Sin Resplandor pero con Maldad
Ricardo Martínez García
Stephen King es uno de los más prolíficos autores que existen en el género de terror y de ficción, cuyas novelas han sido fundamento de películas como El resplandor (Stanley Kubrick, 80), Cemeterio de Mascotas (Mary Lambert, 89), Los Tommyknockers (John Power, 93), La mitad siniestra (George A. Romero, 91), y muchas otras, además de series de televisión.
1408 es una película, dirigida por el sueco Mikael Håfström, que saca la cara por el género de terror a la americana, ante la oleada de cintas asiáticas –algunas muy buenas- que han surgido, y ofrece un argumento retorcido e imprevisible, tal como le gustan a King, en el que se reivindica el derecho a la creencia en el más allá, ante el estéril escepticismo de la vida moderna.
Mike Enslin (un solvente John Cusack) es un impopular escritor especializado en cazar eventos supuestamente paranormales (una especie de alter ego del propio King), cuyo último libro parece más una guía de hoteles encantados a los cuales se puede visitar como si fueran atracciones turísticas. El título de su libro es Diez noches en cuartos de hotel embrujados.
Escéptico y a veces cínico ante la mayor parte de los pretendidos casos de muertos y aparecidos en los cuartos de hoteles (temática que ya había sido explorada en El Resplandor, donde el guardián-escritor Jack Torrance –el más memorable Jack Nicholson- enloquece en el vasto y solitario Overlook Hotel), Enslin toma su trabajo literario como un ejercicio reporteril cuyo objeto de investigación es corroborar, más que la autenticidad de los fantasmas, su carácter fraudulento.
Un día, luego de visitar algunos de esos decepcionantes hoteles en los que no ocurre nada, Mike va a la playa a practicar su mal surfing, y mientras trata de leer algo en una manta que es arrastrada por una avioneta, una ola por poco lo ahoga.
Luego, a salvo en la playa, Enslin se repone y acude a la oficina de correos a recoger su correspondencia. Ahí ve una postal del Dolphin Hotel, ubicado en pleno corazón de Nueva York (a diferencia del Overlook, enclavado en una aislada zona montañosa), cuyo reverso dice algo como “no te quedes en el 1408”, que funciona como el anzuelo perfecto para el iconoclasta del terror que es Enslin.
Ni tardo ni perezoso Mike solicita por teléfono reservación para esa habitación en el Dolphin, pero le dicen una y otra vez que no está disponible. Su editor, con la ayuda de un abogado, le dice que constitucionalmente le tienen que dar el cuarto, si no está ocupado.
El escritor finalmente llega al hotel, pide su habitación y aparece entonces el gerente (el siempre correcto Samuel L. Jackson), el cual lo trata de convencer de que no se quede, revelando datos que no habían sido dados a conocer por la prensa.
Más de cincuenta muertes –naturales o no- han sucedido en la habitación 1408 desde su puesta en servicio, habitación en la que nadie ha durado más de una hora y cuya apariencia no denota nada malo, a pesar de la afirmación del gerente de que se trata de “la habitación del diablo” (cosa que también podría decirse de la habitación 237 del Overlook, en El Resplandor).
Una vez dentro del cuarto, Mike no encuentra nada extraño, recostado en la cama comienza a grabar una descripción de la decoración y el mobiliario, se asoma a la ventana y cuando voltea hacia la cama, la encuentra nuevamente arreglada y con un par de chocolates encima. Su escepticismo lo lleva a sospechar que alguien está dentro de la habitación; entonces comienzan algunos sucesos que lo harán perder la cabeza.
Incapaz de discernir entre la realidad y las “alucinaciones” o lo que sea que experimenta, lo único que desea es salir, pero como si se tratara de una ratonera, ¡el cuarto no lo deja ir!
La incredulidad que había sido su punta de lanza se le resquebraja cuando aparecen ante él escenas familiares en las que juega con su hija, antes de que ésta falleciera de cáncer. La aparición de la pequeña marca el momento más intenso en sus alucinaciones e implora por salir de la habitación.
El cuarto se destroza, se sacude y se cae a pedazos, para finalmente inundarse con la fuerza de las olas de mar. Entonces Mike cree ahogarse y de pronto, como si saliera de un sueño, despierta en la playa donde había surfeado, la escena se repite y pareciera que todo había sido un mal sueño, pero luego, al ir a la oficina de correos, se da cuenta con desconsuelo de que aún sigue adentro de la nefasta habitación. No hay otra opción que prenderle fuego al cuarto.
Las vueltas de tuerca aún no terminan ahí. Håfström utiliza los recursos a su alcance, tanto técnicos como sicológicos, para crear suspenso, escalofríos y uno que otro auténtico susto en esta recomendable cinta.
El estudioso de la comunicación Ignacio Ramonet ha señalado en su libro La Golosina Visual que cuando una sociedad tiene que canalizar la desesperanza y la angustia que generan diversos aspectos de la vida moderna expuestos a una crisis (no tanto económica, sino existencial, como la que pueden llegar a sentir algunos neoyorquinos luego del ataque a las Torres Gemelas, o como la que seguro sienten millones de personas en Hiroshima, Vietnam, Afganistán, Irak, Líbano, etcétera) surgen cintas que hacen precisamente eso: canalizar la angustia y el extravío, ofrecer, más que entretenimiento, esperanza en el más allá, algo en qué creer y no el mero vacío después de la muerte, algo que los haga sentir cierto optimismo.
El mensaje de la cinta, ciertamente ambiguo, parece inclinarse más por resaltar las cosas que valen la pena de la propia vida, como el amor a la familia (como verdadero resplandor), pero dejando una ligera sugerencia de que el horror aún no termina. ¿Se preparará una segunda parte?
Ricardo Martínez García
Stephen King es uno de los más prolíficos autores que existen en el género de terror y de ficción, cuyas novelas han sido fundamento de películas como El resplandor (Stanley Kubrick, 80), Cemeterio de Mascotas (Mary Lambert, 89), Los Tommyknockers (John Power, 93), La mitad siniestra (George A. Romero, 91), y muchas otras, además de series de televisión.
1408 es una película, dirigida por el sueco Mikael Håfström, que saca la cara por el género de terror a la americana, ante la oleada de cintas asiáticas –algunas muy buenas- que han surgido, y ofrece un argumento retorcido e imprevisible, tal como le gustan a King, en el que se reivindica el derecho a la creencia en el más allá, ante el estéril escepticismo de la vida moderna.
Mike Enslin (un solvente John Cusack) es un impopular escritor especializado en cazar eventos supuestamente paranormales (una especie de alter ego del propio King), cuyo último libro parece más una guía de hoteles encantados a los cuales se puede visitar como si fueran atracciones turísticas. El título de su libro es Diez noches en cuartos de hotel embrujados.
Escéptico y a veces cínico ante la mayor parte de los pretendidos casos de muertos y aparecidos en los cuartos de hoteles (temática que ya había sido explorada en El Resplandor, donde el guardián-escritor Jack Torrance –el más memorable Jack Nicholson- enloquece en el vasto y solitario Overlook Hotel), Enslin toma su trabajo literario como un ejercicio reporteril cuyo objeto de investigación es corroborar, más que la autenticidad de los fantasmas, su carácter fraudulento.
Un día, luego de visitar algunos de esos decepcionantes hoteles en los que no ocurre nada, Mike va a la playa a practicar su mal surfing, y mientras trata de leer algo en una manta que es arrastrada por una avioneta, una ola por poco lo ahoga.
Luego, a salvo en la playa, Enslin se repone y acude a la oficina de correos a recoger su correspondencia. Ahí ve una postal del Dolphin Hotel, ubicado en pleno corazón de Nueva York (a diferencia del Overlook, enclavado en una aislada zona montañosa), cuyo reverso dice algo como “no te quedes en el 1408”, que funciona como el anzuelo perfecto para el iconoclasta del terror que es Enslin.
Ni tardo ni perezoso Mike solicita por teléfono reservación para esa habitación en el Dolphin, pero le dicen una y otra vez que no está disponible. Su editor, con la ayuda de un abogado, le dice que constitucionalmente le tienen que dar el cuarto, si no está ocupado.
El escritor finalmente llega al hotel, pide su habitación y aparece entonces el gerente (el siempre correcto Samuel L. Jackson), el cual lo trata de convencer de que no se quede, revelando datos que no habían sido dados a conocer por la prensa.
Más de cincuenta muertes –naturales o no- han sucedido en la habitación 1408 desde su puesta en servicio, habitación en la que nadie ha durado más de una hora y cuya apariencia no denota nada malo, a pesar de la afirmación del gerente de que se trata de “la habitación del diablo” (cosa que también podría decirse de la habitación 237 del Overlook, en El Resplandor).
Una vez dentro del cuarto, Mike no encuentra nada extraño, recostado en la cama comienza a grabar una descripción de la decoración y el mobiliario, se asoma a la ventana y cuando voltea hacia la cama, la encuentra nuevamente arreglada y con un par de chocolates encima. Su escepticismo lo lleva a sospechar que alguien está dentro de la habitación; entonces comienzan algunos sucesos que lo harán perder la cabeza.
Incapaz de discernir entre la realidad y las “alucinaciones” o lo que sea que experimenta, lo único que desea es salir, pero como si se tratara de una ratonera, ¡el cuarto no lo deja ir!
La incredulidad que había sido su punta de lanza se le resquebraja cuando aparecen ante él escenas familiares en las que juega con su hija, antes de que ésta falleciera de cáncer. La aparición de la pequeña marca el momento más intenso en sus alucinaciones e implora por salir de la habitación.
El cuarto se destroza, se sacude y se cae a pedazos, para finalmente inundarse con la fuerza de las olas de mar. Entonces Mike cree ahogarse y de pronto, como si saliera de un sueño, despierta en la playa donde había surfeado, la escena se repite y pareciera que todo había sido un mal sueño, pero luego, al ir a la oficina de correos, se da cuenta con desconsuelo de que aún sigue adentro de la nefasta habitación. No hay otra opción que prenderle fuego al cuarto.
Las vueltas de tuerca aún no terminan ahí. Håfström utiliza los recursos a su alcance, tanto técnicos como sicológicos, para crear suspenso, escalofríos y uno que otro auténtico susto en esta recomendable cinta.
El estudioso de la comunicación Ignacio Ramonet ha señalado en su libro La Golosina Visual que cuando una sociedad tiene que canalizar la desesperanza y la angustia que generan diversos aspectos de la vida moderna expuestos a una crisis (no tanto económica, sino existencial, como la que pueden llegar a sentir algunos neoyorquinos luego del ataque a las Torres Gemelas, o como la que seguro sienten millones de personas en Hiroshima, Vietnam, Afganistán, Irak, Líbano, etcétera) surgen cintas que hacen precisamente eso: canalizar la angustia y el extravío, ofrecer, más que entretenimiento, esperanza en el más allá, algo en qué creer y no el mero vacío después de la muerte, algo que los haga sentir cierto optimismo.
El mensaje de la cinta, ciertamente ambiguo, parece inclinarse más por resaltar las cosas que valen la pena de la propia vida, como el amor a la familia (como verdadero resplandor), pero dejando una ligera sugerencia de que el horror aún no termina. ¿Se preparará una segunda parte?
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