¿Quién domina a quién? |
Las
trampas del amor
Ricardo Martínez García
La primera parte de esta franquicia
cinematográfica ha generado excesivas expectativas, gracias a una
efectiva publicidad que apela más que a la curiosidad al morbo, al
deseo ya no tan oculto de presenciar escenas sexuales explícitas
desde la pantalla grande pero sin llegar a la vulgaridad o banalidad
de lo pornográfico.
Christian Grey (Jamie Dornan) es un
millonario con costumbres sexuales de un género tan preciso que
necesita primero de contratos de confidencialidad por parte de las
mujeres con quienes se relaciona, y luego de contratos personales
donde se especifica el rol que jugará cada miembro de la pareja.
El sexo no es tan explícito como sí
lo es lo que especifica de modo escrito en el contrato entre el
hombre dominator Grey y la sumisa Anastasia Steel
(Dakota Johnson), una estudiante que se comporta como una muchacha
provinciana que se enamora del inmensamente rico y culto hombre de
negocios Grey.
La perversión de Grey consiste
en conseguir que su pareja de turno admita, de modo voluntario y en
ejercicio de su libertad, una serie de requerimientos que colocan a
la relación muy cerca del sadismo en un grado de adulteración que
lo convierte en algo muy light.
Ana Steel, sin embargo, en el proceso
de conocer a Grey, se enamora de él, ella es una idealista, apela a
los sentimientos de Grey y cree que con ellos de su lado conquistará
al conquistador, al dominador dominado, dándole la vuelta a la
relación, o haciéndola dialéctica, de ida y vuelta, en un
movimiento audaz, que la coloca por momentos en el extremo opuesto de
su papel, no aceptado aún, de ser la sumisa-tapete de Grey.
El lujo y la exquisitez de los bienes
materiales, mostrados prolijamente en la cinta, devienen en algo
banal, cuando se muestra que es la envoltura corporal de nuestros
seres lo que se esgrime como único referente de la realidad amorosa.
Los utensilios que suele usar Grey en su habitación de juegos
son diseñados para exaltar o realizar una amplificación de los
sentidos, que son puestos al servicio de la exploración y la
experimentación del placer sensual.
El planteamiento general de la cinta
queda lejos de otras más provocativas o atrevidas, como 9 Semanas
y Media (86) de Adrian Lyne, El Último Tango en París
(72) de Bernardo Bertolucci, o de El imperio de los Sentidos
(76), de Nagisa Oshima.
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