La humildad de Bloom no le permite sugerir que él pudiera estar a la altura de Johnson, y ni qué decir que lo ha superado, aunque él es, probablemente, uno de los pocos críticos que sigue trabajando arduamente con la literatura.
Pero nosotros sí podemos proponer que Harold Bloom es el más grande crítico literario actual de habla inglesa (lo que no quiere decir que desconozca el trabajo literario escrito en muchas otras lenguas, como lo muestra, por ejemplo, la crítica que hace de la obra de Octavio Paz en El canon occidental).
Bloom (11 de julio de 1930, NY) es un hombre universal, extraordinariamente prolífico y culto, que se autodefine actualmente como un “anciano romántico e institucional”. Sus grandes pasiones, como lo demuestra su enorme obra crítica, son la literatura tanto secular como religiosa. Lector lo mismo de la Torá que de la Biblia católica y el Corán, así como de los clásicos de la literatura universal, su más célebre libro es el mencionado El canon occidental (94), obra fundamental de la crítica literaria, que lo convirtió en uno de los más famosos intelectuales de nuestros días.
De espíritu verdaderamente humanista, a Bloom no le interesa hacer proselitismo ni en la literatura ni en la religión, aunque es un especialista en ambas materias. Lo que le interesa es la sabiduría que se puede extraer de los textos de los grandes genios, tarea que, nos advierte, es una tarea personal, íntima, que tal vez no se puede transmitir, pero que de todas maneras vale mucho la pena realizar. Le interesan, naturalmente como el agudo crítico que es, aquellas razones por las que considera auténtica literatura canónica a ciertas obras.
El canon literario
El canon, señala el crítico George Alexander Kennedy, en un artículo aparecido en Canon vs Culture, Reflexions on the Current Debate, (edición de Jan Gorzk) es un acto típicamente humano para mantener y ordenar grandes legados –literarios, históricos, etcétera- del pasado, acto en el cual se lleva a cabo una selección de lo que se considera una producción o trabajo sobresaliente, y en la que se elige un número práctico de contribuciones en los diferentes géneros.
Un texto es canónico, en el contexto literario, cuando se puede afirmar que su calidad es inobjetable, que se trata de un trabajo universal, imprescindible, que –de acuerdo con Bloom- aporta luz a lo que somos como seres humanos. Son obras en las que se manifiesta clara y nítidamente la naturaleza (pues lo canónico es, en otro de sus significados, lo natural, lo que es, en oposición a lo construido o procesado) del ser humano, a través de sus costumbres, sus creencias, sus mitos, sus conocimientos e ideologías, es decir a través de su cultura.
En cada cultura hay métodos tradicionales de transmisión de los textos que se consideran canónicos. Lo canónico es algo más que lo meramente convencional, pues supone un conocimiento profundo de aquello que se juzga digno de considerarse canónico.
Los criterios para la selección, no obstante, suelen no coincidir. A críticos como Matthew Arnold, Lionel Trilling y el propio Harold Bloom, que han realizado esfuerzos por establecer algunas líneas sólidas que definan el canon, se les ha criticado a su vez por sus escritos e ideas, que mucha gente considera “desviaciones deshonrosas” de la norma anterior, o como una afrenta al sentido común o una profanación de los valores literarios completamente reconocidos. “A lo que leo y enseño sólo le aplico tres criterios: esplendor estético, fuerza intelectual y sabiduría” dice Bloom en su libro ¿Dónde se encuentra la sabiduría?, con lo que resuelve sintética y concretamente el problema de los criterios canónicos.
Esos son los criterios para leer a los grandes maestros de la literatura, europeos, americanos del norte y latinos, africanos y asiáticos, de todos los géneros, con el fin de encontrar el goce estético e intelectual y además la sabiduría.
La prueba canónica
Para Bloom, el trabajo del crítico literario va dirigido a quien Johnson y Woolf llamaron “lector corriente”, es decir al lector que lee para ensanchar su solitaria existencia. El trabajo del crítico es ante todo personal. Su labor no consiste en decir qué leer y cómo hacerlo, de acuerdo con Bloom, sino en hablar de lo que ha leído y de aquello que vuelve a ser placentero al ser releído, acción que representa “probablemente la única prueba auténtica para saber si una obra es canónica o no”.
De acuerdo con lo que nuestro crítico sostiene, se puede entender por ejemplo que muchos de los textos que conforman la Biblia católica son canónicos precisamente por el carácter convencional con el que fueron seleccionados en algunos concilios a lo largo de la historia. Pero los libros que él considera verdaderamente relevantes literariamente son los que conforman el Pentateuco, los Proverbios y el libro de Job, porque son los que a su juicio merecen ser releídos una y otra vez, ya que cuentan con esplendor estético, fuerza intelectual y sabiduría.
Los tres requisitos mencionados se encuentran en todo su esplendor en la obra de dos autores universales: Shakespeare y Dante. Bloom afirma que “el canon occidental es Shakespeare y Dante”. En el canon se encuentra lo que ellos asimilaron y también los que los asimilaron. No hay más.
Los libros Shakespeare o la invención de lo humano y The Anxiety of Influence le han acarreado algunas críticas a Bloom, debido a la admiración que el autor de El rey Lear despierta, con justicia, en aquel. Pero de eso a afirmar que Bloom equipara a Shakespeare con Dios cuando dice que éste “nos inventa, y continuamente nos contiene”, es exagerar lo que el propio Bloom afirma, que es que en realidad la literatura nos inventa -o nos define- como seres humanos.
El estado de la crítica
Bloom ha afirmado también que la labor de la crítica literaria, en lo que respecta al menos al mundo anglosajón, específicamente en los Estados Unidos, prácticamente ha desaparecido. Su visión pesimista se debe a lo que ha venido observando en el ámbito de la educación literaria. En El canon deja claro que para él la educación literaria en su país se encuentra en un franco estado de enfermedad, de la cual tiene “muy poca confianza” que se reponga.
Los estudios literarios en los Estados Unidos –de acuerdo con él- sufren de una especie de balcanización, es decir de una fragmentación o desintegración, que no permiten la creación de un canon norteamericano “oficial”, puesto que en ese país “lo estético siempre consiste en una actitud solitaria, idiosincrásica, aislada. El «clasicismo norteamericano» es un oxímoron”
Bloom señala que la crítica literaria sobrevivirá, pero no lo hará “en nuestras instituciones de enseñanza”, refiriéndose a los llamados “Departamentos de Inglés” de las grandes universidades, centros de estudios que con gran probabilidad cambiarán su nombre por el de Departamentos de “Estudios Culturales”, y en los cuales el estudio de los cómics, de los parques temáticos, de la religión mormona entre otras, del rock y de las películas reemplazará el estudio de autores como Geoffrey Chaucer, William Shakespeare, John Milton, o William Wordsworth, héroes de la literatura inglesa.
La crítica literaria sobrevivirá en aquellos que, individualmente, lean y disfruten a los escritores canónicos, en aquellos en que el amor por la Gran Poesía ya esté de manera natural en su interior. “La verdadera lectura es una actitud solitaria, y no le enseña a nadie a convertirse en mejor ciudadano”, afirma Bloom.
La invención de Jahvé
Harold Bloom se autodefine como un crítico literario, pero también como crítico religioso. Por un lado tiene claro que en la literatura secular lo esencial es la creación, pero por el otro, en la literatura religiosa tiene claro que no se trata tanto de revelaciones, sino que a semejanza de la secular, también hay invención o creación literaria de los personajes religiosos. Si no recuerdo mal, Borges decía que la Biblia es la colección de cuentos extraordinarios más grande que existe.
En The Book of J, Bloom propone, haciéndose eco de otros estudiosos, que algunos textos del Antiguo Testamento fueron escritos por un mismo autor, posible miembro de la corte real del rey Salomón, al que nuestro autor llama J, quien sería autor del Génesis, el Éxodo, Números y del segundo libro de Samuel.
Dicho miembro de la corte muy probablemente era alguien versado en la tradición persa de la concepción religiosa del mundo, tal como sugieren estudios de especialistas como el iranólogo e islamista Henry Corbin, o como Norman Cohn, estudioso de la Cábala. Pero a Bloom, dadas las características sicológicas de J, le parece que hay más probabilidades de que Jahvé haya sido inventado –literariamente- por una mujer.
De ese modo, una criatura que en el Génesis es creada de una costilla del hombre, a su vez creado a imagen y semejanza de Dios fue probablemente la inventora de J. Dadas las implicaciones de esta teoría, es una suerte que en el cristianismo no haya en la actualidad algo parecido a la Fatwa islamista.