Mariachi y klezmer funerario
Ricardo Martínez García
La muerte es pareja con todos los seres humanos, del mismo modo que todos estamos expuestos a las pasiones propias de nuestra especie, como la infidelidad, la hipocresía, la falta de fe, la conveniencia, el interés, y finalmente el amor, pasiones que afloran en el seno de una familia judía en el transcurso de siete días de duelo.
Dos realizadores mexicanos han estrenado cintas, en menos de un mes, en las que abordan situaciones humanas enmarcadas dentro de grupos religiosos bien definidos, con resultados satisfactorios en ambos casos justamente porque no se necesita ser menonita o judío para comprender sus temáticas. Lo hizo Carlos Reygadas con Luz Silenciosa (06), y ahora Alejandro Springall presenta la comedia Morirse está en hebreo (06) situada en la capital del país.
La película, del también director de Santitos (99), nos muestra de una manera ligera y divertida cómo en un grupo judío mexicano la muerte es un acontecimiento que se toma de manera muy semejante respecto a cualquier otro grupo social o religioso. Incluso el título recuerda a películas como “Casarse está en griego” “Mi boda judía” y otras, y sí, hay cierta semejanza.
Un día, Moishe (Sergio Klainer) se encuentra rodeado de amigos en gran comilona, divirtiéndose, bailando al ritmo de una mezcla de mariachi con klezmer, cuando de pronto sufre un paro cardiaco. Su muerte fulminante toma por sorpresa –naturalmente- a sus familiares, quienes en esas horas tristes se tienen que reunir a regañadientes y organizar la shiváh o celebración fúnebre de una semana de duración.
La celebración inicia en medio de jocosos comentarios e indiscreciones de las “dolientes”. Llega por ejemplo una señora presentando a su marido, un judío alemán altísimo, (a quien se le van los ojos detrás de las caderas de la sirvienta), y otra señora, que recuerda a la abuelita de la Niñera –la de Fran Drescher-, lo mira fijamente y con mucha gracia le pregunta “¿De dónde lo sacaste?”.
El muerto no era afecto a su religión, aparte de haber vivido una vida irregular, como se irá develando. Los judíos que acostumbran rezar utilizan una prenda especial llamada Talit, pero como Moishe no lo hacía, no tenía esa prenda.
La familia contrata a un director de ceremonias fúnebres y es alguien que está muy interesado en seguir al pie de la letra la ley en esa materia, pero lo está más en convencer a los hijos del fallecido que ordenen alimentos kosher que él mismo promueve. Al querer envolver el cuerpo de Moishe se da cuenta de que no tenía su Talit e irónico pregunta “¿Con qué rezaba, con un rebozo?”, mientras reparte los pequeños gorritos llamados kipá a quienes no lo tienen.
Moishe tenía muchos amigos gentiles y algunos judíos comunistas, todos mal vistos, había engañado a su esposa con una mujer cristiana llamada Julia Palafox (la siempre bella Blanca Guerra), antes de abandonarla al saber de sus males cardiacos. Además era amigo del líder de un grupo de mariachis, cómplices de parrandas, que llegan pidiendo les dejen cumplir la promesa de tocar en su casa ahora que ha muerto. Es así como nos enteramos de que Moishe le llevaba serenatas de mariachi a Julia.
Los hijos de Moishe, Ricardo (David Ostrosky) y Esther (Raquel Pankowsky, alejada de su personaje de Martita, pero no de su ocasional seseo), al ser los parientes más próximos son los que tienen que someterse al ritual del rasgado de vestiduras y atender a los participantes de la shiváh.
Ricardo tiene que lidiar además con los reclamos de su novia, la cual le hace un pequeño escándalo callejero, y con el arresto –¡en plena shiváh!- de su recién repatriado hijo Nicolás, que había sido enviado a Israel por Moishe sin revelar la causa verdadera de ese autoexilio: Nicolás tenía orden de aprensión por algo relacionado con tráfico de narcóticos.
Esther, por su parte, culpa de la muerte de su padre a su amante Julia Palafox, y jura que cuando la vea le sacará los ojos. La Palafox se apersona en la celebración fúnebre y Esther, con lágrimas en los ojos, no tiene corazón para cumplir su promesa e incluso la invita a quedarse. Esther se conmueve al saber por Julia que su padre hablaba de ella y la quería mucho, y en esas están cuando su hijo ve a Julia y exige que se vaya.
Mientras tanto, Ricardo le había echado ya el ojo a Julia, comprensiblemente, (como del mismo modo se lo había echado Galia, la despampanante hija de Esther, a su ortodoxo primo Nicolás), y va a buscarla hasta el templo de San Agustín, tan sólo para darse cuenta de que sus tácticas de seducción ya habían sido utilizadas por su padre para conquistarla.
Un par de graciosos y viejos judíos ortodoxos, con sus sombreros negros y blancos caireles, irreales como ángeles, son los cronistas de la ceremonia: se encargan de anotar sus observaciones sobre el desarrollo de la shiváh en un cuaderno, y comentan con sarcasmo las ambigüedades en la interpretación de la ley, así como qué tipo de ángeles acompañarán al difunto en su viaje al más allá: si serán ángeles luminosos o tenebrosos. Concluyen que dado el tipo de vida de Moishe, es difícil de saber.
Alejandro Springall, quien además de director es guionista y productor, logra una comedia divertida y de buen ritmo; además es de destacar que la música para la película es interpretada por The Klezmatics, probablemente el mejor grupo de klezmer del mundo, y es el complemento perfecto para enfatizar momentos dramáticos del argumento en el filme.
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