Ricardo Martínez García
Anton Corbijn, fotógrafo de Joy Division en su momento y ahora director de la película sobre Curtis, Control (07), presenta los momentos clave de la vida de este malogrado y extraordinario artista, momentos de una expresividad tal vez demasiado sincera y hasta brutal.
Ian Curtis estaba a punto de salir de gira por los Estados Unidos con Joy Division, pero finalmente decidió el 18 de mayo de 1980 que él no quería ir ni a la gira ni a ningún lado más. El momento culminante de su corta carrera musical había llegado, lo que representaba de manera contradictoria haber alcanzado el éxito pero también el arribo del completo descontrol.
Basada en el libro Touching from a Distance, Ian Curtis & Joy Division, escrito por la viuda de Curtis, Deborah, la película muestra la forma en que el cantante y también compositor a los veintitrés años ve destruida su vida, o al menos tal como él la entendía: se sentía atrapado entre el agradecimiento a su esposa y el amor inspirado por una bella amante, pero además muestra el papel tan fundamental que tuvieron sus ataques de epilepsia -los cuales lo trastornaban cada vez más- y la pérdida de control en forma de alienación que debido a su estado mental experimentaba de sí mismo en público.
La influencia musical de David Bowie, Lou Reed, los Sex Pistols e Iggy Pop, así como la transformación del nombre de su banda Warsaw en Joy Division quedan establecidas al comienzo de la película, cuyas partes musicales son muy gozosas y se convierten en poderosas e hipnotizantes presentaciones en vivo, donde Curtis hacía gala de movimientos corporales muy intensos y hasta violentos.
Sam Riley, de veintisiete años, además del actor que da vida a Curtis en la cinta, es el cantante del grupo originario de Leeds llamado 10,000 Things y su voz es bastante parecida a la de Ian.
Curtis era un hombre capaz de recitar a Wordsworth y de escribir letras profundas inspiradas con un gran sentido poético, intensamente desesperadas y tristes. Tales características líricas, sumadas a un estilo musical único –producto de sus compañeros, que luego formarían el legendario New Order- dieron por resultado que en menos de tres años el grupo (77-80) alcanzara cierto nivel de fama y reconocimiento.
El rock de Joy Division es esencial y básico, prácticamente sin arreglos: los instrumentos suenan crudos y directos, descarnados pero potentes. Con todo, el estilo que desarrollaron los hizo sonar tan diferentes a los demás grupos punks británicos (Buzzcocks, Sex Pistols, The Clash) que parecía que inauguraban una nueva clasificación musical.
El trabajo de los actores que interpretan a los músicos (Joe Anderson, James Anthony Pearson y Harry Treadaway) incluyó que aprendieran a ejecutar las canciones de Joy Division, con lo que la cinta gana enormemente en autenticidad: las escenas de las presentaciones no son mímica sino reales. De hecho, Riley y sus compañeros actores interpretaron y grabaron Transmission para el soundtrack.
El trabajo actoral de Riley y de Samantha Morton como Debbie es verdaderamente destacable desde el punto de vista dramático: convencen al espectador de estar viendo una tragedia amorosa anunciada desde su gestación: la extrema juventud del matrimonio y la exposición al éxito y la fama fueron elementos vitales que Curtis, compositor con momentos de inspiración geniales y dueño de gran sinceridad, no logró mantener bajo control. El problema o trauma de Curtis –tal vez originado por él mismo cuando a manera de travesura y junto con un compañero tenía por costumbre robar e ingerir pastillas de cualquier tipo- se manifiesta en su cada vez más intensa y frecuente introspección, expuesta magistralmente por Riley. El papel de Debbie como la esposa engañada y despechada es más convencional pero no menos intenso en la interpretación de Morton.
La vida personal de Curtis, de acuerdo con la película, se reflejaba en sus canciones: mientras peor se sentía, más tristes y desesperadas eran sus letras. Irónicamente dos de sus piezas más famosas fueron She´s lost control y Love will tear us apart.
La cinta, filmada en blanco y negro, de textura ligeramente granulada, es una delicia para el melómano que conoce el trabajo –escaso- de Joy Division, y una excelente introducción a su obra para aquellas generaciones que apenas nacían cuando la banda tuvo su lunes triste, (nombre del que tal vez sea el hit más memorable de New Order: Blue Monday) al ser ése el día en que Curtis decidió que no quería continuar con el descontrol de su vida.
Se trata de un excelente trabajo biográfico, dramático y musical que ha comenzado a cosechar premios y completamente recomendable.
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