Cuando la inteligencia falla
Ricardo Martínez García
El 19 de marzo del 2003 las tropas norteamericanas invadieron finalmente Irak, con la premisa principal de derrocar a Hussein y encontrar y destruir armas de destrucción masiva que se suponía estaban en manos del ejército iraquí.
Los servicios de inteligencia del Pentágono mantuvieron a toda costa su postura bélica y de ataque contra Irak justificada en la búsqueda de dichas armas de destrucción masiva. El investigador y docente Morris Berman, en su libro Edad Oscura Americana, La Fase Final del Imperio, señala que “mientras el resto del país estaba perplejo y de luto (luego del ataque del 11 de septiembre del 2001 a las Torres Gemelas, Bush y su círculo más allegado), empezaron una manipulación deliberada y cínica de la situación política. Para poner en práctica sus planes, mezclaron Irak con el 11 de septiembre y con el terrorismo”.
Esta manipulación consistió en tergiversar la información que se tenía disponible sobre el vínculo entre el gobierno de Irak y Al Qaeda, lo que dio lugar a la firma por parte de Bush Jr. de ciertos documentos que legalizaban la guerra contra Afganistán y daba luz verde a la planeación de operaciones militares en Irak. Pero también consistió en inventar una historia y vendérsela al pueblo norteamericano.
“El redactor de discursos de Bush, David Frum –escribe Berman- cuenta en sus memorias que en diciembre de 2001 se le pidió que ideara alguna justificación para la guerra contra Irak que formara parte de dicho discurso (sobre el estado de la Unión). Así surgió el «eje del mal», una frase elegida por su resonancia teológica, según los neoconservadores”.
Hubo claro una cantidad importante de personas que no estaban de acuerdo con el cariz que el discurso oficial iba tomando. La opinión pública tampoco estaba convencida de que Irak fuera una amenaza inminente. Brent Scowcroft (asesor de seguridad nacional de Bush padre) escribió un editorial en el Wall Street Journal señalando que “Hay escasas pruebas que vinculen a Sadam con organizaciones terroristas y todavía menos con los ataques del 11 de septiembre”.
Donald Rumsfeld, secretario de Defensa, comenzó a decir, sin pruebas naturalmente, que tenía indicios “a prueba de balas” de nexos entre Hussein y Al Qaeda. Luego el 7 de octubre del 2002 en Cincinnati Bush afirmó que Irak era una amenaza inmediata y que podía atacar territorio americano con la ayuda de grupos terroristas, utilizando armas de destrucción masiva (ADM) en cualquier momento. Ese mismo día el director de la CIA George Tenet escribió una carta al Congreso que no respaldaba estas afirmaciones.
Los acontecimientos que vinieron entonces los narra muy bien Berman: “En términos generales el análisis de la CIA concluía que Irak tenía pocas razones para provocar a Estados Unidos… pero el gobierno de Bush tenía un as bajo la manga: tras el 11 de septiembre, Tenet fue atacado por la incapacidad de la CIA para impedir los acontecimientos de ese día. De hecho, varios líderes del Congreso querían su renuncia. De ahí la táctica número dos: Bush mantuvo a Tenet, pero el presidente y el círculo de allegados lo presionaron para que respaldara a personajes clave del argumento a favor de la guerra, incluso si esto implicaba ignorar las conclusiones de la CIA”.
Es en este contexto en el que se circunscribe la película de Paul Greengras La Ciudad de las Tormentas (Green Zone, 2010), basada en el libro de Rajiv Chandrasekaran Imperial Life in the Emerald City: Inside Iraq's Green Zone y protagonizada por Matt Damon y Greg Kinnear.
Roy Miller es el jefe de una unidad del ejército norteamericano especializada en el rastreo y detección de armas de destrucción masiva que se suponen en manos de elementos del ejército iraquí en Bagdad. Al hacer las revisiones, con gran despliegue de acción militar, Miller (Damon) se da cuenta de que algo en los servicios de inteligencia anda mal, pues todos los lugares que han revisado resultaron no tener nada. Así se embarca en una operación de contrainteligencia por parte de la unidad de la CIA en Irak, comandada por el agente Martin Brown (Brendan Gleeson).
Miller entra en contacto con la periodista del Wall Street Journal Lawrie Dayane (Amy Ryan), quien había publicado notas sobre la supuesta existencia de ADM, pero que luego reconoce que su fuente fue un alto funcionario del Pentágono. Con el fin de demostrar que esta guerra se fundó en una mentira –la existencia de esas armas- Miller intenta contactar con el general Al Rawi (Igal Naor), quien era el encargado del programa iraquí de ADM pero quien había afirmado que esas armas fueron desmanteladas mucho tiempo antes. Clark Poundstone (Kinnear) es el funcionario del Pentágono que había hablado con Al Rawi y sabía de ese desmantelamiento, pero por algunas razones oscuras no dice nada.
La cinta es muy buena en términos de acción, trata de desenmascarar el entramado de las mentiras de Bush y cómo el ejército se vuelve un simple instrumento de operación de los verdaderos estrategas políticos (los allegados de Bush), que no pueden opinar ni oponerse, solo deben obedecer. La historia de las acciones de Miller son pretendidamente publicadas por la periodista Ryan en varios medios en ese año del 2003, en lo que constituye un verdadero intento de lavar su imagen, cuando en realidad en aquella época los medios en gran medida se plegaron a las versiones informativas oficiales. Es hasta finales de enero del 2008 que se confirma que Bush mintió en sus declaraciones, a través del Centro de Integridad Pública y el Fondo para la Independencia Periodística.
Greengras entrega una cinta con mayor contenido dramático y con ciertas pretensiones de crítica, en comparación con la cinta de Kathryn Bigelow The Hurt Locker, ganadora del Oscar a la mejor película. Buen intento.
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