Monday, June 04, 2012

De Debates y otros Cuentos 2


Entretenimiento puro y aburrido

La utilidad de los debates

Ricardo Martínez García

Durante los tiempos electorales que corren (y en algunos periodos pasados) se producen, como se sabe, los llamados debates entre candidatos, con el fin de que los aspirantes den a conocer las líneas generales de acción que habrán de tomar en su gobierno o administración, de alcanzar el poder.

La experiencia de sexenios anteriores, en los cuales hubo promesas de campaña y también debates de candidatos, nos dice que estos aspirantes son capaces de prometer las perlas de la virgen con tal de ganar el favor del electorado (que es lo único que buscan de ellos), y lo hacen con la mano en la cintura, como si no se supiera de las acciones realizadas en el pasado inmediato por cada uno de ellos.

La pregunta que se puede plantear en esta coyuntura es ¿de qué sirven los debates? Porque sin duda tienen su utilidad, entre otras cosas para mostrarnos las capacidades retóricas de cada candidato, de su estilo, de su coherencia y articulación. Verlos intentar exponer intenciones políticas pero sin explicar la manera de operarlas o implementarlas (que es lo que verdaderamente podría convencer o no a los electores a darles su apoyo) es lo común, además de señalar las fallas más obvias en los adversarios.

Sin duda todos los candidatos basan su discurso en la idea de la consecución del bien común. Las ideas van desde cambiar la percepción del gobierno de modo radical, es decir pasar de un gobierno más o menos corrupto a un gobierno honesto, o mantener la asistencia social vía programas ya implementados y sin propuestas novedosas: nada de lo que tengan que preocuparse los grandes empresarios, ni los banqueros o los inversionistas, o los líderes sindicales. Nada que realmente sugiera siquiera un cambio de rumbo hacia una sociedad en la que la colectividad presuponga un nivel superior al de la mera individualidad. Es decir, nada que de verdad proponga realizar un cambio significativo en las nociones de justicia social o solidaridad colectiva o de distribución más equitativa en los ingresos.

Visto del modo anterior, parece más un contrasentido hacia las campañas proselitistas la realización de los debates. Más que mostrar proyectos políticos atractivos, lo que muestran son las carencias y limitaciones que padecen estos políticos.

El verdadero sentido de los debates es proponer las mejores ideas, exponer las razones por las cuales se deben tomar o no determinadas decisiones importantes para la vida pública. Pero estas decisiones a tomar solo son importantes para tal vida pública si se hacen dentro del seno de la esfera en la que tales decisiones toman carácter de políticas públicas legislativas, gubernamentales o judiciales. Es decir de decisiones que se traducirán realmente en acciones públicas.

En los debates realizados por los candidatos, éstos pueden decir cualquier cantidad de cosas que realizarán, pero en la medida en que se proponen en ese momento del debate tales acciones en la tribuna equivocada (el foro televisivo de alguna empresa de medios de comunicación), esas acciones no tienen aún el carácter de políticas públicas operables. Es como cuando un grupo de intelectuales analilzan las mejores opciones para generar empleo, o combatir al crimen organizado, pero todo lo que propongan no trasciende hacia las políticas públicas porque ellos no tienen manera de hacer que los resultados de sus análisis se conviertan realmente en políticas públicas aplicables.

En este sentido hay que hacer la diferencia de las esferas privadas y públicas. Permítaseme citar un texto de Cornelius Castoriadis:

Hagamos la distinción entre oîkos, los asuntos estrictamente privados; el agorá, la esfera privada/pública, el lugar donde los ciudadanos se encuentran fuera del dominio político; y la ekklesía, la esfera pública/pública, es decir, en un régimen democrático, el lugar donde se delibera y se deciden los asuntos comunes. En el agorá, discuto con otros, compro libros u otra cosa, estoy en un espacio público pero que es, al mismo tiempo, privado, ya que ninguna decisión política (legislativa, gubernamental o judicial) puede tomarse allí; la colectividad, a través de su legislación, nos asegura solamente la libertad de este espacio. En la ekklesía en el sentido amplio, que comprende tanto la asamblea del pueblo como así también el gobierno y los tribunales, estoy en un espacio público/público: delibero con los otros para decidir, y estas decisiones son sancionadas por el poder público de la colectividad. La democracia también puede definirse como el devenir verdaderamente público de la esfera pública/pública -lo que en otros regímenes es un hecho más o menos privado-.1

Entonces de acuerdo con lo que señala Castoriadis, un programa de análisis en la televisión, las discusiones de los grupos académicos especializados en la política, las opiniones de las diferentes voces críticas que se expresan por escrito en los periódicos, o alguien que opina en un blog (como yo aquí) y que eventualmente puede ser leído por cualquier persona que acceda a él, constituyen de este modo el agorá, la plaza pública/privada, donde se examina y se discute, pero donde no se toman decisiones políticas en el sentido en el que se toman en la ekklesía.

El debate presidencial se inserta en esta esfera de esta agorá, puesto que no se realizó en una asamblea del pueblo; en esta agorá sí se discutió pero no se deliberó ni se decidió nada ahí, no es como cuando se delibera y se decide en la Cámara de diputados o de senadores (pues lo que está en juego ahí es solo un aspecto de la llamada “democracia representativa”). 

El voto del elector, esa es la decisión a tomar en esta agorá, pero no es una decisión sobre algo que pueda sancionarse desde el poder público sino solo es una decisión sobre las diferentes opciones de candidatos, con el fin de justificar y legalizar el proceso electoral.

Ahora, para ser radicalmente honestos, eso que llamamos democracia es en realidad un parapeto de legalidad que oculta un sistema oligárquico que es el que tiene plena posesión e influencia sobre la esfera pública/pública, que al hacerla parte de su propiedad la convierte en una esfera privada. Y no lo digo yo en un momento de influencia andrésmanuelista.

Dice Castoriadis: “una de las múltiples razones por las cuales parece una burla hablar de democracia en las sociedades occidentales actuales es que la esfera pública constituye de hecho una esfera privada -y esto es válido en Francia como en Estados Unidos o Inglaterra (y México, añadiría yo)-. En primer lugar, es privada en el sentido de que las decisiones verdaderas se toman en un espacio aislado, en los pasillos o lugares de encuentro de los gobernantes. Sabemos, de hecho, que no se toman en los lugares oficiales donde se supone que deberían tomarse; cuando llegan frente al Consejo de ministros o la Cámara de diputados, ya están echadas las cartas”.

Aunque Castoriadis se refiere al contexto francés y afirma que lo que dice es válido en los Estados Unidos o Inlgaterra, es claro ver hasta qué punto lo que dice se aplica al contexto mexicano. La conclusión de esta situación la señala muy bien, cuando sostiene que:

Previo a toda discusión sobre la cuestión democracia directa o “democraciarepresentativa, constatamos que la democracia actual es cualquier cosa salvo una democracia, ya que la esfera pública/pública es, de hecho, una esfera privada, y constituye la propiedad de la oligarquía política y no del cuerpo político.2

1Castoriadis, Cornelius, Figuras de lo pensable, Fondo de Cultura Económica, México, 2002, página 152.
2Op cit, página 153.

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