), este cineasta europeo presenta una sobria película de terror, si cabe decirlo así, en la que la tensión y el suspenso juegan un papel preponderante.

En su infancia Sophie tuvo una amiga, Diana a la que conoció cuando tuvo que ser internada en un hospital psiquiátrico, por problemas de esquizofrenia. Diana tenía una condición física especial, no toleraba la luz, por lo que al ser sometida a una novedosa terapia, muere en circunstancias más que misteriosas. Es a esta amiga a la que Sophie, sin saberse cómo, está ligada ya en su vida adulta, y las víctimas son sus dos hijos, Rebbeca y Martin.

En un alarde de investigación detectivesca, Rebbeca logra, con ayuda de su novio, descubrir algunas cosas sobre Diana, pero de conocer sus datos biográficos a verla cada vez que apaga la luz, hay un gran trecho.

El acoso de la fantasmagórica amiga de Sophie llega a tal grado que al parecer es incluso la responsable de la desaparición del papá de Martin, así como del de Rebecca. En la oscuridad Diana se muestra enorme, poderosa y terrorrífica, pero ante la luz, se desvanece completamente, al menos en apariencia.

Nunca queda claro de qué manera Diana quedó ligada a Sophie, pero lo que sí queda claro es que sólo con la muerte de ésta la otra desaparecería, así como la amenaza que representaba para su familia. Con amigas como ella, para qué necesita enemigas.


Se trata de una cinta bien hecha, cumple con el objetivo de ser entretenida y mantener al filo de la butaca a los espectadores. No es una cinta de la que uno salga realmente aterrorizado, sino más bien intrigado por la extraña historia de la amistad entre Sophie y Diana. Aún así, apagar las luces en casa, luego de ver la cinta, será por lo menos atemorizador.  

Truman

De frente a la vida
Dignidad ante todo

Ricardo Martínez García

Julián y Tomás son dos amigos de la infancia que se vuelven a encontrar, luego de un tiempo de no verse. Tomás (Javier Cámara) emprende el viaje desde Canadá y hasta Madrid, donde vive su amigo Julián (Ricardo Darín), quien es un actor argentino que trabaja en teatro, y con el que pasará cuatro inolvidables días.

Cesc Gay, cineasta catalán nacido en 1967, presenta en Truman (2015) una obra en la que la actitud de los personajes ante lo inexorable juega el papel central. Julián sabe que morirá pronto, y su manera de enfrentar ese hecho oscila entre lo franco cómico y lo obsesivo realista. Su amigo Tomás es su fiel compañero que acepta tal hecho y apoya a su amigo en todo momento, aunque no sin oponer cierta resistencia. 

Julián vive su vida sabiendo que se acaba y la vive de acuerdo a lo que cree está bien, pero los demás parecieran que ignoran que también su vida se va acabando poco a poco, aunque no por enfermedad (como la de todos). 

¿Es demasiado mórbido planear el propio funeral, o pensar sobre todo en el futuro de su perro, llamado Truman, por parte de Julián? Truman también ya está viejo, pero a diferencia de Julián, no puede decidir por sí mismo, así que eso lo tiene que hacer su dueño antes de su viaje definitivo.

Ricardo Darín, como siempre, imprime su sello personal e interpreta a Julián de un modo sobrio, racional, simpático y de una franqueza demasiado cruda, tal como lo amerita su situación, incluso cuando decide que, llegado el momento, no esperará a que empeore tanto que se vuelva dependiente de otros.

Javier Cámara, por su parte, realiza un trabajo magnífico, con discreción pero con fuerza y carácter en su papel de Tomás, quien, andando con Julián, termina siendo testigo de cómo reacciona la gente que lo conoce y sabe de su estado de salud. El hijo de Julián, el dueño del teatro donde trabaja, sus colegas actores, su ex esposa, etc., todo en diferentes y variados escenarios.

Dentro de la temática de enfermedades terminales, hay varias películas destacables como Antes de Partir (2014), o Ya casi te extraño (2015), y ésta de Gay por supuesto, que no cae en el sentimentalismo sino que ofrece una mirada sobria y ecuánime de una situación de esta naturaleza.


Se trata de una cinta entretenida y conmovedora, en la que la fuerza interpretativa de estos dos excelentes actores iluminan aspectos de la vida cotidiana y de la forma de afrontarlas, como la amistad, la familia, las enfermedades, las relaciones personales, etc. “Tiene sentido”, dice en un momento dado Julián.

Más fuerte que las bombas

El punto ciego de los sentimientos
La verdad de los sentimientos

Ricardo Martínez García

Gene es un profesor de preparatoria y ex actor, viudo de una fotoperiodista de gran fama, Isabelle, fallecida en un accidente de auto. Tanto él como sus hijos Jonah y Conrad, viven su duelo de maneras muy distintas.

El director noruego Joachim Trier presenta en este filme cuatro perspectivas familiares sobre un suceso vivido en común: la pérdida de la madre y de la esposa. Para cada uno este evento tiene un significado diferente, lo cual resulta patente cuando la agencia para la que trabajaba Isabelle (Isabelle Huppert) solicita permiso para buscar material fotográfico inédito en la casa familiar.

Gene (Gabriel Byrne) vive con su hijo menor Conrad (Devin Druid), quien vive introvertido pero no ajeno a su entorno. Cada vez que Gene intenta establecer alguna charla con su hijo, solo encuentra rechazo y aislamiento. El hijo mayor, Jonah (Jesse Eisenberg), está por terminar su doctorado en sociología y acaba de ser padre. Es él el que revisa el material dejado por su madre para la agencia, encontrando efectivamente material inédito que desecha por ser demasiado íntimo y revelador. Al mismo tiempo, el colega periodista de su madre Richard (David Strathairn) decide escribir un homenaje para Isabelle en el New York Times, lo cual genera cierta angustia a Gene, pues su hijo menor no sabe sobre lo que se piensa realmente del accidente de su madre.

La trama se teje con elementos cotidianos en las familias modernas, fragmentadas, indiferentes en apariencia, faltas de comunicación, cada uno intentando vivir su vida lo mejor que puede, egoísta la mayor de las veces. Los recuerdos que cada uno de ellos hilan sobre su madre ofrecen para el espectador una visión más completa que la imagen fragmentada que la que ellos se han construido para sí individualmente; la personalidad de todos es una construcción colectiva. Siendo así, no se puede hablar de que una visión personal sea más cierta que otra. La imagen que tenemos de cada quien, pareciera sugerir la cinta, es resultado de lo que hemos vivido con esa persona, más lo que otras personas comunican de ella. La verdad es consensual, como diría Adorno, o al menos el conocimiento de los otros. Pero en la cinta no hay consenso sin comunicación.

Si en su trabajo como corresponsal gráfica de guerra Isabelle fotografiaba escenas que denuncian la barbarie de los conflictos armados, la cinta denuncia esa falta de comunicación en las familias, que ocultan cosas para no lastimarse entre sí, pero el verdadero daño es precisamente no comunicarse. El trabajo periodístico de Isabelle debía generar profunda indignación, pero lejos del conflicto, sus fotos se pierden en la indiferencia de la vida social. La sola comunicación no basta para vencer la indiferencia general.


La cinta invita a la reflexión sobre la vida familiar y social, sobre la importancia de la comunicación y su valorización, y al final, sobre aquello que consideramos cierto o verdadero pero que puede no ser más que parte de un todo, del que solo conocemos una parte.

La Bruja

Fanatismo autodestuctivo
Del folklore norteamiericano

Ricardo Martínez García

Hay algunos aspectos culturales a lo largo de la historia de la humanidad que resultan autodestructivos para aquellos que comparten un específico sistema de creencias basadas en una religión. Expresiones de lo mágico, de lo satánico, mueven las acciones de algunas personas hacia fines siniestros, en una clara violación de las leyes tanto de la naturaleza como de las humanas.

A partir del siglo XVII las grandes migraciones de europeos anglosajones y protestantes a las Colonias Británicas comenzaron a poblar las extensas llanuras del norte y medio oeste norteamericano. 

Muchos de ellos arrastraban consigo una cultura de arduo trabajo agrícola, forjada en la pobreza y en la precariedad, pero además eran fieles del cristianismo protestante en sus múltiples variantes, creyentes del poder divino de Dios y de su manifiesta voluntad, así como de la real existencia de su adversario, quien constantemente los tentaba a pecar y alejarse de Dios. Eran dueños de una espiritualidad desbocada, basada en una inculta interpretación de los textos bíblicos, lo que daba pie a extrañas desviaciones supersticiosas.

En un sistema de creencias donde una acusación infantil podía tener como consecuencia ser juzgado o juzgada como practicante de la brujería y ser quemado, o ahorcado, nadie estaba seguro. Miles de personas inocentes en Europa central sobre todo, y algunas en América, víctimas de la maledicencia, la envidia, la ignorancia y la paranoia, murieron al ser acusadas de practicar la brujería y de ser adoradoras del diablo. 

Son famosas en la historia las cacerías de brujas llevadas en Alemania, así como las múltiples ejecuciones llevadas a cabo, en el lado del cristianismo católico por oficiales de la Santa Inquisición, tanto en Europa como en Norteamérica. La cacería de brujas fue algo en lo que compitieron tanto protestantes como católicos.

En este contexto se plantea la cinta La Bruja, dirigida por Robert Eggers, una narración descarnada, casi un documental sobre una familia emigrada que decide vivir en el aislamiento de un valle rodeado de bosques de la Nueva Inglaterra a inicios del siglo XVII. 

La familia trabaja en su granja, pero la normalidad se trastoca cuando desaparece el hijo más pequeño, el bebé que estaba cuidando la hija mayor Thomasin (Anya Taylor Joy) a orillas del bosque. La desaparición es tan súbita que ella no sabe a qué atribuirlo: un lobo o ¿una bruja? Se desata entonces una paranoia familiar de consecuencias nefastas.


Casi sin efectos especiales, entrevemos a una mujer que vive en lo profundo del bosque untarse el cuerpo con la sangre del bebé raptado, algo de lo que comúnmente se acusaba a las brujas, con el supuesto fin de poder volar; al final vemos a Thomasin participando de lo que parece un aquelarre o sabbat en medio del bosque, a donde llega siguiendo a Black Phillip, la cabra, con quien ha tenido una conversación perturbadora. El suspenso que se genera no es tanto la de una película de terror convencional, sino una en la que lo espantoso es la autodestrucción familiar, producto de la superstición. ¿No es eso lo que desea el diablo?

El conjuro 2

Con esto no se juega
Fe y escepticismo

Ricardo Martínez García

¿Cuántos casos interesantes guardarán los archivos del matrimonio Warren? En El Conjuro 2 (2016) el director James Wan recrea el caso de Enfield, un barrio de clase trabajadora en Londres, en la década de los 70 del siglo pasado.

La familia Hodgson, que atraviesa por grandes penurias económicas, comienza a sufrir una serie de situaciones sobrenaturales en su casa, la cual es vieja, oscura y siniestra. El espíritu de un anciano pareciera atormentar particularmente a la hija menor de la familia, a la hora de dormir y con lo que parecen pesadillas horribles.

En su afán por ayudar, los Warren, laicos devotos muy cercanos a la Iglesia católica, deciden ir a Londres a recabar pruebas de que hay en verdad una entidad demoníaca en la casa de la familia Hodgson, que amerite un exorcismo autorizado. Pero los eventos se desencadenan demasiado rápido y de modo inesperado, que hacen innecesaria esa autorización. Tales eventos se valoran o se desechan según el enfoque y las pruebas materiales, que es algo con lo que al parecer cuenta el ente demoníaco, que engaña y miente para alcanzar sus metas. Los Warren se retiran ante el aparente fraude, pero luego se dan cuenta de que cometen un error.

La cinta está excelentemente ambientada en la década de los 70, con actuaciones sólidas tanto de Vera Farmiga como de Patrick Wilson y de Madison Wolfe, quien ofrece una electrizante actuación que la coloca al lado de Linda Blair, además de una excelente banda sonora que incluye el clásico de The Clash “London Calling”.

Desde el formato del título de la película es claro el deseo de Wan de celebrar al género clásico de terror, pues tal formato es muy parecido al usado en El Exorcista. Aunque la película está muy bien hecha, desde la edición, la fotografía, la música, las actuaciones, la ambientación y los efectos especiales, su principal virtud es lograr mantener al espectador al filo de su asiento, generar el tipo de tensión tan peculiar de las mejores cintas de este género, como ya lo mostró el propio Wan en El Conjuro y La Noche del Demonio 1 y 2.

El lado débil de esta nueva entrega tal vez tenga que ver, primero, con la lógica misma de la historia, aunque claro, al ser una historia demoníaca, es probable que eso la ubique más allá de cualquier lógica. No se puede uno dejar de preguntar ¿por qué esta familia, por qué el ente demoníaco posee particularmente a Janet Hodgson?, ¿cuál fue el verdadero papel de los Warren en el caso de Amityville? Es posible que estas preguntas solo sean indicativo de que se debe ver al menos un par de veces esta cinta. Pero también es claro que si hay entes que pueden hacer lo que se ve en la cinta, no queda más que encomendarnos a Dios y pedir su protección.


Por otra parte, no deja de llamar también la atención que hay en esta cinta una estructura fílmica, un esquema previamente diseñado, que no es novedoso, pero que igual sigue atrayendo al espectador. Es claro que el esquema usado en El Conjuro (2013) es la guía para su secuela, y cuyo éxito garantiza el interés por esta segunda parte.