La gente inteligente debería arreglárselas siempre bien
Ricardo Martínez García
Noam Murro, director de origen israelí conocido por sus creativos trabajos para el mundo de la publicidad, presenta en Una Familia Genial (Smart People, 08) una ácida y difícil comedia familiar protagonizada por un envejecido Dennis Quaid y la siempre tierna y linda Ellen Page.
Al principio la película tiene un aire denso y un tanto forzado. El distante y casi enajenado profesor universitario de literatura Lawrence Wetherhold (Quaid) se encuentra con que ninguna casa editora quiere publicar su libro más reciente. De carácter amargado, gruñón y un tanto rebelde, tiene que lidiar con su hija adolescente igual de ácida que él, sin amigos y fungiendo como la verdadera ama de casa, ante la viudez de su padre. Además está su hijo –el más sobrio de todos- y su hermano adoptivo (Thomas Haden Church), un vendedor de tarjetas telefónicas sin mayores aspiraciones que vivir al día sin demasiadas complicaciones.
La trama y el manejo de los personajes no deja de recordar en ciertos momentos a otras familias peculiares que salen a flote de los mejores modos, tal como en las cintas Miss Pequeña Sunshine o Juno (el personaje de Page parece el mismo de Juno, solo que sin estar embarazada). Por otra parte, hay breves pasajes que de tan desolados recuerdan esa América profunda retratada en filmes de ambientes deprimentes como Stroszeck (Herzog, 77) o en My Own Private Idaho (Van Sant, 91).
El panorama de sórdida cotidianidad americana comienza a cambiar cuando Wetherhold inicia un romance con su ex alumna y doctora Janet Hartigan (Sarah Jessica Parker), quien quiere con el profesor pero no está dispuesta a lidiar con su a veces pedante egolatría y ensimismamiento.
La historia atraviesa por momentos de dudas, torpezas, inseguridades, incomunicación pero también de comprensión y generosidad por parte de los personajes menos pensados, hasta que la trama llega a buen puerto. Cuando finalmente los personajes comienzan a caerle bien al espectador, la película llega a su fin.
El mensaje de la cinta de Murro –que deja un buen sabor de boca- es que aún la gente más inteligente no deja de cometer torpezas, pero siempre será gente inteligente como para arreglárselas bien, sin importar si es doctor en literatura o vendedor de tarjetas telefónicas.
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