Martirio en América
Ricardo Martínez García
La historia detrás del asesinato de la adolescente Sylvia Likens, a finales de la década de los sesenta, le hubiera encantado a Truman Capote, aunque Felipe Cazals también hubiera estado muy a gusto con la historia. Recuerda obras como A sangre Fría o Los Motivos de Luz, respectivamente.
En esta cinta de Tommy O´Haver, titulada en español El Encierro (An American Crime, 07), no hay ficción, al menos en los hechos esenciales. Actos atroces e inhumanos que devienen en la muerte de Sylvia (Ellen Page) a manos de la desequilibrada y desesperada madre de seis niños, Gertrude Baniszewski, interpretada extraordinariamente por Catherine Keener, actriz que hiciera el papel de Harper Lee en la cinta Capote de Bennett Miller (05), protagonizada por Phillip Seymour Hoffman.
En un pueblo del estado de Indiana vive, en condiciones económicas deplorables, Gertrude, quien es una mujer imbécil que se deja embarazar a cada rato, que permite que su novio Andy (James Franco) la golpee y le saque los pocos dólares que consigue planchando ajeno y por concepto de “cuidar” a unas adolescentes.
En un acto de gran imprudencia por parte de los señores Likens, Gertrude se convierte en la cuidadora de sus hijas Sylvia y Jennie, pues ellos son vendedores en una feria ambulante y deciden no llevarlas de gira con el fin de establecerlas en algún sitio.
La película desarrolla las acciones de manera cronológica, de agosto a octubre de 1968, e intercala momentos del juicio que se le hizo a Gertrude.
La fachada de decencia de Gertrude se le cae a pedazos cuando azota a las niñas Likens porque sus padres no envían a tiempo el cheque semanal de veinte dólares por concepto de pago de sus “servicios”. El azote es incomprenisible pues las chicas no tienen nada que ver con tal retraso. Sylvia pide que todo el castigo sea para ella, queriendo proteger a su hermana Jennie, afectada de polio. Ahí comienza su martirio.
El espectador es testigo mudo e impotente de cómo una calumnia sigue a otra, cómo una atrocidad es seguida por una más grande hasta alcanzar niveles de crueldad insospechados tanto en adultos, como en adolescentes y niños, personas asiduas a los servicios religiosos cada domingo.
Gertrude decide castigar a Sylvia de manera todavía más injusta y cruel, supuestamente por haber manchado el honor de su hija Paula. Cada acto de Sylvia es puesto en tela de juicio por su watch dog.
El ambiente familiar en casa de los Baniszewski se torna tremendamente violento y tiránico. Gertrude se convierte –por decisión e inspiración propia y sin ningún beneficio apreciable- en la jueza suprema y ciega de la vida de Sylvia, en quien recaen todas las injurias y ataques, al grado de encerrarla en el sótano de su casa.
Las ofensas que Sylvia recibe, ya no sólo de Gertrude sino de sus hijos y de los amigos de sus hijos (quienes en un abrir y cerrar de ojos se deshumanizan completamente), son tan indignantes que uno se pregunta por qué no pidió ayuda para escapar de las garras de Gertrude, por qué no se las ingenió para escapar de esa casa de terror.
Sylvia se vuelve incapaz de acusar, de defenderse, de pedir auxilio, vejada y traicionada hasta por Ricky, un supuesto enamorado.
Tommy O´Haver, director de la cinta, coescribió el guión con Irene Turner. Dirigió también la película Hechizada (Elle Enchanted, 05), protagonizada por Anne Hathaway, y en la que el personaje principal es una versión moderna de la Cenicienta. Elle sufre de grandes abusos gracias a un absurdo don de obediencia hasta que decide irse y vivir para sí misma. Esa cinta tiene un final feliz, lo cual no ocurre de ninguna manera en An American Crime.
El trabajo de Ellen Page es más meritorio como Sylvia que como Juno, pues si bien en esta cinta del mismo nombre, escrita por Diablo Cody (seudónimo de Brook Busey-Hunt), interpreta a una indolente pero alivianada adolescente que sobrelleva muy bien su embarazo, en El Encierro se le exige mayor interpretación dramática, en un contexto de hipocresía, perversión, maldad y crueldad gratuitas.
Aunque nunca se ve a Getrude asesinar a Sylvia, nadie podría decir que no fue responsable directa de su tormento y muerte. En descargo de su culpabilidad se podría considerar el probable efecto nocivo que tuvo sobre ella un medicamento que tomaba para su persistente tos, pero ¿quién podría atribuir toda la carga nefasta de su moral corrompida al uso de un simple jarabe? El resultado de esa moral es un martirio a la americana.
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