Monday, May 07, 2012

De debates y otros cuentos


Por el menos peor
La participación política ciudadana.

Ricardo Martínez García

A menos de un par de meses de que se repita el viejo ritual político de las elecciones federales, es necesario volver a reflexionar sobre el papel que la población juega en este proceso de renovación de cargos públicos federales y locales, en un sistema que se presume de participación democrática.

En México, como en otros países, la participación política ciudadana se produce durante los periodos electorales estatales o federales. Se trata de una participación mínima, en el proceso general de la toma de decisiones, que inicia precisamente con la elección de los representantes y funcionarios de gobierno, como el presidente y su gabinete, gobernadores, diputados y senadores.

En tal participación ciudadana no hay ningún debate ciudadano –los debates que se producen son entre los candidatos a presidente, que dejan mucho que desear-, solo su participación en las elecciones a partir del voto, que tan exaltadamente glorifica el Instituto Federal Electoral.

Cada seis años se repite el ritual electoral, cuyo resultado consagra a un “representante” de la voluntad popular de su sector (desde todo el país hasta los distritos electorales), o tal es la pretenisión. El problema es que si ese representante, sea el presidente, el gobernador o un legislador, no rinde o trabaja lo que debería, no hay manera de cambiarlo o sustituirlo. El plebiscito sería más que necesario para remover a los que no legislan a favor de sus representados, así como la reelección sería la forma de premiarlos si sí lo hicieron.

El sistema electoral está diseñado para garantizar al menos dos cosas: estabilidad en el aparato político y económico, con el que los grupos de poder no experimentan ningún tipo de modificación en su forma de operar, y por lo tanto en sus intereses, y la garantía de que la participación ciudadana efectiva en el quehacer político será mínima, pero suficiente, para legitimar al sistema político en general.

La posibilidad de implementar la figura electoral de un plebiscito es real, pero también lo es el que en el aparato legislativo pocos estarían dispuestos a apoyar tal moción (pues implicaría la probabilidad de que pudieran remover a cualquier representante o legislador, así como a los propios funcionarios elegidos popularmente). Los lazos de intereses generados hacen inviable la operación de un plebiscito, instrumento que sería muy necesario para la mejora del servicio público.

El problema entonces es que la sociedad civil no logra formar verdaderos cuadros de acción política, pues éstos ya están instaurados por los diferentes partidos políticos, con mayor o menor efectividad participativa, según sea su alcance histórico. El partido con mayores activos políticos es el PRI, seguido del PAN y el PRD. El margen de participación de cuadros políticos de la sociedad civil, así, es enormemente restringido, al grado de que no será prácticamente posible aún la participación de candidatos ciudadanos en este periodo electoral.[1]

El juego del poder no mira realmente al bien común como su meta principal. Como señaló Juan E. Pardinas en una colaboración dominical para el periódico Reforma, exponiendo algunos elementos del libro El Manual del Dictador: “el empeño de la política se sintetiza en dos ambiciones elementales: la conquista y preservación del poder. El bien común, si se llegara a dar, es solo un efecto secundario de esa ansia por imponer la voluntad propia sobre las personas y las cosas. Esto no es una manifestación de egoísmo o maldad, sino un rasgo inherente a la naturaleza humana”. [2]

Pero la conquista y la preservación del poder, al ser referidas como productos de la naturaleza humana parecería que ignoraran el hecho de que la construcción de la política, como sistema de gobierno tiene precisamente como meta la consecución del bien común. Esto expone la contraposición entre dos formas distintas de concebir la política: Aristóteles confrontado con Maquiavelo, la contraposición entre la filosofía política clásica y la filosofía política moderna.

La observación de Pardinas es pertinente porque nos indica que la real politik está basada más en la naturaleza humana (pasional), que en el carácter convencional de lo político (racional), pues propugna por la conquista y la conservación del poder (algo que habrían ya alcanzado cada uno de los legisladores o funcionarios de gobierno, sin importar su filiación partidaria, pues el mero hecho de alcanzar a ser legisladores significaría para ellos la conquista del poder, y mantenerse dentro del sistema político sería la expresión de su habilidad para conservar el poder, o como quien dice, no vivir fuera del presupuesto).

Bajo esta perspectiva, no importa en realidad quién gobierne, o cuáles sean sus propuestas de gobierno, lo que importa es que han alcanzado el poder y lo van a conservar. Las elecciones así, no son más que formas de legitimar tal situación. El debate de los candidatos presidenciales así lo muestran, pues al verlos queda patente la falta absoluta de propuestas concretas para alcanzar ese bien común, así como las enormes limitaciones de cada candidato.

Es cierto que este esquema de adquisición y conservación de poder, para no mostrar tan claramente su naturaleza, el propio sistema político va haciendo pequeñas concesiones a la sociedad civil, a lo largo del tiempo.

“En las sociedades ricas del Norte–dice Noam Chomsky-, cuando comunidades mejor organizadas van consiguiendo derechos civiles y humanos (como los hispanos y afroamericanos) se ha de impedir por otros medios la participación política de la mayoría”. [3]

Esos otros medios de los que habla Chomsky para evitar la participación de la mayoría, van desde la propaganda ideológica, mediática, hasta el uso de la fuerza. La propaganda tiene como objetivo el control de la mente pública, atomizar a la comunidad, destruir cualquier tipo de organización que produzca influencia en la gente que no debe tenerla. El objetivo es que los individuos no se puedan organizar, que permanezcan solos, pues de ese modo su participación no alcanza una verdadera significatividad, de acuerdo con Chomsky.

La propaganda política electoral en México es una muestra del desprecio que sienten los jefes de campaña por los electores y por su inteligencia: cientos de spots aburridos, huecos, superficiales, poco o nada propositivos inundan la televisión y el radio.

Volviendo al tema de los debates presidenciales, como el visto el domingo 6 de mayo, la audiencia logró ver cómo se manejan estos candidatos: ninguno respondía claramente a lo preguntado, o sus respuestas giraban en torno a propuestas generalizadoras sin decir cómo lo harían: nadie explicó cómo crear nuevos trabajos, o cómo combatir al crimen organizado, mejorar las finanzas, administrar los bienes estatales como Pemex, ninguno de ellos lo dejó claro, y todo por atacar o defenderse (Peña, AMLO y Vázquez) o aprovechar el momento (Quadri).

Luego de ver este debate, no queda más que estar de acuerdo con lo que Michelangelo Bovero ha propuesto hace tiempo: que estamos viviendo en una kakistocracia, es decir en el gobierno de los peores. No es entonces la posibilidad de ver realizarse un gobierno de los mejores, o de los que saben, sino un gobierno de corruptos, o de líderes de visión cuadrada o limitada en el mejor de los casos, lo que pudimos ver en el debate televisado. La democracia que nos vende el IFE es una grotesca caricatura de su noción clásica (que vendría a ser una utopía a la que se debe intentar llegar, sabiendo que nunca será realizable totalmente).

La participación ciudadana en la política queda limitada, de ese modo, tal como lo planteaban dos teóricos políticos destacados, uno de ellos del siglo XVII, John Locke, y otro del siglo XX, Walter Lippman, señala Chomsky. Locke sostenía que “los ciudadanos deben estar informados de los asuntos públicos, pero no tienen derecho alguno a discutirlos” y menos a participar en la administración de esos asuntos públicos. Lippman señala que “para que una democracia funcione bien, el poder decisorio debe quedar limitado a una pequeña elite de “hombres responsables”. No debe haber ninguna intervención de “intrusos ignorantes y entrometidos” término aplicado al público en general, cuya función es la de mero espectador sin participación en el sistema político.[4]

Es algo que ya les sale muy bien, convertirnos a los ciudadanos comunes en meros espectadores, mostrarnos quiénes son esos hombres responsables y quiénes los intrusos.


[1] Cf http://www.expreso.com.mx/index.php?option=com_content&view=article&id=15376:sepultan-candidatos-ciudadanos-para-2012&catid=3:nacional&Itemid=72
[2] Cf Pardinas, Juan E. El manual del dictador, Diario Reforma, 8 de abril de 2012, página 11.
[3] Chomsky, N. Política y Cultura a Finales del Siglo XX, Ariel, México 1996, página 20.
[4] Chomsky, op. cit., página 23.

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