Friday, April 17, 2015

50 Sombras de Grey

¿Quién domina a quién?
Las trampas del amor
Ricardo Martínez García

La primera parte de esta franquicia cinematográfica ha generado excesivas expectativas, gracias a una efectiva publicidad que apela más que a la curiosidad al morbo, al deseo ya no tan oculto de presenciar escenas sexuales explícitas desde la pantalla grande pero sin llegar a la vulgaridad o banalidad de lo pornográfico.

Christian Grey (Jamie Dornan) es un millonario con costumbres sexuales de un género tan preciso que necesita primero de contratos de confidencialidad por parte de las mujeres con quienes se relaciona, y luego de contratos personales donde se especifica el rol que jugará cada miembro de la pareja.

El sexo no es tan explícito como sí lo es lo que especifica de modo escrito en el contrato entre el hombre dominator Grey y la sumisa Anastasia Steel (Dakota Johnson), una estudiante que se comporta como una muchacha provinciana que se enamora del inmensamente rico y culto hombre de negocios Grey.

La perversión de Grey consiste en conseguir que su pareja de turno admita, de modo voluntario y en ejercicio de su libertad, una serie de requerimientos que colocan a la relación muy cerca del sadismo en un grado de adulteración que lo convierte en algo muy light.

Ana Steel, sin embargo, en el proceso de conocer a Grey, se enamora de él, ella es una idealista, apela a los sentimientos de Grey y cree que con ellos de su lado conquistará al conquistador, al dominador dominado, dándole la vuelta a la relación, o haciéndola dialéctica, de ida y vuelta, en un movimiento audaz, que la coloca por momentos en el extremo opuesto de su papel, no aceptado aún, de ser la sumisa-tapete de Grey.

El lujo y la exquisitez de los bienes materiales, mostrados prolijamente en la cinta, devienen en algo banal, cuando se muestra que es la envoltura corporal de nuestros seres lo que se esgrime como único referente de la realidad amorosa. Los utensilios que suele usar Grey en su habitación de juegos son diseñados para exaltar o realizar una amplificación de los sentidos, que son puestos al servicio de la exploración y la experimentación del placer sensual.

El planteamiento general de la cinta queda lejos de otras más provocativas o atrevidas, como 9 Semanas y Media (86) de Adrian Lyne, El Último Tango en París (72) de Bernardo Bertolucci, o de El imperio de los Sentidos (76), de Nagisa Oshima.

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