Monday, May 18, 2009

Las Flores del Cerezo


La Fugacidad de la Vida

Ricardo Martínez García

¿Qué hacer cuando aquel ser querido, amado, que ha sido parte casi inadvertida de nosotros mismos durante tantos años, finalmente muere y nos deja con nuestra soledad? Esa parece ser la cuestión que plantea la cineasta alemana Doris Dörrie en su cinta Las Flores del Cerezo, su más reciente trabajo, el cual la muestra como una directora consumada que maneja a la perfección los diferentes estilos dramáticos en una misma cinta.

La crítica social y los estereotipos de género que caracterizan a algunos de sus trabajos, como Hombres (Men, 85), Nadie me ama (Keiner Liebt Mich, 95) y ¿Soy Hermosa? (Bin Ich Schön, 98) dejan lugar ahora en Las Flores del Cerezo (Hanami Kirschblüten, 08) a un trabajo introspectivo, familiar, en el que la directora explora las relaciones ordinarias y habituales de una pareja, más que madura, de Rudi (Elmar Wepper) y su esposa Trudi (Hannelore Elsner).

El parecido entre los nombres de esta pareja, unida durante muchos años en matrimonio, da una idea de la compenetración tan grande que se tienen, que aunque grande no es absoluta. Trudi siempre ha tenido la intención de aprender un estilo de baile típico de Japón, conocida como Butoh, a la cual es muy aficionada, afición que en nada es compartida por su esposo.

La pareja tiene tres hijos, los cuales son mayores, independientes y poco apegados a sus padres. Incluso no saben qué hacer con ellos cuando los visitan. La disciplina del trabajo de Rudi y la sobreprotección hacia sus hijos de Trudi parecen ir en contra de lo que podría considerarse un amor filial normal y natural.

El desapego de sus hijos en realidad no es nada para Rudi, no así la muerte de Trudi, el cual es un golpe severo del que difícilmente se recuperará, y para lo cual prepara un viaje al Japón, tan solo para ver el Monte Fuji, como era el deseo de su esposa.

La cinta se convierte en una road movie que recuerda a la aclamada Perdidos en Tokio (Coppola, 03), pero más humana y cálida, sobre todo por la intervención de Yu, (Aya Irizuki), joven simpática y desinteresada que enseña a Rudi a “bailar con su sombra”. La empatía que logran Yu y Rudi recuerda a la de los personajes de Bill Murray y Scarlett Johansson en la cinta de la hija de Francis Ford Coppola, pero la trasciende y la rebasa con mucho.

El trabajo de Dörrie es redondo en cuanto a la gama de sentimientos que despierta en el espectador. El desapego de los hijos que raya en la grosería, la ironía de ciertos actos de la vida y hasta algunos momentos absurdos, como cuando Rudi se pasea por Tokio con la ropa de su mujer bajo el abrigo, le permiten a la directora plantear algunos importantes temas de reflexión sobre las relaciones humanas. El amor de pareja, el conocimiento personal asumido que en realidad no lo es, los verdaderos intereses no compartidos, la búsqueda del sentido de la vida cuando se pierde la confortable seguridad que se deposita en el otro, son algunos tópicos de esta conmovedora cinta.

El trabajo fotográfico de Hanno Lentz es digno de destacarse, ya mostrando el caos vehicular de Tokio, o su vida nocturna, (de la que Rudi se da una probadita, tan solo para darse cuenta de su soledad insoportable) y el contraste con plácidas escenas como la del Monte Fuji, o la tranquila y vetusta provincia que habitan Rudi y Trudi. El título de la cinta hace alusión a una noción filosófica de la vida: las flores del cerezo representan la fugacidad de la vida: en unos cuantos días las flores se abren, desprenden su polen y finalmente mueren. Así es también la vida humana.

1 comment:

Gabylu said...

¿Y dónde viste esta película tan interesante?