Ricardo Martínez García
Ambientada en Los Angeles durante uno de los momentos históricos que debería hacer sonrojar al gobierno de los Estados Unidos que desde hace muchos años ha enarbolado la bandera “democrática” ante el resto del mundo, Bobby (El día que asesinaron a Kennedy), cinta de Emilio Estevez, nos muestra una colección de escenas cotidianas que habrán de coincidir en un momento crucial: el asesinato de Robert F. Kennedy, candidato a la presidencia en 1968, en las instalaciones del hotel Ambassador.
Para muchos la llegada de Bobby a la presidencia no sólo significaba ver a otro Kennedy en la Casa Blanca, sino la gran esperanza de terminar con la absurda y criminal intervención en Vietnam de sus fuerzas armadas y acabar con las bajas y heridos en combate (algo que el joven William (Elijah Wood) desea evitar y por eso se casa con su sacrificada amiga Diane (Lindsay Lohan)) o de mejorar los niveles de vida de mucha gente necesitada, de justicia social y respeto a los derechos humanos.
Tales esperanzas ya habían sufrido un duro golpe, o al menos así fue para grandes sectores de la población afroamericana e hispana, con el asesinato de Martin Luther King. Por ello, la única esperanza que podían concebir la representaba Robert F. Kennedy.
La película transcurre entre los discursos llenos de contenido social de Bobby (que debieron alarmar verdaderamente a los sectores conservadores del gobierno), y las situaciones de diversos personajes: la vacuidad de Virginia Fallon, cantante alcohólica y acabada (Demi Moore) que afirma que todas las mujeres son unas “cualquieras”, con la diferencia de que a algunas les pagan; la decepción de una estilista engañada (Sharon Stone) y el arrepentimiento de su marido (William H. Macy), infiel con una telefonista (Heather Graham) del Ambassador donde él es el gerente; la necesidad de escape de unos adolescentes promotores del voto demócrata que están hartos de su trabajo y prueban LSD por primera vez; la nostalgia de unos retirados ex empleados del hotel (Anthony Hopkins y Harry Belafonte) que dedican las tardes a beber whisky y a jugar ajedrez; y la politizada vida de los cocineros que discuten si los negros son “hermanos” de los latinos o si éstos son amigos de los negros.
Emilio Estevez logra por la vía de la nostalgia de los tiempos sesenteros, con la sicodelia de los hippies (encarnados en Ashton Kutcher) y música de Donovan entre otros, lo que Michael Moore logra con sus reveladores filmes: pone nuevamente en la mira viejos y olvidados problemas, como asignaturas pendientes en la sociedad gringa: los magnicidios irresueltos, los motivos reales de la guerra de Vietnam, la cual tuvo incio –es cierto- durante la administración de John F. Kennedy, pero de quien se tienen indicios de su deseo de retirada, los problemas raciales y migratorios y, para cerrar con broche de oro, una especie de vacío moral generalizado, caracterizado por la indiferencia y el consumismo.
Esteves nos recuerda, a ratos con tonos de documental, lo trágico que debió ser para la familia Kennedy y traumático para la sociedad en general, ver asesinados a John y a Robert en la cúspide de sus carreras; nos recuerda que fuerzas ocultas aparentemente muy poderosas (individuales o corporativas, da igual pues ambas son siniestras y muy inquietantes) no querían bajo ningún rubro las políticas sociales de los Kennedy.
Pero también nos recuerda que la vida común debe seguir a pesar de los momentos más inciertos y vulnerables, de momentos de confusión y rabia, como los que se viven en el lobby del hotel después de saberse que tirotearon a Bobby en la cocina y en medio de la multitud.
Lo que no nos dice la cinta es si se resolvió el asesinato de Bobby, si fue un tirador solitario al estilo de Lee Harvey Oswald o Mario Aburto (en el caso de Luis Donaldo Colosio).
Según los reportes oficiales de la policía de Los Angeles, a Robert F. Kennedy lo asesinó un palestino llamado Sirhan Sirhan con un revólver calibre 22. También se sabe que se generaron muchas sospechas acerca de si Sirhan pudo o no causarle las heridas fatales a Bobby, debido a que las versiones de los testigos son incompatibles con las trayectorias de los tiros (con pronunciados ángulos de arriba hacia abajo; Sirhan sólo pudo disparar en ángulos paralelos al piso), determinadas durante la autopsia. Además, al parecer se encontró evidencia de que se produjeron más tiros que los ocho que pudo disparar Sirhan.
En todo caso, el misterio continúa, eso es lo que a fin de cuentas recuerda esta cinta.
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