Monday, October 22, 2007

Adrenalina Total

Solución final = Eliminación indiscriminada
Ricardo Martínez García


Las grandes películas de acción francesas, como Los Ríos de Color Púrpura 1 y 2 (que exploran las posibilidades y consecuencias de usar ingeniería genética con fines oscuros), Nikita o Nido de Avispas (donde se muestra el poder de la delincuencia organizada y la vulnerabilidad de los cuerpos policiacos), pocas veces pueden llegar a ser el preludio de una sombría realidad que nos alcanza más rápido de lo que se pudiera pensar. No es el caso de Adrenalina Total.

A finales del 2005 se produjeron en París una serie de disturbios realizados por habitantes de los llamados “barrios calientes” o suburbios del norte de la ciudad que arrojaron como resultado gran cantidad de heridos y detenidos, cientos de autos incendiados, así como escuelas y centros sociales y deportivos dañados.

Aparentemente la causa original de los motines fue la muerte accidental de un par de adolescentes el 27 de octubre de ese año, aunque por supuesto se produjeron manifestaciones en contra de las llamadas “Leyes de excepción” y la discriminación hacia los suburbios y los franceses de origen extranjero que viven en ellos, acusados casi siempre de realizar actividades delictivas.

Hubo incluso interpretaciones de esos hechos que señalaban el origen de una probable “nueva revolución francesa”.

Un año antes de tales eventos se filmaba en París Banlieue 13 (Adrenalina Total, 04) filme del director Pierre Morel con guión y producción del famoso Luc Besson.

Ubicada en el año 2010, la película presenta una ficción –que muestra la buena lectura social del guionista- sobre el estado criminal de uno de esos distritos “calientes” donde las autoridades oficiales han claudicado completamente en su función de poner orden y ofrecer servicios a la comunidad.

Tal distrito o barrio, confinado dentro de unos muros (al estilo del nada ficticio muro del oprobio en la frontera México-Estados Unidos), cuenta con una población de unos dos millones de habitantes, divididos abstractamente con el viejo maniqueísmo de los poderosos, como si fueran dos bandos perfectamente definidos: los buenos y los malos (en nuestro caso los simpáticos gringos del norte y los detestables mexicanos del sur).

Leito es un habitante que conoce tan bien como su mano el territorio de su enclaustrado y nativo Distrito, al que quiere lo más limpio posible de narcóticos. Tal deseo lo lleva a tirar por el caño varios kilos de coca que aparentemente le llegan a su casa por azar, pertenecientes a uno de los traficantes del barrio, quien al darse cuenta de la pérdida, ordena su captura con el fin de que pague la droga perdida.

Experto en escaparse, Leito (David Belle) logra evadir a sus perseguidores e incluso, ayudado por su hermana, capturar a Kruger (François Chattot), jefe de los narcos, pero al entregarlo a la policía (que no sólo había capitulado ya en la “guerra contra el narcotráfico” sino que cooperaba con ellos) sufre una previsible traición y él es encarcelado quién sabe por qué cargos mientras que su hermana es reclamada por el jefe narco, a la que convierte en su siempre drogada mascota.

La gran solución total que se les ocurre a los altos mandos militares-policiacos, representados por un Coronel (Patrick Olivier), para meter en orden a ese revoltoso distrito es eliminarlo totalmente, simulando el robo de un misil nuclear de baja intensidad, que luego aparece en el corazón del barrio de Leito.

El coronel comisiona a Damien (Ciryl Rafaelli), un agente experto en artes marciales, para que “recupere” la bomba, y con el fin de facilitar la misión lo unen a Leito –una vez liberado- para que lo guíe dentro del Distrito 13.

La pareja de hombres de acción (con persecuciones y muchas peleas que recuerdan algunas escenas famosas de películas de Bruce Lee, Jackie Chan, o Jet Li) dan batalla a los hombres de Kruger y logran llegar a donde está la bomba, tan sólo para darse cuenta de que todo el tiempo los han querido manipular, de que han sido los instrumentos, sobre todo Damien, de los cuales se han valido las autoridades para operar su “solución total”.

El final de la película es optimista, pues supone que la mínima conciencia social (encarnada en Leito, quien desea seguir viviendo en el Distrito 13 a pesar de su ambiente delictivo) se sobrepone al deber policiaco (representada por Damien, que a toda costa desea cumplir su misión sin hacer caso de los razonamientos de Leito) con el que se ha querido eliminar al barrio.

Así, la exposición ante los medios de comunicación de las negras intenciones del Coronel es la vía para el restablecimiento de los servicios sociales en el Distrito 13, el cual tuvo que ver en peligro su propia existencia para reintegrarse a la sociedad.

Se trata de una entretenida película de acción con contenido social, mucho menos ficticia de lo que podría suponerse, como lo han mostrado en los hechos las revueltas parisinas del 2005 y en otros planos más graves los verdaderos intentos de “soluciones totales” a lo largo de la historia (limpiezas raciales y formación de ghettos, campos de concentración o reservaciones, invasiones a territorios extranjeros con el pretexto de llevar a cabo guerras contra el terrorismo o contra el narcotráfico, y demás lindezas), que una y otra vez muestran lo peor de los seres humanos, tanto de un bando como del otro, y sus consecuentes víctimas.

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