La pascua edulcorada |
El extravío de los orígenes
Ricardo Martínez García
Si la Pascua –originalmente una celebración judía para conmemorar el escape de los hebreos de su cautiverio en Egipto- es una tradición religiosa que devino cristiana y cuya expresión es el huevo –símbolo de la renovación de la vida para muchos pueblos como los chinos, los hindúes, los persas, los egipcios-, en la cinta de Tim Hill Hop, un rebelde sin Pascua (Hop, 11), el conejo de pascua es llamado así porque es originario de la Isla de Pascua, en donde están las fastuosas instalaciones de una enorme fábrica de dulces y huevos de pascua, al estilo de la Fábrica de Chocolates de Willie Wonka, solo que más increíble, pues está regenteada por un Conejo cuyo capataz es un enorme pollo que ansía su poder, para mandar sobre los pequeños pollos obreros.
Para un adulto, la película puede leerse primero como una introducción infantil al mundo industrial, con la descripción visual –muy interesante- de los procesos productivos de los dulces y los huevos. También puede leerse como la búsqueda de la propia vocación, que se opone en apariencia con lo que se espera de uno como herencia familiar o como tradición, problema espinoso que se plantea desde la antigüedad (hay que recordar el famoso juicio de Sócrates y una de las acusaciones que se le imputaban, la de “pervertir a los jóvenes” al hacerles ver que no debían necesariamente dedicarse a lo que sus padres lo habían hecho).
Para un niño, es la divertida historia de un conejo en la búsqueda de su identidad y de su propio destino
Con un estilo fílmico que recuerda las cintas de Stuart Little (Rob Minkoff, 99, 02) o Alvin y las Ardillas (dirigida por el mismo Hill) la cinta logra una gran interacción entre personajes reales y animados, con buenos momentos de comedia. El argumento, escrito por Ken Daurio, Brian Lynch y Cinco Paul, a ratos ofrece ciertos guiños involuntarios que recuerdan a cintas como Rebelión en la granja, aunque sin acercarse siquiera a la crítica inherente de esta novela de George Orwell y en menor grado a la película de Joy Batchelor y John Halas de 1955 (Animal Farm).
Cuando el pollo Carlos, principal capataz del Conejo de Pascua (que en el original inglés cuenta con la voz de Hugh Laurie), comienza a albergar la idea de hacerse con el poder de su jefe, que es a su vez el padre de EB, el joven conejo rebelde a su destino de ser el sucesor del Conejo de Pascua, nadie se pregunta cómo es que el venerable Conejo de Pascua llegó al poder, o de qué tradición le viene tal poder.
“Por el poder que me fue conferido”, dice el anciano conejo cuando nombra como sucesores tanto a EB como a Fred (el otro rebelde pero humano) en una parte de la historia que muestra una clara inclinación monárquica de esas que decían que el poder les fue dado a los reyes por el mismísimo Dios.
Se trata de una cinta para niños con momentos divertidos que de un modo sutil plantea y refleja modelos de poder político incuestionables, demasiado poco claros por profundos para los niños y para alguno que otro adulto. ¿Alguien recuerda el clásico texto de Ariel Dorfman y Armand Mattelart Para leer al Pato Donald?