Ricardo Martínez García
En muy pocas películas musicales se puede apreciar el valor de una buena interpretación –lírica y actoral- de algunas de las canciones más populares y exitosas de los últimos tiempos. Tal es el caso de la cinta Mamma Mia! y las canciones que hicieron archifamoso al grupo sueco Abba.
Se trata de una cinta dirigida por la debutante cineasta Phyllida Lloyd (responsable de la dirección teatral de la obra desde hace más de diez años y puesta en escena tanto en Londres como en Broadway) que genera de inmediato en el espectador una sensación de comunidad en el sentido de asamblea para el culto de algo, como la ecclesia litúrgica que en este caso celebra el amor, la amistad y la memoria.
Uno de los grandes aciertos en este trabajo fílmico es que plantea un especial contacto con la naturaleza y con aquellas personas que son importantes para nuestra vida, en este caso de Donna, la protagonista (la siempre bella y magnífica Meryl Streep), una ex cantante que administra junto con su hija una villa u hotel, ubicado en medio de islas paradisíacas -Skiathos y Skopelos- con aguas azul cobalto en algún lugar de la costa griega del mar Egeo, las cuales a su vez nos hablan por completo del espíritu dionisiaco de la aceptación integral y entusiasta de la vida en todas sus expresiones, espíritu único del pueblo griego.
Tanto la madre como la hija cuentan con un par de amigas de toda la vida con las cuales están plenamente identificadas, y verlas reunidas nuevamente por el casamiento de Sophie (Amanda Seyfried), la hija de Donna, es un verdadero deleite. Las amigas de la novia, por cierto, desaparecen ante la presencia de las de su madre, que son la vitalidad en persona y opacarían a cualquiera.
Las conocidas canciones de Abba, interpretadas en la voz de Meryl Streep, Pierce Brosnan y de los otros miembros del elenco (Colin Firth, Stellan Skarsgard, Julie Walters y Christine Baranski), retoman nuevo y profundo significado, ilustrando la alegría por el amor vivido, la nostalgia por los amores pasados, los reencuentros y las complicaciones de una duda existencial: ¿quién es el padre de la hija de Donna? Tal es el pretexto del hilo conductor de la trama de esta divertida cinta.
En musicales llevados al cine como Grease, (Randal Kleiser, 78), Moulin Rouge (Baz Luhrmann, 01) o incluso en obras de teatro como Hoy no me puedo levantar (Nacho Cano) encontramos ecos de las grandes tragedias o comedias griegas, como el coro que constantemente anima, reclama, exige, como si en efecto fuera la conciencia colectiva que le pide a los individuos actuar.
Además las coreografías y el dramatismo puesto en cada pieza musical, como en la que Donna le canta a Sam (Brosnan) The Winner takes it all, alcanza niveles interpretativos sorprendentes que realmente son conmovedores.
Definitivamente es una cinta para melómanos, pero que puede muy bien tolerar –y hasta disfrutar- alguien no muy afecto a los musicales, como quien escribe esto. Recomendable para una tarde romántica indudablemente.
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