Un robot de gran corazón
Ricardo Martínez García
Haciendo a un lado las imprescindibles tres leyes de la robótica propuestas por Isaac Asimov en su relato de 1942 Runaround, en las que se les prohibía a estas máquinas hacer daño a sus creadores, la nueva cinta Terminator La Salvación, la más reciente de la saga de cintas de Terminators dirigida por un cineasta llamado McG, muestra cómo el dominio en el mundo pesadillesco de los androides cibernéticos del año 2018 ha llegado al colmo y pone en jaque la existencia del género humano.
Visualmente esta nueva entrega es impactante. Hay muchas referencias voluntarias o no a otras cintas como Mad Max (como cuando aparecen escenas de autopistas como si fueran cementerios de autos), a Apocalipsis Now (con helicópteros lanzando bombas de napalm e incendiando atrozmente zonas boscosas), a Alien (con escenas dentro de naves industriales con hornos metalúrgicos) y hasta de cintas como La lista de Schindler (con seres humanos prisioneros, indefensos y famélicos, sin esperanzas, haciendo fila para ser bañados o lo que sea y luego ser exterminados a manos de máquinas, como si fueran fascistas recalcitrantes), sin contar con las obvias como las anteriores de Terminators y otras como Yo Robot y la excepcional Blade Runner para citar algunas clásicas del género.
La trama resulta retorcida en cuanto a la ubicación temporal pues supone los juegos imposibles e impredecibles de los viajes a través del tiempo, asunto que jocosamente es más palpable y disfrutable por sus inesperadas consecuencias en cintas como Regreso al Futuro 1 y 2.
La novedad en La Salvación es la inclusión por parte de Skynet –compañía dedicada inicialmente a la fabricación de robots y a cargo de algunos humanos, pero luego desplazados por sus propias creaciones- de un nuevo modelo de Terminator con el que esperan dar caza y fin al líder de la resistencia contra sus robots. El nuevo modelo sintetiza a un ser humano y a un robot,( mezcla insólita pero no novedosa, si se piensa en Robocop) personificado en Marcus Wright (Sam Worthington, que le roba cámara irremediablemente a Christian Bale, el nuevo John Connor), que de asesino condenado a muerte, y que gracias a instancias de “la ciencia” dona su cuerpo, pasa a ser una criatura que no sabe bien quién es, pues resulta que al despertar de su letal inyección no sabe qué ocurrió (algo como le ocurre a Wolverine luego de su encuentro con el militar Stryker) pero tiene plena consciencia de su naturaleza humana.
Al parecer el argumento de la cinta debía hacer un pequeño giro hacia algo con lo cual el espectador pudiera simpatizar. De otro modo no se entiende cómo la trama propone la casi completa vulnerabilidad de la humanidad, que difícilmente podría sobrevivir ante la potencia y magnitud de los robots de Skynet. Hay por cierto un par de ellos que recuerdan, por su figura y tamaño, al que aparece en Transformers 2 La Venganza del Caído, o también, en el terreno musical, en la portada del disco de los Flaming Lips titulado Yoshimi Battles the Pink Robots, en el que Wayne Coyne al cantar el tema título del álbum dice algo así como “Esos robots de naturaleza malvada, están programados para destruirnos” (cosa que bajo las leyes de la robótica de Asimov sería imposible), y si lo quisieran realmente los de Skynet así sería, salvo que los humanos han encontrado la manera de neutralizarlos.
No es difícil suponer que una creación humana se vuelva en contra de él, dada la naturaleza ambigua del ser humano; para ejemplo ahí está la criatura del doctor Frankenstein, aquel personaje de la novela de Mary Shelley, y que no es sino una muestra de lo que una larga tradición suponía de la capacidad creadora del ser humano. En terrenos mágicos otro ejemplo podría ser el mito del Gólem. Pero el caso es que esta cinta hace reflexionar sobre el poder creador del ser humano al hacer uso de su conocimiento y de su ciencia. Ciencia que sin conciencia no solo es peligrosa sino que carece de corazón, tal como lo muestra un tanto candorosamente esta disfrutable y entretenida cinta.