Ricardo Martínez García
Las bellas e inquietantes fotos de Francesca Woodman expresan la búsqueda de sí misma a través de imágenes en blanco y negro en donde el sujeto retratado –ella misma como modelo- aparece difuso o borroso, en un ambiente depresivo y surrealista, como de película de David Lynch.
Los desnudos y las poses en la obra de esta precoz artista norteamericana (comenzó a tomar fotos cuando tenía alrededor de trece años) parecen reflejar la búsqueda desesperada del autorreconocimiento pero a la vez -y de manera contradictoria- un deseo de aislarse del mundo, de manifestar una desolación o una soledad máximas.
De algún modo, su trabajo está en el extremo opuesto al de artistas visuales como Spencer Tunick (no lo imagino posando desnudo para sus propias fotos), quien explora el fenómeno que él mismo ha creado de las masas humanas dispuestas a adoptar insólitas y homogéneas poses en escenarios espectaculares, como en el Zócalo de la ciudad. Tunick representa la objetivación de la masa; Francesca la íntima objetivación del sujeto.
La etapa europea
Francesca nació el 3 de abril de 1958 en la ciudad de Denver, Colorado. Estudió en la Escuela de Diseño de Rhode Island de 1975 a 1979 y pasó un año becada en Roma. Estos años estuvieron marcados por una gran creatividad; además, en su trabajo muestra la influencia del clacisismo, la sensualidad y la idea de la decadencia que experimentó en Roma.
La composición en algunas de sus fotos es rica en contrastes de texturas, donde la naturaleza –frutas, escenas boscosas o de playa- se funde con el cuerpo de la artista; en la imagen titulada “Tres tipos de melón” se muestra la foto, no exenta de humor, de una imagen de melón sostenido por la modelo, otro melón partido a la mitad y los senos de la modelo. El erotismo no es la excusa pero tampoco está excluido de su interés, incluso cuando su modelo es un hombre u otra mujer.
Durante su estancia en Roma (77-78) Francesca tomó muchas fotos en las que el fondo de sus imágenes muestra paredes deconchadas y corroídas por el salitre, como de vecindad tepiteña, frecuentemente formando ángulos rectos y perpendiculares, como enfatizando la calidad geométrica del origen arquitectónico clásico, cuyo estado físico es ruinoso. Estos escenarios recuerdan los ambientes en los que le gustaba ubicar su trabajo en Rhode Island, donde buscaba viejas mansiones victorianas o fábricas abandonadas que le pudieran ofrecer el contexto apropiado para lo que quería expresar.
Las fotos de este periodo muestran su conocimiento e influencia de los pintores clásicos italianos. Un ejemplo de ello es la serie “Calendario Pez -6 días” que cuenta con un aspecto general de naturalezas muertas combinadas con desnudos parciales.
En otras imágenes hay una especie de espiritualidad místico religiosa de inspiración cristiana que clama por una transformación de la carne: el dolor autoinflingido es casi palpable por la explicitud de los objetos lacerando su cuerpo, o en las que la postura de éste y su etérea apariencia muestran una estética muy bien lograda, que a veces raya en lo monstruoso y terrorífico, como expresando su deseo de escapar de la prisión del espacio representado por su propio cuerpo, o también como si se poseyera la conciencia de la permanencia sumamente temporal de nuestro ser en este mundo. Tal percepción resulta realmente angustiante.
Algunas fotos parecen afirmar nuestra calidad de fantasmas que, al revés de la máxima del viejo Fidel Velásquez, “el que se mueve no sale en la foto”, en las tomas de Woodman la foto es del que sí se está moviendo, del que es inaprensible y aparece por lo tanto borroso y confuso.
Cuando ella no está en primer plano, aparecen desvencijadas puertas colocadas contra la pared, fuera de su sitio natural, en posiciones curiosamente geométricas y, una vez más, acompañadas del cuerpo desnudo de la modelo en posturas cercanas a la fetal, que reflejan su deseo de esconderse.
El subjetivismo de la mirada
Francesca era la típica adolescente norteamericana, como puede verse en los autorretratos que sí muestran su cara, pero sus gestos denotan una especie de conocimiento de quien se ha asomado demasiado al destino final de la humanidad: la muerte. Francesca mostró con sus fotografías que una artista como ella no necesitaba estar detrás de la cámara para hacer sus fotos, que la idea previa y la conceptualización de la composición y realización de las tomas son las que cuentan al final para obtener perturbadoras pero a la vez inocentes imágenes.
Woodman realizó un ejercicio introspectivo que la llevó a conocerse, sin otra mediación más que la de su mirada, al hacerse objeto de la imagen con su propia cámara colocándose al frente de ella, pero a la vez siendo la autora de la foto, en un hábil movimiento que logra el reconocimiento de su subjetividad, haciendo de la foto un reflejo –pero no al modo de un espejo, sino de la construcción interna de su propia imagen- de su ser. No obstante lo anterior, en su serie Self Deceit (auto engaño) Woodman parece jugar con la idea de encontrarse y desencontrarse en las imágenes.
La obra de Woodman consta de casi quinientas fotos que, con el tiempo, se han vuelto de culto entre los admiradores del arte fotográfico. Es una obra considerable para alguien que tenía 22 años al morir.
Exhibió por primera vez sus fotografías en la Galería Maldoror. Luego de su regreso a los Estados Unidos, se mudó a Nueva York. Su único libro publicado en vida fue Some Disordered Interior Geometries, el cual apareció en enero de 1981, mes en que decidió poner fin a su vida, saltando al vacío desde la ventana de su estudio en un edificio de Manhattan, Nueva York.
Su obra, realmente poco conocida por el público general, ha sido resguardada desde entonces por sus padres, Betty Woodman (reconocida por su trabajo con cerámica) y su esposo George. De vez en cuando organizan alguna exposición de la obra de su hija.
Aparte de Some Disordered Interior Geometries hay un libro con fotos y ensayos sobre su obra llamado Francesca Woodman, edición a cargo de Hervé Chandès y con ensayos de Philippe Sollers, David Levi Strauss, Elizabeth Janus, y Sloan Rankin. Está editado por Scalo Books.
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Publicado en Milenio Diario el lunes 13 de agosto de 2007
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