El más X de los Expedientes Secretos
Ricardo Martínez García
Fox Mulder, el personaje inevitablemente avejentado de la famosa y venerada serie televisiva X Files, llevada a la pantalla grande hace ya una década, se muestra en esta largamente esperada secula como siempre: con más fe e intuición que razonamientos, en oposición a la no menos maltratada por el titánico Cronos, Dana Scully, la eterna escéptica de espíritu científico.
Luego de nueve exitosas temporadas y del estreno de la cinta Los Expedientes Secretos X (Rob Bowman, 98) aparece esta nueva entrega titulada Los Expedientes Secretos X: Quiero Creer, bajo la dirección del propio creador de la famosa serie televisiva Chris Carter, en la que tal vez sea uno de los capítulos de más bajo nivel de la serie, sólo que vuelto película.
Mulder (David Duchovny) se deja seducir –como usualmente lo hizo en la serie televisiva- por la creencia de que ciertos poderes síquicos o sobrenaturales, en posesión de quien menos merecimientos tiene, ofrecen mejores resultados en el momento en que las ciencias criminalísticas han quedado rebasadas, evidenciando la incapacidad de corporaciones como el FBI. Ésa es la premisa principal de la afirmación quiero creer del título de la película.
Lejos de las tramas en las que se veían envueltas criaturas extraterrestres, secretos o misterios extraordinarios muy bien guardados por el gobierno de los Estados Unidos, la cinta nos muestra a un Mulder alejado del FBI viviendo como barbón ermitaño y a Scully ejerciendo la medicina en una clínica dirigida por sacerdotes católicos.
Sin pizca de ciencia ficción ni misterio, pero sí con vistazos de atroces experimentos antinaturales que devienen en auténticos asesinatos dignos del Carnicero de Milwuakee, el argumento de la película no es muy diferente de la que presenta, por ejemplo, El Dragón Rojo (02) de Brett Ratner: unos agentes retirados del FBI regresan a la corporación para ayudar a resolver un caso, el cual es eminentemente policiaco.
En la cinta de Carter, una agente de la Agencia es la víctima pero, en la medida en que avanzan las “investigaciones” (apoyadas en los poderes síquicos de un sacerdote pederasta) deviene en un caso no solo de secuestro sino de asesinatos en serie.
La particularidad del nuevo Expediente es que se plantea la paradoja de que el que ahora ayuda, es un sacerdote católico castrado y autoexiliado del mundo, que se refugia en una colonia de ofensores sexuales debido a su incontrolable deseo por la carne infantil, pero que pone a disposición de los escépticos agentes (Scully la primera, naturalmente) sus dones paranormales para encontrar a las víctimas de aquellos que fueron sus propias víctimas.
En pleno siglo XXI, unos doctores de origen alemán trafican con órganos humanos, raptan y desmembran a sus víctimas, cual grotescos émulos del famoso personaje creado por Mary W. Shelley, Víctor Frankenstein, quien estaba obsesionado con la idea de crear vida.
Si bien estos modernos “doctores” no quieren crear vida, objetivo de Frankenstein, sí quieren cambiar o mejor dicho trasplantar la cabeza de una persona al cuerpo de otra, como si el cuerpo humano fuera un automóvil al que se le cambian las piezas dañadas, o que ya no le funcionan, por refacciones nuevas, o al que se le ponen los accesorios que se desean al gusto.
¿Qué mueve a estos científicos a realizar esos espeluznantes experimentos, cuyos antecedentes fueron unos ensayos con inocentes perros?: una gigantesca y personal patología sexual digna de los más inspirados tratados freudianos: no se trata de que un hombre que se siente mujer se ponga implantes y tome hormonas femeninas para obtener crecimiento de senos o cosas por el estilo. Se trata de que éste hombre pueda simplemente cambiar su cabeza (mantenida hipotéticamente con vida por medios artificiales) al cuerpo de ¡una mujer!
Ésa parte de la película es la que más se acerca a lo que podríamos llamar ciencia ficción. Pero el tratamiento del tema que el director ofrece, no es muy diferente de lo que se puede leer en la sección de nota roja de algunos periódicos.
Carter, quien escribió el guión de la película junto con su viejo colaborador Frank Spotnitz, perdió la oportunidad de explotar la constante tensión sexual latente entre los dos protagonistas, Mulder y Scully, al obviar cualquier pizca de romance y dejar en claro que luego de su retiro del FBI, los agentes tuvieron un hijo –muerto tal vez- y viven juntos. Parecen una pareja madura venida a menos en su vida amorosa.
En cambio, sí explota el eterno conflicto del escéptico que se detiene ante la falta de evidencias y vuelve a la acción gracias a la insistencia de chispazos de dudas sobre si finalmente es válida la información obtenida de un supuesto síquico pervertido. Y sí, mientras se encuentre al culpable, no importa que se haya logrado gracias a la intervención del mundo paranormal. La película es el más x de los expedientes secretos, pero será un plato mediano para todos los televidentes asiduos a la extinta serie.
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