"El amor es una amistad con momentos eróticos."
Antonio Gala
Antonio Gala
Ricardo Martínez García
El día del amor y la amistad es un día especial. Se trata de un día que todos, de alguna manera, celebramos o al menos notamos. Compras de tarjetas o muñecos de peluche, globos metálicos y reuniones con la pareja o los amigos caracterizan esta celebración.
El fenómeno amoroso lo vivimos de acuerdo a lo que experimentamos y lo que asimilamos a lo largo nuestras vidas.
Nadie puede dudar de que nuestras primeras experiencias amorosas tienen su origen en nuestros padres que, desde que éramos bebés, nos hacen la vida fácil y llevadera. En esa época de nuestras vidas ellos nos cuidaron y protegieron, nos alimentaron y educaron.
Pero apenas comienza la adolescencia, y con ella el desarrollo físico y la fiesta de las hormonas, ya no nos basta con ese amor incondicional y paternal. Todo ese amor, que nos gustaba tanto, de pronto cambia, casi siempre para mal, que incluso en ocasiones lo vivimos como una carga o un estorbo del que nos avergonzamos y abochornamos.
En la adolescencia, nuestra recién inaugurada necesidad de independencia es más fuerte que el amor de nuestros padres, que sufre un desaire como pocos. Es normal, y también es normal que luego de cierto tiempo volvemos a quererlos, de manera diferente, sí, pero los seguimos queriendo.
Mientras tanto, nuestro “amor” (o cualquier cosa que hayamos creído que era ese amor) se enfocó en una solo persona, en un amigo o amiga, en unos pantalones viejos, en unos sucios tenis, en una patineta o bicicleta, en un peinado.
¿Qué ocurrió en esa transición de la infancia a la pubertad? ¿Qué hace que de repente nos descubran haciendo bizcos y contándole las pestañas a alguien mientras la miramos? ¿Qué nos mueve a solicitar información sobre direcciones, teléfonos, gustos, y si esa persona está disponible? ¿Qué nos lleva a ser “comunicativos” –por no decir chismosos- cuando siempre nos conocieron como pertenecientes al grupo de las “personas serias”?
He ahí unas cuantas preguntas sobre la naturaleza cotidiana y habitual de eso que llamamos amor.
La esencia del amor, su definición o concepto, es algo que se ha buscado desde que el género humano existe. Hay por supuesto miles de respuestas, dependiendo del tiempo, la cultura, el lugar y el humor, de lo que es el amor, y casi todas están entre sí relacionadas.
A mí me gusta especialmente la forma en que es examinado el amor en el diálogo platónico llamado “El Banquete”, también llamado “Symposyum”. El diálogo narra una reunión de amigos en una de esas convivencias griegas, muy comunes en aquella época, en las que los convidados discutían sobre algún tema particular mientas comían y bebían (sobre todo esto último, lo cual es una costumbre que no se ha perdido, imagínense: ¿qué sería de una fiesta sin alcohol?).
Al dicho Banquete asistieron diferentes personajes. Cada uno de ellos representa una opinión específica – que aún podemos hallar ahora- ante la cuestión sobre lo que es el amor. Tales posturas son discutidas por los participantes con una cada vez más notoria desinhibición hacia el tema, fruto del constante consumo de los buenos vinos griegos. Seguro que todos han notado cómo en las fiestas el alcohol hace que –en apariencia- todos se diviertan más, claro que si hay exceso entonces ya no hay desinhibición sino intoxicación y entonces la diversión la ofrecen los intoxicados.
El primer personaje en exponer su opinión es Fedro, que tiene un punto de vista a todas luces mítico. Señala que el amor es el “dios más antiguo, el más grande y admirable”, que es un dios que otorga virtudes y valores, esenciales para la convivencia social. El amor, para Fedro, es ante todo el respeto hacia los demás. “¿Respeto?”, preguntará alguno de ustedes, “Pero si lo que quiero es que nos faltemos al respeto, mamita”, dirá otro más audaz.
Es evidente que el respeto del que habla Fedro es aquel del cual dependen algunos valores como la confianza y la fidelidad, la intimidad compartida y la visión de una vida fundada en el compromiso. Veamos qué dicen los demás.
El segundo en exponer sus ideas es Pausanias, quien con el mismo tono mítico recuerda que el amor o Eros está muy ligado con la diosa Afrodita, pero como hay dos Afroditas entonces hay dos tipos de amor: el primero, perteneciente a Afrodita Pandemo, es el amor vulgar y azaroso, mientras que el otro, el de Afrodita Urania, es el amor bello y virtuoso. Así, el amor para Pausanias cuenta con una doble cualidad: el amor vulgar y el virtuoso.
Erixímaco, tercero en exponer sus opiniones y siendo médico, sostiene una explicación más orgánica (casi científica) que mítica: señala que la constitución de los cuerpos contiene en sí un “doble amor”, pues existe “el estado sano del cuerpo y el estado enfermo”. Lo que en realidad propone Erixímaco es una dualidad en la naturaleza, no sólo del amor que para él es meramente físico, sino de todas las cosas naturales.
Tal dualidad conduce a la atracción de los contrarios, como en el caso de los sexos para la reproducción. Como puede observarse, la explicación se enfoca en un aspecto del amor específico con un argumento un tanto forzado.
El comediante Aristófanes, otro de los convidados, sostiene, en tono de guasa y de manera ingeniosa, que el poder del amor era inmenso, que al principio del tiempo había tres tipos de seres humanos: los masculinos, los femeninos y los andróginos. Cada uno de estos seres tenía dos cabezas, cuatro brazos, cuatro piernas. Según contó, eran tan poderosos que los dioses, envidiosos y temerosos de ellos, decidieron separarlos y alejarlos unos de otros, condenándolos a buscar incansablemente a su “otra mitad”.
La felicidad, según eso, consiste en reencontrarse y volver a ser un ser completo. Eso explicaría la atracción de hombres hacia otros hombres o mujeres a otras mujeres y finalmente de un hombre a una mujer (es decir, los seres andróginos o heterosexuales).
En su turno, Agatón contradice a Fedro en cuanto que el amor no es el más antiguo de los dioses sino el más joven, que tiene una forma flexiva, que la virtud del amor es igual tanto con los hombres como con los dioses, que es carente de violencia y que no hay mayor placer que el amor. Sería difícil estar en contra de sus argumentos.
Finalmente le toca el turno a Sócrates. Señala primero que los argumentos anteriores para describir al amor han sido básicamente adjetivos calificativos: que si el amor es bueno, bello, virtuoso, unificador, etcétera. Luego, Sócrates afirma que todo lo que sabe sobre el amor se lo debe a una mujer llamada Diótima con la que conversó alguna vez.
En la charla con Diótima Sócrates se dio cuenta de que en todos los casos el amor puede ser considerado tanto bello como feo, virtuoso como vulgar, unificador como separador, etcétera, pero que entonces es necesario comprender su naturaleza como algo intermedio entre los extremos.
Sócrates intenta señalar tanto la naturaleza del amor como su probable utilidad. Primero, el amor es amor a algo, a algo que no se posee; se desea aquello que no tenemos o que necesitamos. El amor no es un dios sino un genio o démon, es decir un estado emotivo, algo intermedio entre la divinidad y la humanidad que se dirige a la belleza y ésta prefigura al bien.
El amor también es deseo de vencer a la muerte con la generación de descendencia. Si el amor es amor por la belleza, comienza por la belleza sensible y asciende hasta llegar a la belleza de la sabiduría.
Diótima le explica a Sócrates el origen de Eros de la siguiente manera:
“Siendo hijo de Poros y Penía, Eros (como los griegos llaman al amor) se quedó con las siguientes características. En primer lugar, es siempre pobre, y lejos de ser delicado y bello, como cree la mayoría, es más bien duro y seco, descalzo y sin casa, duerme siempre en el suelo y descubierto, se acuesta a la intemperie en las puertas y al borde de los caminos, compañero siempre inseparable de la indigencia por tener la naturaleza de su madre.
“Por otra parte, de acuerdo a la naturaleza de su padre, está al acecho de lo bello y de lo bueno; es valiente, audaz y activo, hábil cazador, siempre urdiendo alguna trama, ávido de sabiduría y rico en recursos, filosofa a lo largo de toda su vida, y es un charlatán terrible, un embelesador y un sofista (conozco a varios así). No es por naturaleza ni inmortal ni mortal, sino que en el mismo día unas veces florece y vive, cuando está en la abundancia, y otras muere, pero recobra la vida de nuevo gracias a la naturaleza de su padre. Mas lo que consigue siempre se le escapa, de suerte que Eros nunca ni está falto de recursos ni es rico, y está, además, en el medio de la sabiduría y la ignorancia.
“Por otro lado, los ignorantes ni filosofan ni desean hacerse sabios, pues en esto estriba el mal de la ignorancia: en no ser ni noble, ni bueno, ni sabio y tener la ilusión de serlo en grado suficiente. Así, pues, el que no cree estar necesitado no desea tampoco lo que no cree necesitar.
“La sabiduría, en efecto, es una de las cosas más bellas y Eros es amor de lo bello, de modo que Eros es necesariamente amante de la sabiduría [filósofo], y por ser amante de la sabiduría está, por tanto, en medio del sabio y del ignorante”.
¿Cómo la ven desde ahí? Resulta evidente que para Platón el máximo objeto del amor es la sabiduría, pero ¿dónde quedó el amor de pareja?
El amor no está entonces en el objeto amado sino más bien en el acto de amar. El filósofo ama la sabiduría, el ignorante ama sus pasiones (o sus debilidades). El amor entre la pareja busca la reproducción esencialmente. Dice Diótima:
“Se cuenta una leyenda según la cual los que buscan la mitad de sí mismos son los que están enamorados (evidentemente se refiere a lo expuesto por Aristófanes), pero, según mi propia teoría, el amor no lo es ni de una mitad ni de un todo, a no ser que sea, amigo mío, realmente bueno, ya que los hombres están dispuestos a amputarse sus propios pies y manos, si les parece que esas partes de sí mismos son malas. Así que, en verdad, lo que los hombres aman no es otra cosa que el bien”.
Dicho amor, afirma Diótima, tiene una acción especial: un impulso creador, tanto en cuerpo como en alma. “La unión de hombre y mujer es, efectivamente, procreación y es una obra divina, pues la fecundidad y la reproducción es lo que de inmortal existe en el ser vivo, que es mortal”.
El problema para entender el fenómeno del enamoramiento, al menos para aquellos de nosotros que somos hijos educados con la ideología amorosa transmitida a través de la mercadotecnia, que nos vende ideas o modelos de lo que es lo bello, y que no necesariamente tienen que ver con las características estéticas presentes en la mayoría de la gente, es precisamente despojarnos de esos modelos estéticos irreales. Alcanzar a ver en las personas con quienes tratamos todos sus valores, pero sobre todo la belleza de su bondad.
Estar enamorado significa para mí tener la idea, clara y fuerte, de que alguien, por sus virtudes, vale completamente la pena tenerla como compañera o compañero de la vida (según sea el caso). Y ese enamoramiento dura mientras la idea se sostenga y esté vigente, es decir, mientras creamos en ella. El amor es una creencia.
Por otra parte, si el amor más alto es el amor a la sabiduría, ¿en dónde encontramos dicha sabiduría? En la experiencia de la vida y en lo que podemos sacar en limpio de ella; pero también en la literatura, en los escritos sapienciales presentes en todas las culturas del mundo.
Por poner un ejemplo, en el texto judío del Talmud se encuentran los “Dichos de los Padres” (o los Pirke Aboth) donde hay una frase que sintetiza una sabiduría que de tan profunda parece simple, y que se le atribuye al sabio Hillel:
“Solía decir: a más carne, más gusanos; a más riqueza, más preocupaciones; a más
mujeres, más brujería; a más doncellas, más lujuria; a más sirvientes, más robo;
a más Torá, más vida; a más aplicación, más sabiduría; a más consejo, más
comprensión; a más caridad, más paz”.1
1 Bloom, Harold, Dónde se encuentra la sabiduría, Santillana Ediciones, Barcelona, 2004.
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