El Rito |
La adulteración del exorcismo
Ricardo Martínez García
Si el rito es un acto -a veces de carácter simbólico- que repite incesantemente su forma y en ello radica su efectividad, el sacerdote Lucas Trevant (un declinante Anthony Hopkins) es el menos apto para enseñar el del exorcismo a un neófito (a manera de un mistagogo) y escéptico seminarista a punto de ordenarse. El padre Lucas hace de tal rito una especie de terapia en la que la madre de una víctima del maligno la lleva ante el sacerdote como si fuera una consulta más, mientras que éste durante la ceremonia se da el lujo de interrumpirlo para contestar su celular.
Con una línea argumentativa que la emparenta más con El Exorcista 2, El Hereje, (Boorman, 77), cinta mucho más inquietante por sus propuestas teológico-morales que por sus efectos especiales (y protagonizada por el gran actor Richard Burton), El Rito (11) del director Mikael Håfström, presenta un trabajo basado en “hechos reales” -sin especificar si se refieren por hechos reales a una poseída que arroja por la boca clavos de metal o si trata del modo en que un seminarista es coaccionado a tomar un curso para exorcistas con la amenaza de que si abandona el camino del sacerdocio de cobrarle su instrucción- y que en cierto nivel desmitifica o ironiza la realización y efectividad del susodicho rito.
Sin escenas de terror o de suspenso que verdaderamente impacten al espectador (quien vaya a verla pensando que es una clásica película de terror se desencantará de ella), hay una especie de ambiente cínico a lo largo de la cinta, de una especie de hastío que expresa muy bien el personaje de Hopkins, que pasa por ser el más experimentado de los exorcistas, pero que queda muy lejos de la majestuosa simpleza del padre Lankester Merrin, maravillosamente interpretado por Max Von Sidow en aquella clásica de William Friedkin de 1973.
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