Wednesday, April 02, 2008

De la serie Puros Cuentos

Crónica de dos tardes calurosas
Ricardo Martínez García

1
La figura del francés Sebastián Castella está caracterizada por su juventud, esbeltez y abundante cabellera. Bien podría encarnar a Howl, el del Castillo Vagabundo, o al Rémy de las animaciones japonesas. Sin dejar de ser guapo, tiene un aspecto de garçon de muelle del Mediterráneo, pero a la vez poseedor de una enorme gracia y agilidad de movimientos.

Con su primer toro, encontrándose ya en el último tercio de lidia, Castella –de quien algunos dicen que es el mejor torero del mundo en el presente- hace gala de control y valentía: parece que coquetea o hipnotiza al toro: tan suaves y delicados son sus audaces movimientos con la muleta. La flema que le da a cada natural, con diferentes pases y recortes, como jugando con el toro pero sin menospreciarlo en ningún momento, resulta verdaderamente deliciosa.

La proximidad entre el torero y el astado queda asentada por la sangre que macula la taleguilla que viste el franco, quien parece conocer de toda la vida al morlaco. La cercanía entre el diestro y este testigo queda establecida por los diez metros entre el sitio principal de su faena y mi sucio lugar en la tercera fila. La tarde me fue propicia ante el inesperado espectáculo.

En comparación, el trabajo del Zotoluco –quien junto con Garibay comparte este día ruedo con Castella en la Silverio Pérez- resulta algo tosco aunque no menos valiente ni arriesgado. Es como una lucha entre un rudo y un técnico: arrojo y audacia de ambos lados, finura, técnica y delicadeza del lado francés.

-Es muy bueno, ¿no?-, comenta Mark mientras me pasa la bota con vino. Jules, nuestro mecenas, conversa animadamente con un señor que tiene toda la pinta de ser ganadero.
-¡Es impresionante!, ¿ya viste cómo tiene sangre en la pierna?-, pregunto a mi vez.
-Sí, casi monta al toro. Y todo al natural, sin aspavientos ni falsas poses como otros que hemos visto.

Pues sí, Castella es tan auténtico que su toreo fluye artesanalmente a la vista de todos.

2

En verdad que hace calor este día, tanto así que no se apetece siquiera salir al patio del edificio.
-¡Me opongo!-, exclamó Erny, el ingeniero de sistemas, tan pronto como le respondí sobre lo que haría el domingo por la tarde. Siempre preguntaba lo mismo y yo siempre temía lo mismo: que me fuera a invitar a algún lado.
-¿A qué te opones, a que vaya a la Plaza de Toros?-, contesté algo picado pues no me gusta la idea de que alguien me impida hacer algo.
-No, a que los maten, eso es tortura, es inhumano.
-Siempre hay gente protestando por eso afuera de la Plaza, ¿has ido alguna vez a una corrida?
-¡Claro que no!, pero eso no significa que no sepa lo que es.
-Bueno-, dije, con cierto fastidio, –¿No te parece que tu vehemencia en contra del toreo es digna de mejores causas? ¿Por qué no protestar por cómo son tratados y sacrificados los cerdos, o los pollos, o las focas en Canadá? O mejor por la situación de ciertos pueblos humanos. ¡Ahora mismo muere gente en Irak o en Afganistán, cuyas poblaciones han sido invadidas por las fuerzas imperiales de los Estados Unidos y sus aliados y son masacrados con armas sumamente sofisticadas! O para no ir tan lejos, en México las condiciones de vida de millones de personas son paupérrimas y no veo a nadie protestando, ¿sabes por qué?, porque lo consideran de lo más natural del mundo y además ¡porque a nadie le importa! En cambio, los bien pensantes (como tú, pensé en decirle, pero me contuve), los que cuentan con gran conciencia moral, que abarca el mundo natural y el social, consideran que es horrible y de mal gusto que se toree a unos animales estupendos como esos astados de raza, criados especialmente para la lidia, sin darse cuenta de que esos animales han tenido mejor vida que mucha gente pobre, en cuanto a cuidados y alimentación al menos, lo cual no deja de ser paradójico. ¡Hay muchas cosas inhumanas que no conmueven a nadie!
Erny me miraba cada vez con mayor desprecio e incredulidad conforme yo me descosía ante él. Era un buen tipo, amable y gentil en muchos aspectos de la vida cotidiana, pero tenía una idea de sí mismo algo pretenciosa, lo cual lo hacía caer con frecuencia en la necesidad de manipular y controlar a las personas a su alrededor, sobre todo a las que quería de verdad.
No es que yo fuera un verdadero aficionado a la fiesta taurina, pero me cayó mal que apenas le dijera que iba a ir a los toros, de inmediato manifestara una oposición.

-Los toros, la llamada fiesta brava, mi querido Erny -continué en el mismo tono académico- representa una manifestación cultural cuyo origen se remonta a la Antigüedad, y tal como la conocemos se formó a finales del siglo XVII. Tiene un nivel cultural muy arraigado en ciertos sectores de la población en países como España, Francia, Portugal y en algunos de Latinoamérica, es como otras tradiciones que se siguen celebrando, por ejemplo como la de Semana Santa en Iztapalapa y otros lugares. ¿Te imaginas diciéndole a alguien en plena representación de viernes santo“me opongo a que crucifiquen al nazareno” o “es una crueldad que carguen semejantes crucezotas”?
-¡No te pases!-, dijo Erny soltando una carcajada. –Bueno, está bien, pues que disfrutes de tu “fiesta brava” mi Rafa.
Se alejó de mí sin siquiera voltear a verme, luego de darme el acostumbrado abrazo.

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