El punto ciego de los sentimientos |
La
verdad de los sentimientos
Ricardo
Martínez García
Gene
es un profesor de preparatoria y ex actor, viudo de una
fotoperiodista de gran fama, Isabelle, fallecida en un accidente de
auto. Tanto él como sus hijos Jonah y Conrad, viven su duelo de
maneras muy distintas.
El
director noruego Joachim Trier presenta en este filme cuatro
perspectivas familiares sobre un suceso vivido en común: la pérdida
de la madre y de la esposa. Para cada uno este evento tiene un
significado diferente, lo cual resulta patente cuando la agencia para
la que trabajaba Isabelle (Isabelle Huppert) solicita permiso para
buscar material fotográfico inédito en la casa familiar.
Gene
(Gabriel Byrne) vive con su hijo menor Conrad (Devin Druid), quien
vive introvertido pero no ajeno a su entorno. Cada vez que Gene
intenta establecer alguna charla con su hijo, solo encuentra rechazo
y aislamiento. El hijo mayor, Jonah (Jesse Eisenberg), está por
terminar su doctorado en sociología y acaba de ser padre. Es él el
que revisa el material dejado por su madre para la agencia,
encontrando efectivamente material inédito que desecha por ser
demasiado íntimo y revelador. Al mismo tiempo, el colega periodista
de su madre Richard (David Strathairn) decide escribir un homenaje
para Isabelle en el New York Times, lo cual genera cierta angustia a
Gene, pues su hijo menor no sabe sobre lo que se piensa realmente del
accidente de su madre.
La
trama se teje con elementos cotidianos en las familias modernas,
fragmentadas, indiferentes en apariencia, faltas de comunicación,
cada uno intentando vivir su vida lo mejor que puede, egoísta la
mayor de las veces. Los recuerdos que cada uno de ellos hilan sobre
su madre ofrecen para el espectador una visión más completa que la
imagen fragmentada que la que ellos se han construido para sí
individualmente; la personalidad de todos es una construcción
colectiva. Siendo así, no se puede hablar de que una visión
personal sea más cierta que otra. La imagen que tenemos de cada
quien, pareciera sugerir la cinta, es resultado de lo que hemos
vivido con esa persona, más lo que otras personas comunican de ella.
La verdad es consensual, como diría Adorno, o al menos el
conocimiento de los otros. Pero en la cinta no hay consenso sin
comunicación.
Si
en su trabajo como corresponsal gráfica de guerra Isabelle
fotografiaba escenas que denuncian la barbarie de los conflictos
armados, la cinta denuncia esa falta de comunicación en las
familias, que ocultan cosas para no lastimarse entre sí, pero el
verdadero daño es precisamente no comunicarse. El trabajo
periodístico de Isabelle debía generar profunda indignación, pero
lejos del conflicto, sus fotos se pierden en la indiferencia de la
vida social. La sola comunicación no basta para vencer la
indiferencia general.
La
cinta invita a la reflexión sobre la vida familiar y social, sobre
la importancia de la comunicación y su valorización, y al final,
sobre aquello que consideramos cierto o verdadero pero que puede no
ser más que parte de un todo, del que solo conocemos una parte.
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