Fanatismo
Ricardo Martínez García
Las probabilidades de que un juego como éste se diera en la liguilla eran poco probables. La inconsistencia de muchos de los equipos así lo indicaba, para no hablar de la mediocridad y falta de entrega de varios de ellos, especialmente de un equipo capitalino en el deporte más popular del mundo.
A pesar de lo anterior ahí estaban, en la cancha del mayor estadio de la ciudad, en lo que misóginamente se ha dado a llamar “el juego del hombre”, a punto de trenzarse en la gran batalla. El equipo de los rayados había ganado brillantemente a mitad de semana, mientras que el otro equipo, cuyo uniforme es de un color amarillo horrible, tenía esperanza de remontar el marcador adverso en este domingo definitivo.
El ambiente en las gradas era de lo mejor: la multitud de hombres y mujeres contenta y feliz, olvidándose por un rato del bochornoso espectáculo político ofrecido en el congreso y el exagerado despliegue mediático de una toma de posesión presidencial que a muy pocos interesaba, pedía sin parar las botanas y cervezas a diestra y siniestra.
El griterío arreció cuando fueron presentados los jugadores de ambos equipos. El juego comenzó más que movido, con unos amarillos inspirados que dominaron a placer a sus adversarios, que no atinaban mas que a contener difícilmente los avances con balón dominado tanto por las bandas como por el centro de la artillería más cara del torneo. Luego de una elaborada jugada de pizarrón, que no obstante no culminó en gol por la habilidad del portero, éste lanzó un contragolpe a la velocidad del rayo, que para disgusto de los fanáticos amarillos terminó en un bello gol, ejemplo de conducción y juego fácil y directo.
En mi calidad de aficionado neutral en este juego, incluso casi triste al recordar la miserable manera en la que una vez más mi equipo azul favorito se había quedado muy en la orilla, el gol ni me alegraba ni me apesadumbraba, por lo que pude notar, como si estuviera viéndolo en una película, las reacciones de los que me rodeaban.
El éxtasis y satisfacción que una morenaza de magnífica figura manifestó, gritando vivas a todo pulmón era digno de verse, sobre todo por la audacia que implicaba celebrar de tan gozoso modo el gol, rodeada casi completamente de personas vestidas de amarillo, cuyos ojos miraban entre incrédulos y rabiosos su atractiva figura. No menos digna de verse era la reacción de quien se adivinaba su compañera, vestida también de amarillo, con cara de trágame tierra.
La convicción del triunfo mostrada por esa morena era para mí el mejor ejemplo de una fan comprometida con su equipo, nada de medias tintas, ni de timidez a la hora de hacerle saber a todos los colores de qué equipo corría por su sangre. Dicha convicción sólo hizo patente el hastío y la desidia que yo sentía cada vez que acudía al estadio a ver perder a la otrora “máquina” aplanadora, cuyos fracasos me inducían a pensar que era mejor acudir a la plaza de toros, total, para ver cómo les hacían los pases y los olés…era lo mismo.
La morena en cuestión se ganó en segundos mi admiración, pero sobre todo mi imaginación, pues no era fácil pasar por alto su atractivo, enmarcado en un muy ajustado pantalón blanco de mezclilla y una ligera y reveladora blusa rosa, detalles en los que estaba concentrada mi atención cuando un nuevo estallido de júbilo me sacó de mi contemplación. Los rayados volvían a anotar y los detalles de la jugada sólo podrían estar en mi imaginación, si no hubiera estado ocupada. Nuevo salto de alegría, nuevas manifestaciones casi orgiásticas, acompañadas de gritos y silbidos. Muy cerca de ella cayó un vaso semivacío de cerveza, pero ella en su júbilo no se dio por enterada.
El segundo tiempo del partido transcurrió en un ir y venir de la pelota con una intrascendencia tal que se convirtió en la peor aliada del aburrimiento. El único modo de combatir la pesadez del juego que encontraron muchos espectadores era ingerir de manera continua –si el dinero alcanzaba- las sabrosas pero caras cervezas. El término del juego estaba a menos de dos minutos cuando, sin que nadie lo esperara ya, cayó el agónico gol de los amarillos. Lo sorpresivo no fue tanto la anotación, al menos para los que habíamos visto celebrar a la morenaza, sino que ésta festejó con la misma enjundia el gol adverso, o al menos así lo habíamos supuesto. La expresión y gritos de su compañera no dejaron lugar a dudas: “¡Cállate! ¡Tú no sabes nada de fútbol!”.
No comments:
Post a Comment