El otro yo |
Arte y Pasión
Ricardo Martínez García
La nueva cinta de Darren Aronofsky es una historia que encierra muchas otras. Es la historia del desarrollo de los preparativos que realiza una compañía de ballet, para una nueva temporada con El lago de los cisnes, y de las relaciones entre las ballerinas y su director. También es la historia de la relación de la bailarina principal y de su controladora y sobreprotectora madre, que ve en ella lo que ella no pudo ser. Igualmente es la historia de cómo una artista en la plena extensión de la palabra lleva su performance a extremos de realismo totalmente radicales aún a costa de su vida. Del mismo modo, es la trágica historia de las pasiones humanas que juegan un papel predominante en los personajes de El lago de los cisnes de Chaikovski.
El afán por sentir al personaje dual del cisne blanco y el negro, que tan intensa y eficazmente le exige el director de la compañía Thomas (un excelente Vincent Cassel) llevan a Nina (Natalie Portman en plan excelso), su prima ballerina, a experimentar un cambio radical de forma de ser, como si fuera el surgimiento de una especie de mitad siniestra (al estilo de Stephen King), con sus desdobles en espejos y dualidad de ser. Hay una Nina contenida, frígida y controlada por su madre, y hay otra que se apodera de su ser completamente pero solo a ratos, que es toda sensibilidad y lujuria. En Nina confluyen demasiado cercanas las pulsiones del eros y del tánathos, conducidas por las exigencias de su doble interpretación, pero la segunda pulsión –avivada por el instinto sexual- pugna por salir completamente (dejándose llevar), justo en el momento del clímax de la danza del tercer acto, pero mostrando su poder solo en la conclusión del cuarto acto.
Con una cámara que a ratos va al hombro y que sigue a la protagonista por las calles, o va delante de ella a través de los camerinos, la técnica fílmica no da tregua al espectador, marcando un ritmo acompasado con los crescendos de esa hermosa música compuesta por el genial ruso. Música, danza y actuación se entremezclan bella y constantemente, dando como resultado una extraordinaria y exquisita cinta que cuenta historias más allá de la propia historia cinematográfica, trascendiendo la de la reina cisne –el cisne blanco y el cisne negro-, la de Rothbart y la del príncipe.
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