Ricardo Martínez García
Los lectores que han hecho de Howard Philips Lovecraft un icono pop de la literatura de terror del siglo XX, con sus criaturas ancestrales y abismales que habitan mundos muy cercanos al nuestro, pero desconocidos, saben que William Hope Hodgson es un referente directo de la obra de Lovecraft.
W. H. Hodgson nació un 15 de noviembre de 1877. Fue el menor de una familia de doce hijos, situación que tal vez lo orilló a buscar una salida a esa vida de pobreza. Se hizo marino a la edad de trece años, luego de escapar de la casa paterna, como si fuera un Huckleberry Finn inglés, pero eso no contribuyó mucho a su bienestar.
Trabajó varios años como marino mercante, y viajó a lo largo del mundo tres veces, (aunque luego de varios años Hodgson decidió que el mar lo aterraba lo suficiente como para afirmar que lo odiaba).
Pronto se convertió en tripulante de la Marina Mercante, y tuvo un aprendizaje de cuatro años comenzando en 1891. Fue tratado mal y cruelmente por un oficial y eso lo decidió a aprender judo y a ejercitar su cuerpo para protegerse.
Siendo Tercer Piloto logró distinción al rescatar a un marino que había caído al mar infestado de tiburones. Esa intrépida acción le hizo merecer el premio de la Royal Humane Society al heroísmo.
No es que el mar le causara temor, como su heroica acción delataba, sino que la soledad y la inmensidad que se experimenta en medio de los océanos era lo que hacía mella en su espíritu.
Tal melancolía probablemente era lo que lo hacía quejarse de su destino, el cual percibía fuera de su control: “tengo malos tratos, comida pobre, ínfima paga, una desconsolada, cansada y desagradable vida de dureza y sordidez, siendo un peón en el mar como tablero y los dueños de las naves como jugadores”.
Tal melancolía probablemente era lo que lo hacía quejarse de su destino, el cual percibía fuera de su control: “tengo malos tratos, comida pobre, ínfima paga, una desconsolada, cansada y desagradable vida de dureza y sordidez, siendo un peón en el mar como tablero y los dueños de las naves como jugadores”.
Comienza la obra fantástica
Es hasta 1904 que Hodgson decide convertirse en escritor. Por esa época tenía un pasatiempo: aprendió a tomar fotografías, montó por su cuenta un cuarto negro para el revelado, se dedicó a sacar gráficas del mar y de las tormentas, y con esto completaba sus ingresos.
Su primera historia publicada fue “Un horror tropical”, en The Grand Magazine, en junio de 1905. Luego vinieron otras, incluyendo uno de sus mejores cuentos: “La voz en la noche”, en The Blue Book Magazine (en noviembre de 1907).
A principios de ese año había sido publicada la novela de episodios “Los botes del Glen Carrig”, conteniendo muchos extraños sucesos marítimos. Sin embargo, para su segunda novela, Hodgson se interiorizó profundamente para la elaboración de La casa en el confín de la Tierra (1908). Se trata probablemente de su obra maestra, y fue llamada por Lovecraft “la más grande obra del señor Hodgson”.
La afirmación de Lovecraft no es para menos. La novela comienza con un cuento que encierra otro cuento: Tonnison y su amigo –el narrador de las acciones- van a acampar a una desolada zona en el oeste de Irlanda, donde hay un río en el cual se produce buena pesca. Los amigos dedican toda la mañana a su deporte favorito, mientras constatan la antipatía pero sin hostilidad de los pocos lugareños por los extraños.
Luego de una buena pesca, ambos deciden explorar un poco el lugar y caminan río abajo. Su sorpresa es grande cuando llegan a un lugar donde el río simplemente desaparece bajo la tierra. Buscando su río encuentran un enorme y tenebroso pozo rodeado de espesa vegetación donde emerge nuevamente el río, sólo para caer en forma de catarata en medio de un precipicio. Al otro lado del precipicio alcanzan a ver lo que parecen ser unas ruinas, y sin poder resistir más la curiosidad se lanzan al lugar donde hallan entre los escombros un libro de escritura pequeña y apretada. Se trata del diario manuscrito del que fuera el anciano habitante de esa casa derruida.
Una vez con el manuscrito en su poder, regresan a su campamento y se dan a la tarea de leerlo. Lo que leen los sobrecoge y los asombra. El diario narra la historia de los horrores vividos en esa casa, casa que los lugareños aseguran fue construida por el mismísimo diablo, anota y describe con gran detalle. Dos son los eventos más escalofriantes que relata el viejo inquilino: un viaje cósmico realizado sin el deseo del viajero, que comienza con el anciano sentado en su estudio, a través del espacio sideral en el que atestigua el fin de una estrella y la existencia de las viejas deidades monstruosas de la mitología.
El segundo suceso, y tal vez el más terrorífico, es la narración del ataque a la casa por parte de unas criaturas-cerdo de piel blanquecina y mirada vil y maligna, que se paran en dos patas para asomarse por las ventanas al interior de la casa. Pero eso no es lo peor: al escucharlas en sus gruñidos, el inquilino intuye una conversación inteligente.
El elemento sobrenatural de La Casa en el Confín de la Tierra está remarcada por la aparición de esas criaturas-cerdo humanoides que provienen de las profundidades del negro abismo sobre el cual está construida la casa. Pero además el elemento fantástico horrorizante es que se comuniquen entre sí.
En la literatura clásica fantástica hay varios ejemplos de animales que hablan, como en las fábulas de Esopo o de La Fontaine, en Los Viajes de Gulliver de Jonathan Swift o Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Carrol, pero en ninguno de esos casos el resultado es el horror, pues se utiliza a las figuras animales como parodias (u homenajes a culturas extrañas o ideales, tal es el caso de los Houyhnhnm, una raza de caballos nobles e inteligentes que forman una sociedad pacífica e ideal, en el caso de Los Viajes. En contraste se encuentran los yahoos que son los hombres que invaden el campo y que satirizan a la raza y personalidades humanas).
La idea de lo sobrenatural de Hodgson es muy parecida a la de otro grande del terror, el galés Arthur Machen. “¿Qué es el pecado?”, pregunta uno de los protagonistas de su cuento El Pueblo Blanco. “El pecado es en esencia el deseo de ser algo que la propia naturaleza no permite”. Es ponerse por encima de lo que es natural para cada criatura ¿Qué sentiríamos realmente si un gato o un perro nos hablaran mientras los acariciamos, o si un cerdo nos mirara de manera inteligente, parado en dos patas y además se comunicara con otros de su especie? Sin duda un espanto sobrecogedor, tal como el de La Casa en el Confín de la Tierra.
Hodgson escribió, además de cuentos fantásticos de terror, una serie de narraciones en las que el protagonista es un detective, al estilo del famoso Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle.
Thomas Carnacki protagoniza al menos nueve aventuras de fantasmas en las que refutaba afirmaciones de embrujamientos y otros elementos sobrenaturales.
En 1947 la editorial Mycroft & Moran de August Derleth –amigo y colaborador post mortem de Lovecraft- reeditó el libro Carnacki, El Descubridor de Fantasmas, añadiéndo tres cuentos a la edición de 1913.
En la Primera Guerra Mundial Hodgson regresó a Inglaterra (se había ido a vivir a Francia luego de casarse) e ingresó a la Royal Field Artillery como teniente. Enviado cerca de Ypres, en Bélgica, ahí, a los cuarenta años, encontró el verdadero terror: se ofreció como voluntario para ir al frente y el 17 de abril de 1918 fue destrozado por una granada alemana.
Valdemar tiene varios títulos de Hodgson en español. Ediciones Coyoacán tiene La Casa en el Confín de la Tierra.
No comments:
Post a Comment