Sunday, June 01, 2008

Dr. House


Medicina más allá del bien y del mal

Ricardo Martínez García

La fascinación que ejerce el personaje del Dr. House en los televidentes (que interpreta magistralmente el actor Hugh Laurie) es producto de una mezcla de personalidades: es un Sherlock Holmes de la medicina que alardea de su capacidad de observación, es un aparente ogro al que le encanta hacer repelar y contradecir a todo mundo, un maestro tirano que se deleita en mostrar y exhibir las flaquezas de sus discípulos (trata a todos como tales) y un Don Juan latente a punto de conquistar a la bella y juvenil doctora Cameron y/o a la no menos hermosa doctora Cody.

Como personaje de ficción, Gregory House es bastante humano: adicto al vicodin, su amor por la ciencia lo lleva a trasgredir (aparentemente) cualquier regla ética o moral que impida la metodología más rápida y precisa para diagnosticar correctamente a sus pacientes, por los cuales siente la misma desapegada y amoral curiosidad científica -no indiferencia- que un entomólogo siente por sus insectos. La particularidad de su trabajo exige naturalmente el desapego de ciertos aspectos de la ética médica, sobre todo cuando se enfrenta a casos únicos e inesperados. Es un personaje que está más allá del bien y del mal de las conductas morales en condiciones normales.

House es en realidad un filósofo de la ciencia médica que en cada caso-episodio realiza una cuasi mini revolución científica: analiza, compara, niega, supera y a veces trasciende los diferentes paradigmas a disposición del diagnóstico médico conocido, hasta alcanzar la satisfacción máxima de la ciencia pura: el mero saber (de ahí su aparente obsesión por algunos casos).

Una ciencia así no conoce de limitaciones éticas, aún cuando su conocimiento sirva para explicar lo que le ocurre a un paciente y curarlo.

House, a pesar de ser un hombre de ciencia probado y comprobado, vive en la incomprensión y en la oposición de su pequeña comunidad científica formada por sus internos, su jefa Cody y su amigo Wilson.

La estructura del programa difícilmente le hace justicia a este doctor de bastón, pues en cada caso que se presenta él es el único que aporta soluciones creativas porque más que investigar, reflexiona, piensa, y en última instancia, se le ocurren cosas geniales a través de su pensamiento análogo, y que a veces son las explicaciones más sencillas, en las que nadie cree hasta que demuestra que tenía razón. Sus colegas nunca están convencidos de su capacidad y le escatiman continuamente su confianza. Es como un loco genial al que hay que andar cuidando de que su locura no dañe a alguien, cuando es al contrario: gracias a su locura es que algunos pacientes sobreviven.

El resultado del trabajo del doctor House siempre apunta en dos direcciones: por un lado en la búsqueda de la explicación objetiva y científica, como diagnóstico, de lo que le ocurre a los pacientes, y por otra parte a la curación o muerte del paciente.

Los métodos heterodoxos de House podrían colocarlo en una postura semejante a la de los científicos alemanes que aparecen en la cinta de Bergman El Huevo de la Serpiente (77), que hacían experimentos en seres humanos sin su consentimiento y menos aún sin su conocimiento, por el exclusivo fin de saber, de conocer “hasta dónde humanamente es posible aguantar ciertas situaciones”.

Como House, esos científicos se colocaban por encima de las limitaciones éticas y morales, pero la diferencia es que House lo hace para curar y para saber, mientras que los otros realizaban sus experimentos subrepticia y abusivamente, casi como métodos de tortura, bajo un plan que no contemplaba como fin último la salud del paciente.

Así, House es en realidad un verdadero paladín del juramento hipocrático… aunque aparentemente le falte a cada momento, como por ejemplo en la parte que tal juramento dice “no operaré a nadie por cálculos”, o sea por mera especulación, pero ¿qué hacer cuando no se sabe la causa de alguna enfermedad y sólo operando se puede tener algún indicio del mal? El trabajo de House es precisamente la razonada especulación -cuyos puntos le gusta escribir en su pizarrón-, pero cuando se necesitan las biopsias, no duda en obtenerlas del modo que sea. Siempre aboga por sus pacientes seriamente enfermos, de los demás se burla constantemente.

Un libro italiano (que no he leído) sobre House, titulado La filosofía del Dr. House. Ética, lógica y epistemología de un héroe televisivo, del que escribió el ensayista y filósofo Jesús Salazar Velasco en el suplemento El Angel del Reforma (25/05/08), explica que House posee una ética “más allá de la ética”, puesto que su campo de acción se encuentra dentro de situaciones verdaderamente extremas. No hay forma de no estar de acuerdo con eso, como ya hemos expresado.

Dichas situaciones extremas, de acuerdo con los autores del mencionado libro (que se hacen llamar Blitris), ameritan la creación de nuevas reglas, como “mentir, ocultar, lastimar y hasta matar al paciente” para posteriormente revivirlo, pero no se dan cuenta de que las reglas éticas con las que se rige House son siempre las mismas, es decir la de diagnosticar y conocer las causas de la enfermedad y, si es posible, la curación del paciente.

No es que haya necesidad de nuevas reglas. Lo que ocurre es que a House, que tiene claros sus objetivos regulares, los medios para alcanzarlos le tienen sin cuidado, de manera un tanto maquiavélica. Y en eso radica gran parte de su encanto.

Los autores del libro, de acuerdo con Salazar Velasco, explican que si la ética es una serie de normas universales que regulan las decisiones de los sujetos para garantizar el bien común, “entonces House no tiene ética”. Nada más falso: ninguna regla universal se aplica universalmente, ojalá fuera así, sino que sólo se aplican en casos particulares y de manera particular (yo soy el que actúo en cada caso) y no por ello negamos que haya ética.

House sí tiene una ética y es una ética que, al contrario de lo que piensa Salazar Velasco, puede calificarse como un imperativo categórico kantiano: no hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a tí. Y a él no le gustaría que nadie, por ignorancia o falta de espíritu científico, lo dejara morir, simplemente porque se dificulta su diagnóstico.

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