Saturday, August 20, 2016

La Bruja

Fanatismo autodestuctivo
Del folklore norteamiericano

Ricardo Martínez García

Hay algunos aspectos culturales a lo largo de la historia de la humanidad que resultan autodestructivos para aquellos que comparten un específico sistema de creencias basadas en una religión. Expresiones de lo mágico, de lo satánico, mueven las acciones de algunas personas hacia fines siniestros, en una clara violación de las leyes tanto de la naturaleza como de las humanas.

A partir del siglo XVII las grandes migraciones de europeos anglosajones y protestantes a las Colonias Británicas comenzaron a poblar las extensas llanuras del norte y medio oeste norteamericano. 

Muchos de ellos arrastraban consigo una cultura de arduo trabajo agrícola, forjada en la pobreza y en la precariedad, pero además eran fieles del cristianismo protestante en sus múltiples variantes, creyentes del poder divino de Dios y de su manifiesta voluntad, así como de la real existencia de su adversario, quien constantemente los tentaba a pecar y alejarse de Dios. Eran dueños de una espiritualidad desbocada, basada en una inculta interpretación de los textos bíblicos, lo que daba pie a extrañas desviaciones supersticiosas.

En un sistema de creencias donde una acusación infantil podía tener como consecuencia ser juzgado o juzgada como practicante de la brujería y ser quemado, o ahorcado, nadie estaba seguro. Miles de personas inocentes en Europa central sobre todo, y algunas en América, víctimas de la maledicencia, la envidia, la ignorancia y la paranoia, murieron al ser acusadas de practicar la brujería y de ser adoradoras del diablo. 

Son famosas en la historia las cacerías de brujas llevadas en Alemania, así como las múltiples ejecuciones llevadas a cabo, en el lado del cristianismo católico por oficiales de la Santa Inquisición, tanto en Europa como en Norteamérica. La cacería de brujas fue algo en lo que compitieron tanto protestantes como católicos.

En este contexto se plantea la cinta La Bruja, dirigida por Robert Eggers, una narración descarnada, casi un documental sobre una familia emigrada que decide vivir en el aislamiento de un valle rodeado de bosques de la Nueva Inglaterra a inicios del siglo XVII. 

La familia trabaja en su granja, pero la normalidad se trastoca cuando desaparece el hijo más pequeño, el bebé que estaba cuidando la hija mayor Thomasin (Anya Taylor Joy) a orillas del bosque. La desaparición es tan súbita que ella no sabe a qué atribuirlo: un lobo o ¿una bruja? Se desata entonces una paranoia familiar de consecuencias nefastas.


Casi sin efectos especiales, entrevemos a una mujer que vive en lo profundo del bosque untarse el cuerpo con la sangre del bebé raptado, algo de lo que comúnmente se acusaba a las brujas, con el supuesto fin de poder volar; al final vemos a Thomasin participando de lo que parece un aquelarre o sabbat en medio del bosque, a donde llega siguiendo a Black Phillip, la cabra, con quien ha tenido una conversación perturbadora. El suspenso que se genera no es tanto la de una película de terror convencional, sino una en la que lo espantoso es la autodestrucción familiar, producto de la superstición. ¿No es eso lo que desea el diablo?

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