Monday, November 12, 2007

Triste Democracia

Democracia y Narcotráfico en México

Ricardo Martínez García.

El oficio de profeta es peligroso, dice Norberto Bobbio, pero en México profetizar cada seis años sobre mejorar las condiciones de vida de la población ha sido la estrategia más socorrida en las campañas de los candidatos a legisladores y a cargos públicos, y sobre todo del presidente de la República.

Felipe Calderón durante su campaña se exhibió como el candidato del trabajo, pero una vez llegado a la presidencia (luego de un proceso enturbiado por la campaña negativa de su partido y por las ilegales intervenciones de su antecesor Vicente Fox) se ha olvidado de sus promesas y ahora está enfocado en una guerra sin cuartel contra el narcotráfico.

Profetizar políticamente, como lo hizo Calderón, es peligroso porque se trata de una proyección hacia el futuro, donde se encuentran los deseos y las esperanzas de lo que legítimamente la ciudadanía aspira a tener y obtener.

No obstante, ocurre que esos loables deseos de bienestar propuestos por los políticos no condicionan ni determinan los acontecimientos reales que conforman la historia, ni la predeterminan. La historia es, de acuerdo con el citado Bobbio, el resultado de millones de acciones individuales, y no de una sola persona (por más que ésta se llame Felipe Calderón, o George Bush, o Juan Carlos 1); por eso el desarrollo de la historia nadie la puede prever exactamente.

En este sentido, la tesis de Francis Fukuyama de que se ha llegado al fin de la historia porque la lucha de ideologías ha terminado,
[1] con un mundo final basado en una democracia liberal que se ha impuesto finalmente tras el fin de la Guerra Fría (tesis que sería correcta si el mundo actual fuera homogéneo política y socialmente), no aplica ni en los Estados Unidos (potencia que legitimaría –con su fuerza militar- para bien o para mal la frase hegeliana de que todo lo real es racional y todo lo racional es real), justo porque ese país cuenta con un gobierno de facto y otro formal, y con una sociedad igualmente fragmentada, lo mismo que México.

La intención de este ensayo es examinar el estado de la res publica en nuestro país. Regresando a nuestra línea argumentativa, la mayoría de las promesas de campaña de los candidatos a la presidencia son precisamente profecías, en las que los candidatos ofrecen algo que refleja los deseos y esperanzas de algunos sectores de la población. Sin embargo, el cumplimiento de tales promesas no depende mayormente de la voluntad personal de cada candidato, sino de un proceso legislativo, que puede o no producirse, que las active realmente.

El problema de la democracia en México, como lo es en muchos países “democráticos” es que se utiliza este concepto para nombrar un sistema político que en realidad tiene muy poco de democrático.

Democracia directa y democracia representativa
Tal vez la democracia más cercana al ideal del concepto que ha existido se dio en los viejos tiempos en que Pericles gobernó Atenas del 461 al 429 a. C. Ayudaba naturalmente el hecho de que la población era poco numerosa, y se consideraba ciudadanos sólo a ciertas personas, por lo general varones, que cubrían algunas características o reglas, como edad, autonomía, educación, influencia y poder, independientemente de sus riquezas materiales. Pericles por ejemplo instituyó un pago a los funcionarios de gobierno que no contaban con suficientes recursos para que pudieran servir adecuadamente en sus funciones.

Los ciudadanos atenienses interesados en el gobierno de su ciudad tenían acceso a las reuniones públicas de carácter resolutivo, es decir, aquellas que tenían la facultad de decidir y operar qué se debía hacer y de qué manera. Se trataba de una “democracia directa”. En dichas reuniones públicas se proponían y discutían proyectos de ley; también se llevaban a cabo juicios públicos, como el famoso juicio a Sócrates.

La democracia entonces (formada por miembros de la comunidad que contaban con los requisitos necesarios) era también una aristocracia en el mejor sentido de la palabra: el gobierno de los mejores. No obstante, había algunos aristócratas que consideraban demagogo a Pericles por su cercanía con el pueblo en general.

La democracia directa naturalmente no es sinónimo de una omnicracia, es decir un sistema de gobierno en el que todos intervienen en el gobierno de todos. Eso no es posible. Pero eso no impide que la democracia griega en tiempos de Pericles sea considerada la mejor democracia real que ha habido (aunque, claro, tenía características que actualmennte son impensables: las mujeres no votaban y su sistema económico estaba basado en un sistema de producción esclavista y de conquista).

¿Qué tipo de democracia tiene México como Estado? Tenemos un sistema político democrático de bajo nivel porque delega la decisión de temas importantes a un proporcionalmente reducido número de “representantes” populares.

Se trata de un “Estado representativo” -muy semejante al de los Estados Unidos, cuyo pueblo padece los mismos males pero en menor escala que los mexicanos-y que no necesariamente es democrático. De hecho el carácter democrático del sistema político mexicano se da por el solo hecho de que en la elección popular de los legisladores y gobernantes el único momento en que interviene cada ciudadano, hombre o mujer mayor de dieciocho años, sin importar educación ni poder ni influencia, emite su voto en el proceso electoral mediante el cual legitima al mismo sistema.

Hay mecanismos de consejo y participación ciudadana que conectan al representante con sus representados, pero su uso es, en el mejor de los casos, extraordinario. son pocos los que conocen a sus representantes legisladores, y menos aún aquellos que les han pedido algo.


El Congreso, con sus dos cámaras, es el conjunto que forma la plaza pública (o ágora) moderna y cuyos acuerdos cuentan con carácter resolutivo (cuando se llegan a poner de acuerdo); es el lugar donde los “representantes”, que pueden o no representar la voluntad de sus representados, llegan a algunos acuerdos, a veces por consigna o conveniencia de grupos, que en ocasiones ni ellos mismos saben qué consecuencias tendrán.

Como ejemplo en nuesto país está el caso de la controvertida “ley televisa” (como se conoce a la Ley Federal de Telecomunicaciones, que desregula el uso del espectro digital en favor de las empresas que puedan competir por ellas, es decir, Televisa y TV Azteca, entre las más fuertes), que se aprobó unánimemente el 29 de marzo del 2006 en la Cámara de Diputados y que después el propio coordinador del PRD, Pablo Gómez, reconoció ni siquiera haber leído.

El voto de los ciudadanos mexicanos, de este modo, sirve sólo para legitimar -a través de sus "representantes" el sistema político económico y marca el único momento democrático en el que participa el pueblo. Pero de ahí en adelante casi en ningún momento son vueltos a consultar.

Las decisiones tomadas en el Congreso, mas los proyectos de ley del ejecutivo, sobre todo en lo referente a leyes y proyectos económicos, difícilmente representan la voluntad popular. Se aprueban así leyes que benefician sólo a particulares o a sectores específicos de la población (como en los casos del Fobaproa e Ipab), olvidándose del ideal democrático del “bien común”.

Los grupos de poder
No hay ni puede haber bien común cuando las decisiones de gobierno responden sobre todo a intereses privados de sectores públicos muy reducidos.

Norberto Bobbio dice en El futuro de la democracia, que se da el caso de que en una democracia exista o se dé “la sobrevivencia (y consolidación) de un poder invisible al lado o abajo (o incluso sobre) del poder visible”, como en el caso de México el poder de los cárteles del narcotráfico.

No se sabe con exactitud hasta qué grado dicho grupo invisible se ha infiltrado en el sistema político, pero no hay ya duda de que lo ha hecho. Por cierto, se puede afirmar con justicia que el narcotráfico en México se consolida cada vez más porque en los Estados Unidos existe una clientela segura. Proveedores y consumidores generan un círculo vicioso cuya mayor y grave expresión es la narcoviolencia que asola varios estados de la República, como lo han denunciado hasta el cansancio estudiosos del tema y ONG´s, tal como la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos, WOLA,
[2] pero que no han tenido eco entre las autoridades de ambos países. Al menos eso se puede deducir del comentario de Gerónimo Gutiérrez, subsecretario para América del Norte de la SRE, cuando señaló que “no ha habido una expresión de preocupación atípica” en el caso de los hechos violentos en territorio nacional y por el robo de 950 kilos de seudoefedrina en el Distrito Federal, el año pasado.[3]

Bobbio añade que “mientras la presencia de un poder invisible corrompe la democracia, la existencia de grupos de poder que se alternan mediante elecciones libres permanece, por lo menos hasta ahora, como la única forma en que la democracia ha encontrado su realización concreta”
[4].

En el caso de México, la afirmación de Bobbio justifica el título de este ensayo, pues si se acepta la veracidad de su afirmación, entonces no sólo se reconoce la existencia de los grupos de poder que se alternan en cada elección, sino que se acepta que esos grupos forman la oligarquía mexicana que abarca desde políticos consumados hasta grandes narcotraficantes, y son el verdadero poder de facto económica y políticamente.

La existencia de estos grupos es más que evidente -a juzgar por la enconada guerra que le ha declarado Felipe Calderón- durante la transición sexenal del poder del PRI al PAN, tiempo en el que Vicente Fox no hizo nada que no hubiera hecho Francisco Labastida, por ejemplo: mantener intacta la política económica, tratando de realizar reformas en el sector energético y eléctrico, reformas que sólo beneficiarían a los más ricos, pues son los únicos que tienen los recursos financieros para invertir en tales sectores; mantener intacta la política fiscal que sobrevigila a pequeños contribuyentes y olvida o premia a los grandes, haciéndose de la vista gorda en negocios de venta de bancos, por ejemplo. Pero lo más importante: no hubo detenidos de importancia entre los narcos, y para colmo se dio a la fuga El Chapo Guzmán en enero del 2001.

Lo que está en juego
En el conflicto postelectoral por la presidencia de la república, Felipe Calderón es el representante del grupo de poder actualmente en la presidencia, y Andrés Manuel López Obrador ha representado otro grupo de poder que desea la alternancia. La verdad es que ninguno de ellos garantiza ni garantizará cambios profundos en política social ni económica, sea porque el grupo de poder al que pertenece y representa Calderón no los desea implementar, sea porque al segundo no lo hubieran dejado de haber llegado a la presidencia, al pertenecer a un grupo de poder más débil.

Por eso es triste el estado actual de la democracia en México. Una vez terminada la jornada electoral, con impugnaciones y resoluciones del Tribunal Federal Electoral, el grupo de poder ganador, sin ningún tipo de alternancia significativa (aunque sí un intercambio grosero de legisladores de unos partidos a otros), ha actuado conforme a sus principios e intereses y dejará que la “voluntad popular” se manifieste –previo lavado de cerebro, a través del miedo y la incertidumbre- otra vez hasta el fin del sexenio y con ello nuevamente legitime al sistema político.

Así, lo que está en juego, del lado visible es la consolidación de un grupo de poder a través de las reformas en tres rubros básicos: energía, electricidad y estado. El grupo de Felipe Calderón, al que también pertenece Vicente Fox, está más cerca de lograr dichas reformas ahora con Calderón que con Fox, pues podría contar con un juego de alianzas con otros grupos de poder representados por los legisladores del PRI en el Congreso, que finalmente le den luz verde a esas reformas.


Del lado no visible, está en juego el dominio territorial de los cárteles, y ver a cuál de ellos protegerá o perseguirán las autoridades federales.

A menos que Calderón resulte tan mal político como Fox, o que sea tan petulante como él, la aprobación de las reformas citadas se darán tarde o temprano, y mientras se ayuda con su famosa guerra al narcotráfico, que ha dado como resultado la confiscación del cargamento más grande de cocaína: 23 toneladas incautadas en Manzanillo que nadie sabe a ciencia cierta a quién pertenecen; pero eso sí: ¡no hay hasta ahora ningún narco de importancia detenido!.


[1] Fukuyama, F., El fin de la historia y el último hombre, Planeta, 1992.
[2] Narcoviolencia: el círculo vicioso, en Reforma, 05/08/06, página 11.
[3] Narcotráfico, preocupación latente de EU, en El Universal, 06/08/06, página A19.
[4] Bobbio, Norberto, El futuro de la democracia, Fondo de Cultura Económica, México, 2001, páginas 16 y 17.

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