La verdad siempre vence |
Historias ocultas del fascismo italiano
Ricardo Martínez García
Cuando la maquinaria oficial que escribe la historia de un país está en manos de un solo hombre, éste puede moldear hasta la suya. Muchos hombres de poder, cuando han alcanzado su punto más alto en tal ejercicio, controlan detalles de su vida personal en aras de mantener cierta imagen, sea de partido, gubernamental o estatal.
La cinta del director italiano Marco Bellocchio Vincere (La amante de Mussolini, 09) es un homenaje al cine mudo, a la gran tradición cinéfila de los italianos, a su historia y al registro fílmico que se ha hecho de ella. Es un homenaje a la música y la ópera, pero sobre todo es la historia –más que probable – de una mujer apasionada que se entrega totalmente y sin miramientos a su amante, del que no sabe casi nada, más que es un hombre que poco a poco escala posiciones políticas hasta llegar a ser el dictador que lleva a Italia a la guerra y que reconoce la existencia legal de su enemigo-aliado: El Vaticano.
La miseria en la que se ve envuelta Ida Dasler (Giovanna Mezzogiorno) luego de engendrar un hijo con Mussolini, del cual es separada, está esencialmente contenida en el desconocimiento autoritario de su credibilidad: es ingresada en un manicomio y declarada enferma mental, tanto más cuanto ella grita su verdad. En este aspecto hay grandes semejanzas con la cinta de Clint Eastwood, estelarizada por Angelina Jolie, Changeling (El sustituto, 08), aunque en dicha cinta quien desea mantener las apariencias es el Departamento de Policía de Los Angeles, corporación que también sabe ser ruda, tal como narran algunos libros de James Elroy y casos documentados como el de Rodney King.
Gran actuación dramática tanto de Mezzogiorno como de Fabrizio Costella, en su doble papel del dictador y de su hijo. Excelente homenaje a aquellas viejas cintas mudas y musicalizadas en vivo con un piano, que hicieran las delicias de aquellos cinéfilos incipientes, un poco en la línea de Cinema Paradiso (Tornatore, 88) o Splendor (Scola, 88). No deje de verla.