Desconfianza
Ricardo Martínez García
Ella tenía su plan. “¿Quieres un dulce?”, me preguntó candorosamente. Todo resultaba novedoso, pues se trataba de nuestra primera cita. La había invitado al cine luego de observar repetidamente su mirada impactante, de grandes ojos color miel, que concentraba en mí mientras la contemplaba en clase.
Esa mirada me recordaba a una compañera de la Facultad, me daba la impresión de ser muy madura y femenina, además de inteligente. Creí verla intersada en algo distinto a la filosofía presocrática –que malamente enseñaba yo- en la intención de sus hipnotizantes y bellos ojos. Me armé de valor y le pregunté si quería salir conmigo. Sin pensarlo mucho, ella preguntó a su vez “¿por qué no?”.
Mi comportamiento durante la película fue intachable: parecía soldado, de lo rígido que estaba. Pero eso cambió cuando, a mitad de función, preguntó si quería un dulce. Dije que sí, distraído con una escena. Un rato después, noté que no me había dado el dulce ofrecido, por lo que volteé a mirarla. En ese preciso momento ella también giró su cabeza en mi dirección y, sin aviso de por medio, puso sus labios sobre los míos, colocando diestramente la Halls que ella chupaba en mi boca, retardándose placenteramente en algo que terminó siendo un beso electrizante, cálido y sabroso, pero sobre todo inesperado. Me hizo ver estrellitas, y lo digo sin cursilería. Sus labios succionaban los míos llevándose consigo mis pensamientos y percepciones, dejándome pura emoción e inmerso en un estado como de suspensión temporal.
Mis más memorables besos lo han sido por el sabor o la pasión que expresaron, por la aparente inaccesibilidad de tal o cual mujer, como mi amiga Lety, rubia de ojos azules y delicados labios, pequeños y sonrosados, a quien alguna vez inesperadamente me encontré besando en el interior de un vocho, o incluso de algún hombre, como la ocasión después de una fiesta de fin de año, pues terminé en el depa de mi amigo Alberto -gay asumido y declarado- bebiendo los dos como cosacos y él tratando de seducirme, aunque lo único que logró fue que probara sus duros, gruesos y rugosos labios que más que repulsión provocaron en mí compasión. Una sola vez se lo permití, solo una vez me lo permití.
Durante el resto de la función me debatí -anonadado- entre abrazarla y besarla a placer o tomar las cosas con calma y no correr. Mary, amiga y confidente de muchos años, conociéndome, no se cansaba de advertirme del peligro de establecer relaciones con gente “más joven que tú”. Mi apología era siempre la misma: “ella ya tiene 18”. Al final, decidí tomármelo con calma, pues nunca fue mi estilo avorazarme aunque debiera haberlo hecho en algunos casos.
Mi sorpresa era grande y genuina, luego de ese beso iniciático, pues pocas veces he logrado que a la primera cita exista el acercamiento necesario para dar y recibir besos. Había mucho sol todavía cuando salimos de la sala de cine, y no acertaba a tomarla de la mano, abrazarla o caminar separados. La abracé con algo parecido a la timidez o la desconfianza, o como se abraza a una prima.
Al final, cuando estaba a punto de irse, preguntó mirándome a los ojos acusadoramente: “¿No vas a pedirme que sea tu novia?”.
1 comment:
Y este es algo ficticio o cualquier semejanza con la vida real es mera coincidencia....?
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