Armando Extremas Simulaciones
Ricardo Martínez García
La trama de esta cinta, en una segunda lectura, es también la de una historia que contiene otras historias dentro o paralelamente a ella. La capacidad del protagonista Teddy Daniels/Andrew Laeddis (Di Caprio en plan sensacional) para identificar cuál es la real, la que vive en ese momento, es puesta a prueba (lo mismo que la del espectador) por el maravilloso doctor Cawley (sir Ben Kingsley) que a diferencia de sus anticuados colegas cree en los tratamientos psicológicos amables y respetuosos, a través de una enorme y tremenda simulación, que engloba a prácticamente todo el personal de este sanatorio-reclusorio psiquiátrico, tan solo para “seguirle la corriente” a este peculiar personaje de Teddy Daniels y ver hasta dónde llega su tratamiento.
El verdadero artista de la simulación es el director de la cinta, en este caso Martin Scorsese, lo mismo que todos los realizadores o directores de cine: cada película implica el armado de tremendos tinglados (aunque a más grandilocuencia de éstos, menor credibilidad, como en las cintas de ficción o de acción que abusan de los efectos especiales y de las situaciones inverosímiles) que van dirigidos a los espectadores con el fin de inducirlos a la diversión, o a la conmoción, o a la reflexión, o a lo que sea que quieran despertar en quien ve sus cintas.
Lo que el doctor Cawley quiere despertar en Daniels con el armado de su simulación extrema –algo difícilmente imaginable en los anales del tratamiento psiquiátrico, si hubiera sido el caso- es la capacidad de distinguir y aceptar aquello que le ha causado un trauma, y por ende una enfermedad mental, tal que estimula a sus magníficos mecanismos de defensa para crear “realidades alternativas” con el fin de escapar de tal trauma, trauma que es controlable con ciertas drogas psicotrópicas.
Cintas como The Matrix (Hermanos Wachowski, 99), en donde la realidad se confunde con la virtualidad de otras realidades al soñar y al estar dicho sueño controlado por unas máquinas, o como en Identidad Sustituta (Mostow, 09), donde las personas deciden mejor vivir virtualmente en sus “sustitutos” hechos a la medida y al deseo de cada quien, o en Avatar (Cameron, 09), en donde la alteridad es llevada a extremos de diseñar organismos con el fin de ser controlados a través de una virtual enajenación mental (proceso en el que la mente es enviada, de manera electrónica y altamente tecnificada, de un organismo a otro, utilizando como vía de acceso el sueño), son algunos ejemplos de esas construcciones de grandes y extremas “simulaciones” tanto en el sentido de la trama como en el de la propia construcción de la película en sí. Pero la clave de la cinta de Scorsese me parece que está en la conciencia del personaje protagónico que se ha encontrado a sí mismo y que al final se pregunta si vale más vivir como un monstruo o morir como un buen hombre.
En la vida real hay también enormes armadores de simulaciones extremas, como el caso de George W. Bush y su persecución de Saddam Hussein y sus “armas de destrucción masiva”, o a Felipe Calderón y su secretario del trabajo, señalando las bondades de su gobierno al generar fuentes de trabajo, sin tomar en cuenta el saldo negativo de desempleados, muy superior a sus optimistas y pequeñas cifras de empleos generados. Cada quien con sus realidades alternativas, pero el problema es que estas simulaciones son reales y ocultan situaciones muy preocupantes para la sociedad civil. Tal pareciera que a menor capacidad de autocrítica, mayor simulación de situaciones inverosímiles.
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