Al mejor postor |
Presidencia a la venta
Ricardo Martínez García
En otras circunstancias, la cinta de
Luis Estrada, La Dictadura Perfecta, sería hilarante en
cierto modo y en ciertas escenas, pero en el contexto actual, en el
que se está viviendo una crisis más, política y de credibilidad en
las instituciones, exacerbada por los actuales acontecimientos en
Ayotzinapa y la corrupción en los más altos círculos políticos y
empresariales, con pequeños botones de muestra como la llamada “casa
blanca” de Peña Nieto, o las trapacerías de diputados panistas,
perredistas y priístas, hacen de esta cinta un motivo más bien para
la vergüenza ajena y propia, poco motivadora de carcajadas y más
apta para el pesimismo y la desesperanza.
La clave argumentativa de la cinta está
en el manejo de imagen que puede hacerse desde la televisión
mexicana y (desde su amplia red de asociados), verdadera detentadora
del poder económico y político. Los ejecutivos de producción,
sabedores del poder que genera el uso eficiente de una “agenda
setting” en los noticieros de alcance nacional, adecuada a las
necesidades del cliente político en turno, diseñan los temas del
debate político que pueden encumbrar o aplastar cualquier prestigio
personal o institucional.
En un vaivén entre la carcajada y la
indignación, vemos referencias al caso del señor de las ligas, René
Bejarano, en plena avidez de dinero, o la manera en la que se han
gestado campañas electorales que encumbran a políticos deshonestos,
que se creen dueños de sus estados, que hacen y deshacen a su antojo
(como lo muestra el reciente caso de Ángel Aguirre y José Luis
Abarca). También vemos a un presidente copetudo afirmar en inglés
chistoso que los mexicanos hacen en Estados Unidos trabajos que ni
los negros quieren hacer, matando dos pájaros en una sola escena al
hacer referencia a Peña Nieto y a Vicente Fox.
Carmelo Vargas (Damián Alcázar),
gobernador de algún estado norteño, es sorprendido en el momento de
recibir un maletín de dinero. El video es filtrado a la televisión
por el líder de la oposición en ese estado, Agustín Morales,
(Joaquín Cosío). Al intentar detener la bola de nieve mediática
que se le viene encima, Vargas hace un oneroso contrato con la
Televisión Mexicana, en primera instancia para lavar su imagen, y en
segunda, buscando, desde la televisora, una postulación para “la
grande”, en lo que representa un chiste sin chiste, dadas las
semejanzas con la realidad.
Con una excelente dirección y
producción, esta cinta de Luis Estrada, que también ha dirigido La
Ley de Herodes (99) y El Infierno (10), ha sido elegida para
representar a México en los Premios Goya 2015.
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