Noviembre engendró un monstruo
Ricardo Martínez García
El jueves por la noche el veterano Morrissey, juglar postmoderno de historias de soledad y temores, de rompimiento con la familia, de descomposición social pero también de esperanzas, se presentó en el Palacio de los Deportes, recinto de mala fama por su pésima acústica.
Durante hora y media la carismática voz del ex vocalista de The Smiths hizo sentir a sus fans una ilusión: hacerlos sentir como si estuvieran en la Gran Bretaña, pues de entrada cantó, coreado por todos los presentes y poderosamente “Panic on the streets of London, panic on the streets of Birmingham, I wonder to myself, could life ever be sane again?”. Sin bajar el ritmo, se arrancó con “The first of the gang to die”. Era un inicio muy prometedor pero algo en todo esto no me gustaba del todo.
El lleno fue total. Frente al escenario, invadido por los habituales al Hard Rock Café o lugares afines, los espectadores se apretujaban cada vez más, después de la breve pero concisa presentación de Kristeen Young, artista que goza de la tutela de Morrissey.
La norteamericana, quien ha trabajado con personalidades como Toni Visconti y David Bowie, se presentó muy elegante, con un vestido ajustado, blusa negra y grandes holanes en brazos y cuello. Su aspecto me recordó a la bella replicante Rachel (interpretada por Sean Young) de la que se enamora Rick Deckard, el personaje de Harrison Ford en Blade Runner.
Young estuvo acompañada por el excelente baterista Jeff White, cuyo potente y limpio sonido hizo gran combinación con su voz y sintetizador. Qué manera de aporrear el teclado y de mostrar sus alcances y posibilidades. Su producción más reciente The Orphans ya tiene un sencillo: “Kill the Father” en donde propone eliminar (en el escenario) a algunas vacas sagradas del rock, como Prince, Bowie, Jimi Hendrix y Curt Cobain. De las siete piezas que cantó no pude reconocer alguna. Canta bien, pero su dicción resultó mucho más difícil que la de su protector.
El Cuero se arruga, el Rock jamás
El legado de Morrissey, como se vio por los asistentes, ha trascendido generaciones: por edades, el grupo predominante eran los treintañeros, pero también había adolescentes y veinteañeros y uno que otro más que cuarentón. Los chavos fresa fueron sin duda mayoría, pero también era posible encontrar punketos y darkies.
Lejos quedaron los videoclips en donde un espigado Steven Patrick, mejor conocido sólo por su apellido, cantaba en una discoteque Heaven knows I´m miserable now con flores saliendo de las bolsas traseras de su pantalón, globos cayendo del techo y gente bailando a un ritmo extraño. Seguramente no imaginaba que, después de muchos años, vendría por segunda ocasión a México –en una gira por Jalisco, Ciudad de México y Nuevo León- para ofrecer un concierto donde dejó constancia de su plenitud vocal, puesto que la física es evidente.
La imagen en escena de Morrissey, nacido hace 47 años en la ciudad de Manchester, actualmente es la de un hombre maduro que usa ajustadas camisas, lo que para nada oculta un estómago ligeramente abultado. Su estilo para cantar cerrando los ojos y levantando sus cejas no cambia, adoptando naturalmente poses como la que se ve en la portada del Kill Uncle. Esta imagen es la que a los fans les encanta. A muchos les alcanzó dicho gusto para mimetizarse con la imagen del ídolo: característico corte de pelo con mucho copete y anteojos rectangulares. Incluso alguno presumió el rostro de Morrissey y las letras de una canción tatuados en su pecho. Rostro que cada vez me recuerda más al de Gene Hackman.
El creador de Last night I dreamt that somebody loved me, What difference does it make y Suedehead, canciones emblemáticas de toda una generación, tanto en la Gran Bretaña como en México, siempre ha estado rodeado de excelentes músicos, a juzgar por sus grabaciones tanto de estudio como en vivo. Hizo una mancuerna muy productiva con Johnny Marr –guitarrista de The Smiths- en la composición de muchos éxitos, varios de los cuales interpretó el jueves por la noche. Panic, Girlfriend in a coma, How soon is now, hiceron las delicias de los espectadores.
The Smiths fueron calificados alguna vez como los Lennon y McCartney de los ochenta. Claro que eso y más dicen los promotores de los sellos discográficos. La comparación, sin embargo, no cae mal cuando se trata de un grupo excelente, como era su caso.
El único álbum oficial en vivo que grabó esa mítica banda fue Rank, y en él hay constancia de la solvencia musical de Andy Rourke y Mike Joyce, pero destaca Marr, con sus acordes limpios y precisos. Moz, como le dicen, ya como solista siguió con la tendencia de elegir bien a sus colaboradores. En Beethoven was deaf, álbum en vivo que salió poco después de Your Arsenal, los miembros de su banda entraron en perfecta armonía con su voz, creando un grandioso sonido pop y de rockabilly. De esa agrupación todavía están Boz Boorer y Gary Day en la guitarra y el bajo, acompañados ahora por Michael Farrel, en los teclados, la trompeta y el trombón, Jesse Tobias en la guitarra y Matt Chamberlain en la batería. Fue a ellos a los que vimos en este concierto.
En el Live at Earls Court dichos músicos hacen gala del mejor rock tanto en baladas como en las piezas movidas. Sospecho que esa calidad estuvo presente la noche del jueves, pero la distorsión propia del lugar no permitió apreciarlo así. Es algo que la acústica del Palacio de los Deportes no alcanza a ofrece, por más que se esmeren los ingenieros de sonido. Eso era lo que no me checaba: que la batería de Jeff White se oyera clara y nítida, y la de Chamberlain apenas se escuchara. Un desastre, que para muchos fue menor, pero no para mi fino oído (já).
Sólo pizzas de queso
Morrissey se puso denso y oscuro cuando cantó In the future when all´s well y Life is a pigsty, de su producción más reciente Ringleader of the tormentors, ominosas y lentas piezas sólo interrumpidas por los gritos de los “consecionarios” (así dicen sus casacas) ofreciendo cervezas, papas o pizzas. Alguien preguntó de qué eran las pizzas, “sólo hay de queso, hoy tenemos prohibida la carne” fue la respuesta, en alusión al vegetarianismo de Moz.
Poco antes de que Morrissey dijera en un español con mucho acento “Hasta luego, vayan con Dios” un chavo alto y mirada vidriosa tropezó frente a mí, cayendo casi en mis piernas. Llevaba en cada mano un vaso enorme de cerveza. Lo sorprendente fue que, en su caída, lo mismo que algunos que fueron embestidos por Pajarito en la Plaza de Toros el pasado enero, no derramó ni gota de cerveza. Ya estoy mal, me dijo mientras lo ayudaba a incorporarse.
Que yo me diera cuenta, sólo dos personas más fueron al concierto solas, y casualmente estaban sentadas a mi lado. A eso es a lo que llamo solidaridad con eso de romper con la familia, y con eso de odiar cuando nuestros amigos se vuelven exitosos. No cabe duda, en México noviembre engendró un monstruo llamado Morrissey.
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