Ricardo Martínez García
Un inocente y joven hombre entra, por azares del destino y de una jugosa herencia, a los círculos aristocráticos en Londres y comienza una vida llena de depravaciones, alentadas por el cinismo e hipocresía de esa misma sociedad, representada en quien se supone su protector y amigo. A grandes rasgos es ésta la trama que manifiesta El retrato de Dorian Gray (Dorian Gray, 09) la clásica obra del famoso escritor irlandés Oscar Wilde, llevada a la pantalla grande en esta ocasión por Oliver Parker.
Sin tratos diabólicos a la vista pero sí con toda la natural perversión de la que es capaz el ser humano, esta cinta nos presenta a un Dorian Gray más que apuesto (el excelente actor británico Ben Barnes, que tiene un parecido a Keanu Reeves pero es mucho más expresivo que éste), símbolo de la juventud y la belleza que se vuelve un asiduo a las fiestas aristocráticas y fiel seguidor de la filosofía cínica y vitalista de lord Wotton (el no menos excepcional Colin Firth), aunque el mismo lord no sea coherente con lo que predica.
Wilde fue un escritor de grandes dotes de observador social, sus jucios reflejan una visión aguda y mordaz, constantemente muestra los detalles, los defectos más notorios y divertidos de su sociedad a lo largo de sus escritos. La vanidad de la alta clase social a la que tuvo acceso le hicieron ver lo superfluo de sus vidas, que consistía para la gran mayoría en buscar la mayor cantidad posible de placeres, en el desenfreno disfrazado de liberalismo o en romper cualquier tipo de limitaciones morales.
“Hoy en día, tanta gente engreída anda por la sociedad pretendiendo ser buena que yo pienso mostrar al contrario una dulce y modesta disposición a ser malo”, dice lord Darlington, uno de los personajes de El abanico de Lady Windermere, obra de teatro de Wilde, personaje como el también lord Wotton, pero Dorian Gray no muestra esa pequeña y modesta predisposición sino que se mete con todo y de lleno en el mundo desenfrenado de las pasiones. Dorian Gray pasa de una campirana inocencia a una cosmopolita perversión a instancias de Wotton, pero todo tarde o temprano tiene su costo, pareciera ser la moraleja.
El retrato de Dorian Gray, la hermosa pintura que realiza Basil, deviene en una especie de terrible fetiche que ensalza en primera instancia esos dos grandes “valores” humanos, la juventud y la belleza, pero que ignora su propia naturaleza temporal y transitoria, y en esa vanidad lleva su castigo. La obra de Wilde muestra el camino torcido de unos valores que no buscan la trascendencia sino el goce de lo inmediato que busca prolongarse indefinidamente, cayendo en una contradicción insostenible.
La cinta de Parker -que ha filmado también cintas como la shakespereana Otelo y las obras de Wilde The Importance of Being Earnest y An Ideal Husband- es una de esas raras piezas que son como obras de arte por su hechura, realización escénica, mínimos pero efectivos efectos visuales y excelente dirección dramática. No deje de verla.
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