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Por el menos peor |
La participación política ciudadana.
Ricardo Martínez García
A menos de un par de meses de que se repita el viejo ritual político
de las elecciones federales, es necesario volver a reflexionar sobre el papel
que la población juega en este proceso de renovación de cargos públicos
federales y locales, en un sistema que se presume de participación democrática.
En México, como en otros países, la participación política
ciudadana se produce durante los periodos electorales estatales o federales. Se
trata de una participación mínima, en el proceso general de la toma de
decisiones, que inicia precisamente con la elección de los representantes y
funcionarios de gobierno, como el presidente y su gabinete, gobernadores,
diputados y senadores.
En tal participación ciudadana no hay ningún debate
ciudadano –los debates que se producen son entre los candidatos a presidente,
que dejan mucho que desear-, solo su participación en las elecciones a partir
del voto, que tan exaltadamente glorifica el Instituto Federal Electoral.
Cada seis años se repite el ritual electoral, cuyo resultado
consagra a un “representante” de la voluntad popular de su sector (desde todo
el país hasta los distritos electorales), o tal es la pretenisión. El problema
es que si ese representante, sea el presidente, el gobernador o un legislador,
no rinde o trabaja lo que debería, no hay manera de cambiarlo o sustituirlo. El
plebiscito sería más que necesario para remover a los que no legislan a favor
de sus representados, así como la reelección sería la forma de premiarlos si sí
lo hicieron.
El sistema electoral está diseñado para garantizar al menos
dos cosas: estabilidad en el aparato político y económico, con el que los
grupos de poder no experimentan ningún tipo de modificación en su forma de
operar, y por lo tanto en sus intereses, y la garantía de que la participación
ciudadana efectiva en el quehacer político será mínima, pero suficiente, para
legitimar al sistema político en general.
La posibilidad de implementar la figura electoral de un
plebiscito es real, pero también lo es el que en el aparato legislativo pocos estarían
dispuestos a apoyar tal moción (pues implicaría la probabilidad de que pudieran
remover a cualquier representante o legislador, así como a los propios
funcionarios elegidos popularmente). Los lazos de intereses generados hacen
inviable la operación de un plebiscito, instrumento que sería muy necesario
para la mejora del servicio público.
El problema entonces es que la sociedad civil no logra
formar verdaderos cuadros de acción política, pues éstos ya están instaurados
por los diferentes partidos políticos, con mayor o menor efectividad
participativa, según sea su alcance histórico. El partido con mayores activos
políticos es el PRI, seguido del PAN y el PRD. El margen de participación de
cuadros políticos de la sociedad civil, así, es enormemente restringido, al
grado de que no será prácticamente posible aún la participación de candidatos
ciudadanos en este periodo electoral.
El juego del poder no
mira realmente al bien común como su meta principal. Como señaló Juan E.
Pardinas en una colaboración dominical para el periódico Reforma, exponiendo
algunos elementos del libro
El Manual del
Dictador: “el empeño de la política se sintetiza en dos ambiciones
elementales: la conquista y preservación del poder. El bien común, si se
llegara a dar, es solo un efecto secundario de esa ansia por imponer la
voluntad propia sobre las personas y las cosas. Esto no es una manifestación de
egoísmo o maldad, sino un rasgo inherente a la naturaleza humana”.
Pero la conquista y la preservación del poder, al ser
referidas como productos de la naturaleza humana parecería que ignoraran el
hecho de que la construcción de la política, como sistema de gobierno tiene
precisamente como meta la consecución del bien común. Esto expone la
contraposición entre dos formas distintas de concebir la política: Aristóteles
confrontado con Maquiavelo, la contraposición entre la filosofía política
clásica y la filosofía política moderna.
La observación de Pardinas es pertinente porque nos indica
que la real politik está basada más
en la naturaleza humana (pasional), que en el carácter convencional de lo
político (racional), pues propugna por la conquista y la conservación del poder
(algo que habrían ya alcanzado cada uno de los legisladores o funcionarios de
gobierno, sin importar su filiación partidaria, pues el mero hecho de alcanzar
a ser legisladores significaría para ellos la conquista del poder, y mantenerse
dentro del sistema político sería la expresión de su habilidad para conservar
el poder, o como quien dice, no vivir fuera del presupuesto).
Bajo esta perspectiva, no importa en realidad quién
gobierne, o cuáles sean sus propuestas de gobierno, lo que importa es que han
alcanzado el poder y lo van a conservar. Las elecciones así, no son más que
formas de legitimar tal situación. El debate de los candidatos presidenciales
así lo muestran, pues al verlos queda patente la falta absoluta de propuestas
concretas para alcanzar ese bien común, así como las enormes limitaciones de
cada candidato.
Es cierto que este esquema de adquisición y conservación de
poder, para no mostrar tan claramente su naturaleza, el propio sistema político
va haciendo pequeñas concesiones a la sociedad civil, a lo largo del tiempo.
“En las sociedades ricas del Norte–dice Noam Chomsky-,
cuando comunidades mejor organizadas van consiguiendo derechos civiles y
humanos (como los hispanos y afroamericanos) se ha de impedir por otros medios
la participación política de la mayoría”.
Esos otros medios de los que habla Chomsky para evitar la
participación de la mayoría, van desde la propaganda ideológica, mediática,
hasta el uso de la fuerza. La propaganda tiene como objetivo el control de la
mente pública, atomizar a la comunidad, destruir cualquier tipo de organización
que produzca influencia en la gente que no debe tenerla. El objetivo es que los
individuos no se puedan organizar, que permanezcan solos, pues de ese modo su
participación no alcanza una verdadera significatividad, de acuerdo con
Chomsky.
La propaganda política electoral en México es una muestra
del desprecio que sienten los jefes de campaña por los electores y por su
inteligencia: cientos de spots aburridos, huecos, superficiales, poco o nada propositivos inundan la televisión y el radio.
Volviendo al tema de los debates presidenciales, como el
visto el domingo 6 de mayo, la audiencia logró ver cómo se manejan estos
candidatos: ninguno respondía claramente a lo preguntado, o sus respuestas
giraban en torno a propuestas generalizadoras sin decir cómo lo harían: nadie explicó cómo crear nuevos
trabajos, o cómo combatir al crimen organizado, mejorar las finanzas, administrar los
bienes estatales como Pemex, ninguno de ellos lo dejó claro, y todo por atacar
o defenderse (Peña, AMLO y Vázquez) o aprovechar el momento (Quadri).
Luego de ver este debate, no queda más que estar de acuerdo
con lo que Michelangelo Bovero ha propuesto hace tiempo: que estamos viviendo
en una kakistocracia, es decir en el gobierno de los peores. No es
entonces la posibilidad de ver realizarse un gobierno de los mejores, o de los
que saben, sino un gobierno de corruptos, o de líderes de visión cuadrada o
limitada en el mejor de los casos, lo que pudimos ver en el debate televisado. La
democracia que nos vende el IFE es una grotesca caricatura de su noción
clásica (que vendría a ser una utopía a la que se debe intentar llegar, sabiendo que nunca será realizable totalmente).
La participación ciudadana en la política queda limitada, de
ese modo, tal como lo planteaban dos teóricos políticos destacados, uno de ellos del
siglo XVII, John Locke, y otro del siglo XX, Walter Lippman, señala Chomsky. Locke sostenía que
“los ciudadanos deben estar informados de los asuntos públicos, pero no tienen
derecho alguno a discutirlos” y menos a participar en la administración de esos
asuntos públicos. Lippman señala que “para que una democracia funcione bien, el
poder decisorio debe quedar limitado a una pequeña elite de “hombres
responsables”. No debe haber ninguna intervención de “intrusos ignorantes y
entrometidos” término aplicado al público en general, cuya función es la de
mero espectador sin participación en el sistema político.
Es algo que ya les sale muy bien, convertirnos a los ciudadanos comunes en meros
espectadores, mostrarnos quiénes son esos hombres
responsables y quiénes los intrusos.